Je ne peux pas te voir

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 85
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El siguiente gemido de Elizabeth sonó especialmente intenso, casi desesperado, tanto que Laylah no pudo evitar apiadarse de ella y subió un poco la potencia de vibración del aparato.

—Oooh —maulló Elizabeth. — Oh, Laylah... por favor, deja que me mueva.

—Estate quieta. —le ordenó Laylah, e introdujo el vibrador hasta que sintió que se le mojaban los dedos con los que lo sujetaba.

Su visión se reducía a la imagen, increíblemente erótica, del falo de silicona deslizándose a través de la estrecha abertura de la vagina. Solo oía los gemidos y los gritos desesperados de Elizabeth. Quería atormentarla, mantenerla al borde del precipicio, disfrutar del poder que ejercía sobre ella.

—Por favor, déjame que me corra. —suplicó Elizabeth, y las palabras salieron despedidas de su boca.

Al oír su voz, tan tensa, a punto de quebrarse, detuvo por un momento el movimiento de la mano. Ansiaba darle cuanto anhelaba... y mucho más. El conflicto que se había desatado en el interior de Laylah era demasiado cruento. Tiró del vibrador y lo lanzó sobre la cama.

—Levántate. —le ordenó.

Estaba tan excitada que las palabras habían salido con más crudeza de la pretendida. Elizabeth se dio la vuelta. Tenía las mejillas encendidas y un leve brillo de sudor en la frente y encima de la boca. Estaba más que preciosa. Hundió la punta del dedo índice entre los pliegues de los labios y ella gimió, pero Laylah mantuvo la mano inmóvil.

—Demuéstrame que quieres correrte.  —le exigió.
Elizabeth levantó la mirada. En sus ojos brillaba un deseo intenso, mezclado con confusión.
—Puedes correrte en mi mano, pero tienes que demostrarme cuánto lo deseas. Yo no pienso moverme. — Elizabeth se mordió el labio inferior y por un momento Laylah  casi se rinde. Casi.

—Adelante. —la animó.

Elizabeth cerró los ojos, como si quisiera protegerse de su mirada, y empezó a mover la cadera contra su dedo. De pronto, se le escapó un gemido. Laylah la observaba embobada, con la mano, el dedo y el brazo firmes pero sin acariciarla, obligándola a hacer todo el trabajo.

—Eso es. Demuéstrame que no te da vergüenza. Demuéstrame que sabes dejarte llevar por el deseo.

Elizabeth aumentó el ritmo de sus movimientos, rebotando contra la mano de Laylah... desesperada por cobrarse la recompensa prometida. De repente, un gemido frustrado se escapó de su garganta e Laylah estuvo a punto de rendirse por segunda vez. A punto.

—Abre los ojos, Elizabeth. Mírame.—le ordenó, abriéndose paso con la voz a través de la búsqueda desesperada de placer.

Elizabeth abrió los ojos, sin dejar de moverse rítmicamente contra la mano de Laylah. Le pesaban los párpados y desprendía una intensa sensación de desesperación, de total indefensión, de miedo a que el deseo fuera mayor que el poco orgullo que le quedaba.

—No tengas miedo. — Murmuró Laylah.  —Ahora mismo estás más bonita que nunca. Adelante, córrete en mi mano.

Tensó el bíceps para aplicar más presión y así proporcionarle el alivio que tanto necesitaba y que tanto se merecía, y luego cerró los ojos al sentir el delicioso tacto del fruto del orgasmo empapándole los dedos. Unos segundos más tarde, le dio la vuelta y consiguió sacar un par de palabras de su cerebro empantanado de deseo para ordenarle que se inclinara hacia delante y volviera a sujetarse a la estructura de la cama. Cuando finalmente introdujo la punta de su lengua en el cálido miasma del sexo de Elizabeth, la sensación de placer fue tan intensa que abrió los ojos atónita.

