Où est-il allé

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 77
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-Creo que te lo has pasado bien en tu primer concierto de k-pop. -la provocó Elizabeth con una sonrisa, recordando algo que ella le había dicho mientras estaban tumbadas sobre una de las mantas, a escasos metros de una audiencia enloquecida que, en realidad, parecía estar a kilómetros de ellas.

-Me lo he pasado bien tocándote. - Respondió Laylah, despertando un intenso rubor en las mejillas de Elizabeth, Luego la miró de arriba abajo.

-¿Por qué no te pones algo más cómodo? - Preguntó Laylah. Elizabeth se estremeció al oír su voz profunda y ver el brillo que desprendían sus ojos, y se dirigió hacia el lavabo.

-Y Elizabeth... -Ella se dio la vuelta, y al ver que Laylah no decía nada, frunció el ceño confusa.
-También lo ha sido para mí.-dijo Laylah finalmente. Elizabeth se sintió aún más desconcertada. -El mejor día de mi vida.

Y la dejó allí plantada, siguiéndola con la mirada hasta el vestidor, con los ojos abiertos como platos y el corazón latiendo desbocado, debatiéndose entre la incredulidad y algo mucho más profundo. Aquel arranque de sinceridad inesperada le trajo a la memoria unas palabras procedentes de la región más oscura y remota de su cerebro, unas palabras que ensombrecieron el sentimiento de alegría que había experimentado al oír lo que le acababa de decir Laylah.

«Te ofrezco placer y experiencia, nada más. No tengo nada más que ofrecerte.»

¿Cuánto tiempo podía durar algo tan maravilloso como aquello, teniendo en cuenta que se negaba a abrirse a los demás? ¿Cuánto tiempo duraría, ahora que sabía que había puesto en peligro su corazón para intentar resolver el enigma que era Laylah Hansen? Las siguientes semanas pasaron volando, el resplandor cada vez más intenso de los sentimientos de Elizabeth hacia Laylah lo bañaban todo. Pronto se acostumbró a sus cambios de humor, consciente de que a menudo, cuando parecía distante, en realidad estaba procesando cantidades ingentes de información, planeando nuevos movimientos en sus empresas, tomando decisiones con una rapidez y una precisión asombrosas.

Laylah continuó con sus clases de alcoba y Elizabeth no tardó en mejorar bajo su tutela. Seguía siendo tan intensa y exigente como siempre, quizá incluso más, pero en cuanto ella empezó a sentirse más cómoda en su papel de sumisa y a confiar más en Laylah, sus encuentros se transformaron, se volvieron más dulces hasta convertirse en un auténtico intercambio de poder, afecto y placer. Elizabeth sospechaba que la experiencia era ahora más intensa porque había más intimidad entre las dos, y se preguntaba si Laylah sentía lo mismo.

Laylah extendió las clases a otras actividades fuera del dormitorio, como la esgrima, por la que Elizabeth no tardó en desarrollar un gran interés. También dedicaban los domingos a repasar los puntos básicos de la inversión financiera, e Laylah la retó a que le presentara un plan viable para invertir su dinero a partir de lo que había aprendido con ella. Elizabeth le presentó dos opciones distintas en dos ocasiones. Por las preguntas de Laylah y la forma en que fruncía ligeramente el ceño, no le quedó más remedio que rediseñar ambos planes desde cero.

En la última presentación, sin embargo, se ganó una tímida sonrisa y supo que por fin había aprendido algo importante sobre cómo manejar su dinero. Así, Laylah no solo le enseñó a amar y a desear, sino también a dominar algunos aspectos básicos de la vida. Y ella no fue la única encargado de las lecciones. Con el apoyo de Elizabeth, Laylah aprendió a ser espontánea de vez en cuando, a vivir el momento... a experimentar la vida como una treintañera en lugar de como alguien mucho mayor. El problema era que Laylah nunca le había dicho, al menos no con palabras, lo que sentía por ella o por su relación, y Elizabeth era demasiado tímida y tenía demasiado miedo como para confesarle que se había enamorado de ella.

