Tu ressembles à une perte

2.1K 124 6
                                    

ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 50
¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥

Al cabo de un rato, se le aceleró el corazón al ver a Laylah entrando en la habitación. Solo quería entregarle una caja que contenía las pastillas necesarias para tres meses de tratamiento anticonceptivo.

Laylah había decidido que Elizabeth tomara este tratamiento para mantenerse en calma ya que por desgracia con sus experiencias pasadas prefería que todas sus sumisas tomaran esta píldora así tendría en más precisión la fecha de su regla y no se molestaría en tocarlas por esos días, pero por otra parte cosa que no les decía directamente era porque si estas tenían relaciones con un hombre y se descuidaban y terminaban embarazadas, no se quería entrar de ello, sentir esa reacción de nuevo le causaría una repugnancia total hacia esa sumisa ya que le recordaría totalmente a algo que detestaba.

-Acaban de llegar. Marcelo, el farmacéutico, dice que deberías empezar a tomártelas de inmediato. Le he pedido que incluyera las instrucciones en inglés.- le dijo.

-Muy considerado por tu parte. Dijo Elizabeth y Laylah la miró fijamente al darse cuenta del sarcasmo que destilaban sus palabras.

-¿Estás molesta por que te haya sugerido que te tomes la píldora? He pedido que me envíen los resultados de una revisión reciente. Te los enseñaré en cuanto lleguen. Quiero que estés segura de que estoy limpia y perfectamente sana. Mientras estemos juntas, serás la única.

-No es eso lo que me preocupa. - Dijo Elizabeth, a pesar de que se había sentido aliviada al oír aquellas palabras. Debería haberse ocupado ella misma de sacar el tema antes. Laylah estudió su rostro en busca de respuestas.

-Te has dado cuenta de que llevo toda la noche preocupada, ¿verdad? Lo siento. -le dijo tras una pausa. - Tenía trabajo pendiente. La semana que viene remataremos una compra muy importante que llevamos meses planeando.

Elizabeth le dedicó una mirada ausente. No era el trabajo lo que la tenía tan molesta, y Laylah lo sabía. Era el contraste entre la increíble intimidad de la experiencia que habían compartido y la actitud distante que había adoptado desde entonces. La miró en silencio durante un instante, como si intentara ordenar sus pensamientos. Elizabeth ansiaba saber qué le iba a decir y sentía la necesidad de tomarle la mano.

-¿Quieres que te traiga un vaso de agua? - Elizabeth cerró los ojos, incapaz de ocultar la decepción ante aquella pregunta.

-Ya te dije que era terrible con las mujeres.-le dijo Laylah, luchando por dominar su voz.

-Una vez también me dijiste que no eras una mujer agradable. - Replicó Elizabeth, y abrió los ojos.

- No puedo evitar darme cuenta de que en ninguna de las dos ocasiones has expresado ni un ápice de remordimiento por lo que yo creo que son defectos... ni siquiera la intención, por remota que sea, de cambiarlos. - Dijo Elizabeth y los ojos de Laylah se llenaron de ira.

-Seguro que crees que puedes convertirme en una mejor mujer. -le dijo Laylah, retorciendo sus generosos labios como si hubiese mordido una fruta ácida. - Hazme caso, Elizabeth: ahórrate el esfuerzo. Soy como soy, y nunca te he mentido al respecto.

Elizabeth la siguió con la mirada mientras ella salía del dormitorio, muda, herida y enfadada. ¿Eso era lo que pensaba? ¿Que quería convertirla en otra persona solo porque estaba confundida tras su retirada, después de tener sexo con ella? ¿Y si tenía motivos para reprenderla? Había estado muy atenta con ella durante toda la velada y le había regalado una cena maravillosa con las vistas más románticas del planeta.

No le había ofrecido su corazón; le había prometido experiencias y placer, y había cumplido con creces. Los pensamientos se enredaban cada vez más en la cabeza de Elizabeth y le provocaban un nudo de ansiedad en la boca del estómago. Intentó leer un libro electrónico en el móvil, pero solo consiguió darle más vueltas al tema hasta que por fin se quedó dormida. Aquella mañana, cuando se había levantado, Laylah no estaba por ninguna parte.

Elizabeth recordaba vagamente el tacto de su cuerpo en algún momento de la noche: sus brazos rodeándola, la boca deslizándose sobre la piel de su cuello en un beso eléctrico. Sin embargo, se le hacía difícil saber si aquel recuerdo era producto de su imaginación o una realidad. Sobre la mesita de noche, junto a la cama, había una nota.

Elizabeth: Tengo un desayuno de trabajo en el mismo hotel, en La Galerie. Si te apetece, puedes pedir algo para desayunar al servicio de habitaciones. Salimos de París con destino Chicago a las 11.30. Por favor, recoge tus cosas y prepáralo todo. Volveré a la suite a recogerte sobre las 9.00. - Laylah.

Elizabeth leyó la nota con el ceño fruncido. A juzgar por sus palabras, parecía que ella no fuera más que un paquete o una maleta. A las nueve y diez, estaba en la sala de estar de la suite con el bolso y la mochila colgando del hombro, debatiéndose entre la pena de dejar la exquisita suite parisina, en la que Laylah le había enseñado tantas cosas sobre el placer, y el deseo de recuperar la normalidad -la cordura más mundana- de su vida cotidiana.

Comprobó la hora en el reloj y frunció el ceño. Laylah no aparecía por ninguna parte. A la mierda. Escribió una rápida nota para Laylah explicándole que se reuniría con ella en la recepción del hotel y abandonó la suite. Sentarse en la lujosa recepción a ver pasar a los acaudalados clientes del hotel la ayudaría a distraerse un rato. Una vez abajo, se dejó caer en una de las mullidas sillas de la recepción y metió la mano en el bolso en busca del teléfono móvil, con la intención de comprobar los mensajes.

De pronto, con el rabillo del ojo vio algo que le llamó la atención. Cuando se dio cuenta de que lo que le había llamado la atención era la figura alta y delgada de Laylah, se inclinó hacia atrás para poder mirar más allá del respaldo de la silla.
Laylah estaba saliendo del La Galerie, uno de los restaurantes del hotel, rodeando con un brazo a una elegante mujer de melena negra, de unos treinta y tantos años. Elizabeth no podía oír de qué hablaban, pero el diálogo le pareció intenso... casi íntimo.

¿Sería por eso por lo que, instintivamente, se había escondido tras el respaldo de la silla para no ser vista? Laylah metió una mano en uno de los bolsillos de la chaqueta que llevaba y le entregó un sobre a la mujer. Ella lo tomó con una sonrisa y, poniéndose de puntillas, le dio un beso en la mejilla. Elizabeth sintió que se le paralizaba el corazón al ver que Laylah sujetaba a la mujer por los hombros y la besaba en ambas mejillas como respuesta. Intercambiaron una sonrisa que a Elizabeth se le antojó conmovedora... triste.

La mujer asintió, como si quisiera asegurarle en silencio que todo saldría bien, inclinó la cabeza y se alejó, atravesando la brillante superficie de mármol de la recepción, mientras guardaba el sobre dentro del maletín que llevaba colgando del brazo. Laylah se quedó de pie, inmóvil observando cómo se alejaba aquella extraña con una expresión que nunca antes había visto en sus rasgos, tan marcados y femeninos.
Parecía un poco perdida.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now