Era como penetrar a una mujer por primera vez —no, muchísimo mejor—, un escenario completamente nuevo en su vida, una experiencia iniciática e increíblemente poderosa. Sintió que se perdía en ella, que todo se volvía negro mientras el placer y la necesidad se acumulaban en su interior, llegando a afectarle la conciencia. Su lengua comenzó a moverse lascivamente deseando asaltar esa cueva de mieles sagradas. La tomó  como si fuera una salvaje, con los pulmones ardiendo, el sexo dolorosamente tenso, los músculos agarrotados... y el alma rompiéndose en jirones.

—Elizabeth. —exclamó entre los pliegues de ella.

Parecía enfadada, a pesar de que ya no lo estaba. Colocó una de sus manos en su trasero mientras que la otra se dirigía a su clítoris para estimularla. Elizabeth  se acomodó, de modo que la parte superior del cuerpo quedara ligeramente inclinada hacia delante, y luego siguió penetrados con la lengua y sus dedos, sintiendo el rápido latido de su corazón, los escalofríos propagándose por su piel con cada descarga, las paredes de su sexo contrayéndose alrededor de sus dedos.  Sin pensar, la sujetó por los hombros y la obligó a doblarse de nuevo, y luego la tomó  por la cadera con ambas manos,  con su mano derecha introdujo tres dedos,la embistió con movimientos cortos y potentes, luego introdujo los cuatro.

— Bien nena,  respira. — dijo  Laylah cuando la penetro totalmente  con el puño de su mano.

Tiró de su cuerpo con tanta fuerza que en algún momento los pies de Elizabeth dejaron de tocar el suelo. El orgasmo atravesó el cuerpo de  Elizabeth con la fuerza de un rayo y le arrancó un gemido de la garganta, mientras contraria el puño de Laylah como si quisiera llevárselo a sus rincones más ocultos. Laylah sentía un instinto casi primario, a pesar de la crisis en la que estaba sumida, una necesidad incontenible de marcarla, de poseerla... de hacerla suya.

Sacó el puño, cálido y brillante, del maravilloso sexo de Elizabeth y  le acaricio la vulva a Elizabeth y se lamió la mano para deleitarse de la esencia de Elizabeth. La tormenta ya había pasado, pero Laylah se negaba a moverse. Permaneció inmóvil, con la mano en sus labios, jadeando para recuperar el aliento e incapaz de apartar los ojos de la poderosa imagen que era el cuerpo desnudo de Elizabeth cubierto de  su esencia. Pensó en la dureza con que la había castigado, en cómo la había obligado a tragarse el orgullo y correrse en su mano, en cómo se la había tirado como una posesa.

El remordimiento se abrió paso tímidamente en su conciencia hasta convertirse en un rugido atronador. La ayudó a incorporarse y luego fue al lavabo a por una toalla. Le limpió cuidadosamente el sudor del cuerpo y se quitó la camisa para ponérsela sobre los hombros. Se había equivocado al exponerla de aquella manera.
La miró a los ojos con un esfuerzo infinito mientras abrochaba los botones de la camisa, cubriendo la suave piel que tanto adoraba... que tanto veneraba.

Abrió la boca para hablar, pero ¿qué podía decirle? Su reacción había sido dura y egoísta y probablemente imperdonable. Quería demostrarle que se equivocaba al creerse enamorada de ella,  pero ahora que lo había conseguido, solo sentía un remordimiento abrasador. Incapaz de sostenerle la mirada un segundo más, se dio la vuelta y desapareció por la puerta del dormitorio.

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Hola lectores espero que estén bien, les deseo un feliz día  de la amistad y el amor, que se la pasen bien con sus seres queridos y disfruten de su compañía y ánimos a aquellos que se declararan o le regalarán algo especial a quien sea su Crush, suerte en ello y bueno para nosotros los solteros pasemonos un día disfrutandonos porque cada uno tiene algo en especial que es hermoso y bello, ya nos llegará el día en que digamos " ¿ Y que le regalo?" O " Ya se que darle", solo es de esperar, ya nos llegará alguien, sin más palabras gracias por leerme y dedicarme su tiempo, les deseo un bonito día.

Att: M

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Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now