𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟷𝟶𝟾

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-De vuelta a Hogwarts-
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     𝔈𝔩 𝔯𝔢𝔤𝔯𝔢𝔰𝔬 𝔞 ℌ𝔬𝔤𝔴𝔞𝔯𝔱𝔰 aquel año fue deprimente, descolorido y lúgubre

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𝔈𝔩 𝔯𝔢𝔤𝔯𝔢𝔰𝔬 𝔞 ℌ𝔬𝔤𝔴𝔞𝔯𝔱𝔰 aquel año fue deprimente, descolorido y lúgubre. A pesar de haber convencido a Augusta de permitirle volver para su último año, Neville Longbottom era infeliz. No sabía en qué momento se había ido de casa y subido en el tren, pero ahora se encontraba mirando por la ventana con una tristeza contagiosa.

-Realmente no debiste confiar en ella- exhortó Ginny Weasley sentada frente a él -Con sólo escuchar su apellido debiste saber que traería problemas.

Neville no respondió, su mirada aún perdida en la nada.

-No podemos culparlo- murmuró Luna, sentada junto a Neville. Le dio una palmada en el hombro, conociendo sus sentimientos -Ni tampoco a ______.

-¿Disculpa? ¿Después de todo lo que ha hecho? Te recuerdo que asesinó a Dumbledore, la única esperanza que teníamos contra Voldemort- replicó la pelirroja, bufando y cruzándose de brazos.

-Realmente no creo que lo haya hecho a propósito- continuó la rubia -Ella no está ahí porque quiere, sólo hay que verla a los ojos para saberlo. El día de la boda de tu hermano, ella llegó pero no para atacarnos, sino para ayudarnos en contra de los mortífagos.

-¿Esa estúpida estuvo en mi casa y en la boda de mi hermano? Pero qué atrevida.

-¿Que no oyes lo que te digo? Ella no atacó a nadie, y si lo hizo, fue a los propios mortífagos. Ella no es mala, sólo está...

-¿Pueden cambiar de tema, por favor?- interrumpió Neville, aún sin mirar a ninguna de las dos, pero su reflejo en la ventana reflejo sus ojos cristalizados.

Ambas callaron, y hubo un incómodo silencio hasta que dos hombres irrumpieron en él compartimento. Todos sabían que eran mortífagos, pues eran grandes, con ropas oscuras y expresiones intimidantes. Examinaron el compartimento con la mirada, en busca de algo o alguien.

-Hey, inútiles- habló Neville, y por primera vez en todo el viaje, miró a alguien a los ojos. Estaba enojado, furioso, de que estuvieran allí, pero al mismo tiempo, le recordaban a ella -Él no está aquí- aseguró, refiriéndose a Harry Potter, cuya cabeza corría peligro por todo el país.

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Con prontitud alarmante, el séquito de Lord Voldemort se había apoderado de todo. Estaban en todas partes, y ya sin la necesidad de esconderse exclamaban a los cuatro vientos sus ruines intenciones. Estaban metidos en el Ministerio, en los negocios, en Diagon Alley, en los bancos y hasta en las mismas escuelas. Carteles con el rostro de Harry inundaban las calles, como si fuera un criminal prófugo. Y eso no era lo peor. La maldad personificada, la mujer más irritante e infernal que ha pisado esta tierra, la única cuya horripilante voz podría darle pesadillas a Voldemort, Dolores Umbridge, estaba viva y con su puesto de siempre en el Ministerio.

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Volviendo a ______ Lestrange, se vio obligada a volver a Hogwarts, pero no de la manera en que todos los demás lo hacían. Voldemort, en su infinita misericordia -nótese el sarcasmo- la había encomendado a regresar no como una estudiante, sino como una espía. Su misión: ser sus ojos, y aunque allí también estaría Severus Snape para mantenerlo informado, nunca hacía mal tener a más personas trabajando para él. Debía también alentar la ideología de la superioridad sanguínea, se encargaría también de vigilar que todo estuviera conducido como a él le gustaba.

En lugar de irse en el tren, llegó por medio del Gabinete Desvanecedor. Llegó a la hora de la cena usual de bienvenida, pero esa noche, no hubo canciones ni plática que pudiera escucharse desde del Gran Comedor. No emanaba un olor a comida recién preparada como era lo común, y las luces estaban opacas, sin vida ni color. No había un discurso por parte de Dumbledore, ni algún anuncio emocionante. El sorteo de casas para los niños fue lúgubre, y la gran mayoría de ellos eran sangre pura, debido a que incluso en Hogwarts los estereotipos sanguíneos habían llegado a tal grado que muchos padres habían decidido no enviar a sus hijos.

Ahora su nueva habitación consistía de un pequeño ático el cual nadie conocía, en el cuarto piso, quinto pasillo a la izquierda. Su entrada era una puerta en el techo escondida bajo un candelabro viejo y polvoriento.

Jamás perdiendo su afinidad por un cuarto ordenado e iluminado, hizo lo posible por quitar las telarañas y el polvo. Acomodó su "cama" al lado de una pequeña ventana, colgó unas lucecitas para que de noche la oscuridad no la asustara, y preparó su ropa en una especie de armario que logró armar con su varita. No era mucho, pero era presentable. Podría sobrevivir por unos cuantos meses.

Finalmente se acostó a dormir, insegura de lo que el futuro le depararía ahora que todo parecía estarse cayendo a pedazos. No tenía realmente una esperanza a la cual aferrarse, pero su corazón intentaba convencerla de que sí. Miró las estrellas a través de su pequeña ventana y recibió una sonrisa de parte de ellas, y eso fue realmente lo que la ayudó a cerrar los ojos y otorgarle a su cuerpo el bien merecido descanso.

𝔉𝔩𝔬𝔯𝔢𝔰 𝔄𝔪𝔞𝔯𝔦𝔩𝔩𝔞𝔰 ||  𝒩. 𝐿𝑜𝓃𝑔𝒷𝑜𝓉𝓉𝑜𝓂 Where stories live. Discover now