Mamá

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 39.5
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Elizabeth perdió la noción del tiempo, fascinada por la sensación del cálido aliento de Laylah acariciándole el hombro y la nuca.

—¿Laylah? —preguntó, aprovechando que la respiración de ella era más regular y que había empezado a acariciarle la cadera lánguidamente.

—Dime. —respondió ella con una voz un tanto agitada y áspera.

—¿De verdad estás molesta conmigo?

—No, ya no.

—Pero ¿antes lo estabas? —insistió.

—Sí. Elizabeth. — giró la cara. El rostro de Laylah parecía hechizado por el movimiento de su propia mano sobre el cuerpo desnudo de Elizabeth.

—No lo entiendo. ¿Por qué? Laylah dejó de deslizar la mano por su costado y frunció los labios.

—Por favor, dime por qué. —susurró ella.

—Cuando era pequeña, de vez en cuando mi madre desaparecía. — respondió Laylah.

—¿Desaparecía? —preguntó Elizabeth lentamente.

— ¿Por qué? ¿Adónde iba? — Ella  se encogió de hombros.

—Quién sabe. La encontraba en sitios distintos: arrastrándose por una carretera rural, intentando alimentar a un cachorro aterrorizado con hojas, bañándose desnuda en las aguas de un río helado...  — Elizabeth estudió el rostro impasible de Laylah y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—¿Tenía alguna enfermedad mental? —preguntó, recordando lo que le había dicho la señora Morrison.

—Esquizofrenia.—respondió ella, retirando la mano de la cadera de Elizabeth y apartándose unos mechones de pelo de la frente— de tipo desorganizada, aunque a veces también se volvía bastante paranoica.

—¿Y era... era así todo el tiempo? —preguntó Elizabeth, a pesar del nudo que se le había formado en la garganta.

La mirada de ojos azules de Laylah se clavó en los suyos y Elizabeth rápidamente disimuló su preocupación, intuyendo que ella la había confundido con pena.

—No, siempre no. A veces era la madre más dulce y cariñosa del mundo.

—Laylah. —la llamó suavemente cuando ella se disponía a incorporarse. Notó que se alejaba de ella y se arrepintió de haber sido ella quien lo provocara.

—No pasa nada. —respondió ella, y apoyó los pies en el suelo, aún de perfil.

— Quizá eso te ayude a comprender por qué preferiría que no desaparecieras de esa manera.

—Si vuelve a pasar algo así, me aseguraré de dejarte una nota, pero tienes que entender que necesito tomar mis propias decisiones. —explicó Elizabeth, estudiando su reacción con los nervios a flor de piel.

No estaba dispuesta a prometerle que siempre estaría esperándola donde ella quisiera solo para ayudarle a controlar su ansiedad. Laylah giró la cabeza hacia ella. Elizabeth se dio cuenta de que estaba molesta. ¿Pensaría decirle que o se atenía a sus exigencias o ponían fin al acuerdo allí mismo?

—Preferiría que te quedaras donde estás si se repite una situación como esta.—dijo.

—Lo sé, te he oído. —respondió ella, conciliadora. Se incorporó y le acarició el mentón con la boca.
— Y tendré en cuenta tus preferencias antes de tomar una decisión.

Laylah cerró los ojos un instante, como si intentara recomponerse. ¿Es que esa mujer nunca dejaría de buscarle las cosquillas?

—¿Por qué no te aseas y nos vamos a dar una vuelta? —le preguntó, un tanto arisca.

Se levantó del sofá y se dirigió hacia la puerta, probablemente de la otra suite, para lavarse ella también. Elizabeth respiró aliviada. Al parecer, no tenía intención de mandarla de vuelta a Chicago por no cumplir su voluntad siempre que le viniera en gana. Un pequeño triunfo, había que reconocerlo.

—¿No vas a intentar enseñarme nada más? ¿Convencerme de que las cosas se hacen a tu manera? —preguntó Elizabeth, incapaz de disimular la sonrisa que le asomaba por la comisura de los labios.

Laylah  la miró por encima del hombro y Elizabeth vio un destello en sus ojos azules que le recordó al resplandor de un relámpago, como una tormenta gestándose en la distancia. Se le borró la sonrisa de la cara. ¿Cuándo aprendería a mantener la boca cerrada?

—El día aún no ha terminado, Elizabeth. —le dijo Laylah con voz firme y amenazante, antes de darse la vuelta y salir de la habitación.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora