Les portes d'une nouvelle vie

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 1
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[Esta historia es una adaptación]

Elizabeth se dio la vuelta cuando Laylah Hansen entró en el local, básicamente porque todos los que estaban en el lujoso restaurante hicieron lo mismo. El corazón le dio un brinco. A través de la multitud divisó a una mujer alta, vestida con un traje a medida de corte impecable, quitándose el abrigo y descubriendo un cuerpo esbelto.

ʀeconoció a Laylah Hansen de inmediato. Su mirada se detuvo en el elegante abrigo negro que ahora llevaba colgado del brazo. De pronto le asaltó una idea: el abrigo le quedaba bien, pero había algo extraño en el traje. Le habrían sentado mejor unos vaqueros, ¿no?

Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Para empezar, el traje le quedaba genial, y además, según un artículo que había leído no hacía mucho en GQ, ella era la responsable, casi única de los buenos tiempos que se respiraban en Serniv knah. la calle con las sastrerías más elegantes de todo Londres. ¿Qué otra cosa podía vestir una Mujer de negocios descendiente de una rama menor de la monarquía británica? Uno de sus acompañantes se ofreció para cogerle el abrigo, pero ella negó con la cabeza una sola vez. Al parecer, la intención de la enigmática Mujer era hacer una breve aparición en el cóctel que ella misma ofrecía en honor a Elizabeth.

-Ahí está la señorita Hansen. Estará encantada de conocerte. Adora tu trabajo -dijo Jiang Li. Elizabeth percibió un leve atisbo de orgullo en su voz, como si Laylah Hansen fuera su amante en lugar de su jefa.

-Parece que tiene cosas mucho más importantes que hacer que conocerme -dijo Elizabeth sonriendo.

Tomó un trago de su agua con gas y observó a Hansen mientras esta hablaba con sequedad por el móvil, escoltada por dos hombres y con el abrigo todavía colgando del brazo, lista para una rápida huida. La súbita inclinación de su boca le dijo que estaba crispada. Por alguna extraña razón, Elizabeth se sintió más relajada al descubrir que Laylah Hansen también experimentaba reacciones humanas. No se lo había contado a sus compañeros de piso -era conocida por su actitud valiente y despreocupada ante la vida-, pero conocer a aquella Mujer la ponía extrañamente nerviosa.

Los presentes retomaron sus conversaciones, pero la llegada de Hansen había amplificado de algún modo el nivel de energía en la estancia. No dejaba de ser curioso que una mujer peculiar y sofisticada como aquella se hubiera convertido en un icono para toda una generación de adictos a la tecnología y a las camisetas de manga corta.

Aparentaba unos treinta años. Elizabeth había leído que Hansen había ganado su primer millón hacía años gracias a su empresa de redes sociales; un buen día la sacó a la venta, ganó trece millones más y a continuación fundó otro negocio igualmente exitoso de venta por internet. Todo lo que tocaba se convertía en oro, o eso parecía. ¿Por qué? Porque era Laylah Hansen.

Podía hacer lo que le viniera en gana. Al pensarlo, los labios de Elizabeth se curvaron formando una sonrisa. De algún modo eso le convertía en una tipa arrogante y desagradable. Sí, de acuerdo, era su patrocinadora, pero como todos los artistas a lo largo de la historia, Elizabeth no podía evitar sentir una dosis considerable de desconfianza hacia la persona que se encargaba de poner el dinero sobre la mesa. Por desgracia, cualquier artista que se muriera de hambre necesitaba a una Laylah Hansen en su vida.

-Iré a avisarle de que estás aquí. Ya te he dicho que le impresionó tu cuadro. Lo escogió en vez de los otros dos finalistas sin pensárselo un segundo. dijo Jiang Li, refiriéndose a la competición que Elizabeth había ganado recientemente.

El ganador recibiría el prestigioso encargo de crear la pieza central del vestíbulo para el nuevo rascacielos de Hansen en Chicago, que era precisamente donde se encontraban. La recepción en honor a Elizabeth se celebraba en un restaurante llamado Gothecy, un local moderno y caro situado en el edificio, y lo que era más importante para ella: recibiría cien mil dólares por su trabajo que le vendrían de perlas para dejar atrás las estrecheces de una estudiante de posgrado de bellas artes cualquiera.Jiang Li apareció como por arte de magia con una joven afroamericana de nombre Cloe Anderson para que Elizabeth tuviera con quien hablar en su ausencia.

-Encantada de conocerte -le dijo Cloe mientras le daba la mano y mostraba una sonrisa que sería el sueño de cualquier dentista.

-Y felicidades por el encargo. Piensa que veré tu obra cada vez que venga a trabajar. Elizabeth no pudo evitar comparar su ropa con el traje de Cloe y se sintió Incómoda al instante.

Jiang Li, Cloe y prácticamente todos los presentes en la recepción vestían según la moda más sofisticada del momento. ¿Cómo iba ella a saber que su estilo bohemio chic no pegaba con la fiesta de Laylah Hansen?, ¿Cómo iba a saber que la marca de ropa que solía comprar ni siquiera merecía el apelativo de chic? Cloe le contó que era subdirectora en Empresas Hansen, de un departamento llamado Drotronics.

¿Qué demonios era eso?, se preguntó Elizabeth, un tanto distraída, mientras asentía educadamente y desviaba la mirada hacia la entrada del restaurante. El Gesto de Hansen se suavizó ligeramente cuando Jiang Li se detuvo junto a ella y le habló.Unos segundos después, en su rostro se materializó una expresión de profundo aburrimiento.

Sacudió la cabeza una vez y miró la hora. Era evidente que no le apetecía pasar por el ritual de tener que conocer a uno de los muchos destinatarios de sus esfuerzos más filantrópicos, al menos no más de lo que a Elizabeth le apetecía conocerla a ella. Aquella recepción en su honor no era más que otra de las tediosas actividades a las que tenía que someterse por haber resultado ganadora del proyecto. Se volvió hacia Cloe y sonrió de oreja a oreja, decidida a pasárselo lo mejor posible, ahora que por fin había confirmado que los nervios por conocer a su patrocinadora no habían sido más que una pérdida de tiempo.

-¿Y a qué viene tanto revuelo con Laylah Hansen? Cloe se sorprendió ante la frialdad de la pregunta y miró hacia la entrada del bar, donde permanecía la apuesta anfitrióna de la fiesta.

-¿Tanto revuelo? En una palabra, es una diosa. Elizabeth sonrió.

-Tú no sueles morderte la lengua, ¿verdad? Cloe se echó a reír y Elizabeth se le unió.

Por un momento, no eran más que dos chicas riéndose a escondidas y hablando de la mujer más guapa de la fiesta, sin duda Laylah Hansen, y eso Elizabeth tenía que reconocerlo. Es más, era la mujer más atractiva que jamás hubiera visto. De pronto advirtió la expresión en el rostro de Cloe y dejó de reírse. Se dio la vuelta.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now