Silencioses profunditats

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 3
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Cuando salieron del Gothecy, Laylah apenas abrió la boca. La guió hasta un paseo que discurría entre el río Chicago y la parte sur de la calle Wacker Drive.

-¿Adónde vamos? -preguntó Elizabeth para romper el silencio un par de minutos más tarde.

-A mi residencia. Sus sandalias de tacón alto se balancearon sobre el asfalto hasta que consiguió controlarlas y detenerse en seco.

-¿Vamos a tu casa? Laylah se detuvo y la miró. La insistente brisa del lago Michigan jugueteaba con su abrigo negro, que se le arremolinaba alrededor de las piernas, largas y fuertes.

-Sí, vamos a mi casa -repitió en un tono entre la burla y lo siniestro. Elizabeth frunció el ceño. Era evidente que se estaba riendo de ella.

«No sabe cuánto me alegro de estar aquí para entretenerla, Señorita Hansen.»

Ella respiró hondo y miró hacia el lago, visiblemente cansada de ella e intentando organizar sus pensamientos.

-Es evidente que no te sientes cómoda ante la idea, pero te doy mi palabra: esto es completamente profesional. Concierne a la pintura. La vista que quiero que pintes es la que se ve desde el piso en el que vivo. ¿No creerás que te voy a hacer daño...? Nos acaba de ver una multitud saliendo juntas del restaurante. No hacía falta que se lo recordara.

Era como si las miradas de todos los clientes del Gothecy se hubieran posado en ellas mientras se dirigían hacia la salida. Cuando empezaron a andar de nuevo, Elizabeth la miró de reojo. Por alguna extraña razón, la imagen del pelo oscuro de Laylah mecido por el viento le resultaba familiar. Cerró los ojos con fuerza y el déjà vu se desvaneció.

-¿Me estás diciendo que tengo que trabajar en tu apartamento?

-Es muy grande -respondió ella con sequedad.

-No tendrás que verme si no quieres. Elizabeth clavó la vista en el esmalte de las uñas de sus pies para esconder la expresión de su cara.

No quería que se diera cuenta de que, al escucharle, su cabeza se había llenado de imágenes no deseadas; visiones de Laylah saliendo de la ducha, su cuerpo desnudo aún brillando mojado, con una toalla alrededor de sus hombros cubriendo parte de sus senos bajando hasta su entrepierna como única barrera entre sus ojos y la visión de la gloria más absoluta.

-Es poco ortodoxo -dijo ella.

-No suelo ser muy ortodoxa-respondió laylah en un tono tajante.

-Lo entenderás cuando veas la panorámica. Hansen vivía en el 340 de East Archer, un edificio de estilo renacentista de la década de los veinte que Elizabeth había admirado desde el día en que lo estudió en una de sus clases. Era una torre elegante y amenazadora de ladrillo oscuro, y de algún modo le pegaba.

Tampoco le sorprendió saber que su residencia ocupaba las dos plantas superiores. La puerta del ascensor privado se abrió sin emitir un solo sonido y ella extendió una mano a modo de invitación a pasar. Elizabeth entró en un lugar mágico. El lujo de las telas y los muebles era evidente, pero a pesar de ello la entrada conseguía ser acogedora, quizá de una forma austera, pero igualmente acogedora.

Vio su imagen reflejada en un espejo antiguo. Su pelo, largo y de un color rubio cobrizo, estaba irremediablemente despeinada y sus mejillas arreboladas. Le hubiera gustado creer que el rubor era efecto del viento, pero sospechaba que la verdadera responsable de ese tono era Laylah Hansen Y entonces vio las obras de arte y se olvidó de todo lo demás.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now