Votre force

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 75
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Permanecieron varios minutos inmóviles, o eso le pareció a Elizabeth, aunque luego sospecharía que no había sido tanto tiempo. Sin embargo, lo que sí hizo fue acariciarle dulcemente la espalda, la cadera, el trasero durante lo que pareció ser una deliciosa eternidad, hasta que sus respiraciones volvieron a la normalidad. Finalmente se separó de ella, se saco el consolador sin antes, ayudó a Elizabeth a incorporarse y luego le dio la vuelta entre sus brazos. Sus bocas se encontraron Elizabeth cerró los ojos y se entregó al beso con el mismo ímpetu con que se había entregado al sexo.

—¿Sabes qué me gustaría hacer contigo ahora mismo? — Murmuró Laylah sobre sus labios un instante más tarde. Elizabeth se pasó la lengua por los labios y la miró a los ojos. Le pesaban un poco los párpados.

—¿Qué?

Algo brilló en los ojos azules de Laylah, con tanta intensidad que Elizabeth no pudo evitar preguntarse si la llama que ardía en su interior seguía viva. Ella negó con la cabeza una sola vez, como si quisiera sacarla de dudas, y luego le cogió la mano. Salieron de la estancia e Laylah  cerró la puerta con llave.

—Vístete y espérame aquí.  —le dijo.

Elizabeth la siguió con la mirada, debatiéndose entre la sorpresa ante su comportamiento y la admiración al ver su hermoso trasero desnudo, una visión de la que, hasta entonces, no había podido disfrutar tanto como le habría gustado. Cuando unos minutos más tarde Laylah volvió a entrar en el dormitorio, Elizabeth ya estaba vestida y la miraba con una expresión entre el placer y la sorpresa.

Laylah llevaba unos vaqueros de corte bajo que se adaptaban perfectamente a sus caderas, una de las camisetas blancas que se ponía bajo el equipo cuando practicaba esgrima y una chaqueta de cuero negro colgando del brazo. Elizabeth sintió que se quedaba sin aliento al ver su cuerpo, firme y musculoso, ataviado de aquella manera. Jamás se cansaría de mirarla.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó incrédula.

—He cambiado de idea.  — Dijo Laylah.

—¿Sobre qué? — Preguntó Elizabeth.

— Sobre ir a trabajar. Vayamos a dar una vuelta en moto. Quiero verte en acción.

Elizabeth la miró boquiabierta, hasta que se le escapó una carcajada. No se lo podía creer. ¿ Laylah tomando una decisión sobre la marcha? ¿Sin haberlo planeado? Presa de la emoción, se puso su chaqueta nueva y Tomó el casco y los guantes.

—No sabes la que te espera.  —le dijo Elizabeth antes de dirigirse hacia la puerta.

—¿Me lo dices o me lo cuentas? —respondió Laylah con ironía, arrancándole una sonrisa.

¿Cómo era posible que un día que había empezado tan mal, tan monótono y aburrido, acabara de aquella manera?, se preguntó Elizabeth mientras se montaba en el ascensor junto a Laylah,  que estaba increíblemente sexy con los vaqueros, la chaqueta y el casco bajo el brazo. Laylah se dio cuenta de que la estaba mirando y sonrió con gesto lento, delicioso... incluso un poco pícaro.

El sonido de una campanilla anunció que ya estaban en el garaje, despertándola de la ensoñación con la que admiraba sus hermosos y gruesos labios. Se dirigieron hacia la zona privada en la que Laylah guardaba sus coches, y que Elizabeth ya conocía por las lecciones de conducción con Aaron. El chófer tenía una pequeña oficina allí, donde guardaba las herramientas necesarias para encargarse del mantenimiento y la limpieza de los vehículos de su jefe. Laylah se montó en su moto negra con gesto decidido.

—¿Qué, te subes? —le dijo, al darse cuenta de que Elizabeth tenía la vista clavada en la moto que descansaba junto a la suya. Aunque era un poco más pequeña, su aspecto era igualmente agresivo con todos esos cromados relucientes y con la cubierta negra decorada con rayas rojas.

—¿De dónde ha salido esto? —preguntó Elizabeth sorprendida.

Laylah se encogió de hombros y, apoyando ambos pies en el suelo, enderezó la moto que tenía entre las piernas. ¿Cómo podía Laylah estar igual de natural a lomos de una moto deportiva que ataviada con un traje hecho a medida y rodeada de lujo por todas partes? La sola visión de sus manos enfundadas en cuero era suficiente para provocarle un escalofrío.

—Es tuya. — Respondió Laylah, refiriéndose a la moto.

—¡No! Quiero decir que...

De pronto se arrepintió de su reacción y guardó silencio, mirándola con una súplica en la mirada. La tarde había ido tan bien... Los cuadros, el compromiso de Laylah de que intentaría no controlarla más allá de las paredes del dormitorio, el regalo de la chaqueta y el casco, y el que ella le había hecho a cambio, la forma en que la había poseído... cómo le había hecho el amor. No quería estropearlo todo con una discusión, no por aquello. Era demasiado, ¿no? Sobre todo después de lo de los cuadros y del equipamiento para montar en moto. Sin embargo, antes de que tuviera tiempo de protestar, Laylah se le adelantó.

—Está bien, es mía. Tengo muchas motos, Elizabeth. Te la presto. —le dijo, observándola con una mirada seca. — ¿Podrás aceptarla?

Elizabeth se acercó a la moto y, con una sonrisa en los labios, se montó en ella, emocionada al sentir sus formas poderosas entre las piernas.
Claro que sí. Aquello sí podía aceptarlo. Según Aaron, Elizabeth tenía un talento natural para las motos, o eso era lo que le había dicho el chófer el día en que Laylah le había preguntado qué modelo debería comprarle. Estaba claro que tenía razón. Verla recorriendo las calles de la ciudad, tomando curvas cerradas y volando por carreteras secundarias rodeada de naturaleza era un auténtico placer.

Cuando se dio cuenta de que lo que sentía era en realidad orgullo, no pudo evitar reírse mentalmente de sí misma.  ¿Qué importancia tenía que hubiera sido ella  la encargada de introducirla en algo nuevo que era evidente que le encantaba? Lo importante era que ella lo hubiera descubierto, que hubiera profundizado en otra capa más de lo que sin duda era una veta, profunda y hasta entonces desconocida, llena de talentos y habilidades nuevas. Miró a un lado y vio a Elizabeth junto a ella mientras entraban de nuevo en la ciudad por Lake Shore Drive.

Ella levantó el pulgar e Laylah casi pudo ver una sonrisa iluminándole la cara bajo la visera negra del casco. Era como si algo relacionado con las motos destacara su fuerza física natural, su energía, tan vital y fresca... ... y su hermoso trasero enfundado en la firme tela de los vaqueros. Cada vez que lo miraba, que era bastante a menudo, le venían ganas de arrastrarla de vuelta al apartamento.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now