¿No era eso exactamente lo opuesto a lo que para ella tenía que ser aquella relación? ¿Se apiadaría de ella por confundir el deseo y el placer con algo mucho más profundo? Aquellos pensamientos la atormentaban día y noche, y cuando estaban juntas, tenía que luchar con todas sus fuerzas para sacárselos de la cabeza. Aborrecía perder el tiempo con preocupaciones que no correspondían al presente sino al futuro. Era como caminar sobre la cuerda floja, siempre intentando mantener el equilibrio sobre el estrecho filo que era su aventura con Laylah, siempre preocupada por no caerse y perderla, o porque Laylah se alejara de ella. Hasta que una fría tarde de otoño llegó el temido momento.

Elizabeth estaba trabajando en el estudio, enfrascada en los últimos detalles del cuadro. Levantó el pincel del lienzo y, aguantando la respiración, observó detenidamente la pequeña silueta negra: una mujer vestida con un abrigo negro sin abotonar, caminando junto al río con la cabeza agachada, protegiéndose de la gélida brisa del lago Michigan. ¿Se daría cuenta Laylah de que la había vuelto a incluir en uno de sus cuadros?
Al menos para ella tenía sentido, pensó mientras limpiaba el pincel: Laylah se había enredado en cada uno de los hilos que tejían la vida de Elizabeth. El corazón le dio un vuelco al observar la pintura desde lejos. Terminado.

El proceso siempre era el mismo: una vez que la palabra aparecía dentro de su cabeza, no añadía ni una sola pincelada más al lienzo. Salió del estudio, incapaz de contener la alegría por el trabajo hecho, y fue en busca de Laylah.
Era domingo e Laylah había decidido quedarse a trabajar en la biblioteca en lugar de ir a la oficina.
Estaba a punto de doblar la esquina del pasillo que llevaba a la biblioteca cuando, de repente, oyó el sonido de una puerta al abrirse y unas voces tensas y contenidas: una conversación entre dos mujeres.

-... más razón aún para actuar rápidamente, Gabriella. - Dijo Laylah.

- Insisto en que no hay garantías, Laylah. Solo porque el momento sea especialmente bueno no significa que los resultados vayan a perdurar en el tiempo, pero en el instituto tenemos esperanzas...

La voz de la mujer, con un acento británico muy marcado, fue apagándose a medida que Laylah y ella se alejaban por el pasillo hacia el ascensor, no sin que antes Elizabeth pudiera verla. Era la mujer de aspecto atractivo con la que Laylah había desayunado en París, a la que se había referido como una amiga de la familia. Sintió una punzada de preocupación al notar el tono tenso de la conversación, parecido al que había percibido en la recepción del hotel. Al igual que aquella vez, se retiró en silencio y volvió rápidamente al estudio. No sabía por qué pero lo sabía: Laylah no querría tenerla cerca merodeando en ese momento... haciéndole preguntas... intentando cuidar de ella.

Aunque eso fuera precisamente lo que ella necesitaba hacer más que nada en el mundo.
Elizabeth decidió limpiar su lugar de trabajo e invirtió más tiempo del estrictamente necesario, con la intención de darle tiempo a Laylah para que pudiera recuperarse. Una vez recogido todo, salió de nuevo en su busca, aunque esta vez sin éxito.Encontró a la señora Morrison en la cocina limpiando las encimeras.

-Estoy buscando a Laylah. -le dijo. - He terminado el cuadro.

-¡Vaya, no sabe cuánto me alegro! -La expresión de emoción del rostro de la señora Morrison se desvaneció en un segundo.

- Pero me temo que la señorita Hansen no está aquí. Ha tenido que irse de Chicago durante unos días. Una emergencia. - Elizabeth se sintió como si una fuerza invisible le hubiera aplastado el pecho.

-Pero... no lo entiendo. Si estaba aquí hace un momento. La he visto con esa mujer...

-¿La doctora Estrada? ¿La ha visto llegar? -preguntó la señora Morrison sorprendida. Doctora Gabriella Estrada. Así que ese era su nombre.

-He visto cómo se iba. ¿Qué ha pasado? ¿Laylah está bien? - Dijo Elizabeth.

-Sí, querida. No se preocupe por eso. - Dijo La señora Morrison.

-¿Adónde ha ido? -preguntó, incapaz de ignorar el dolor y la desconfianza que le provocaba que Laylah se hubiera marchado sin siquiera molestarse en pasar por el estudio a despedirse de ella. La señora Morrison evitó mirarla a los ojos y siguió frotando las encimeras.

-No estoy segura...

-¿De verdad no lo sabe o lo dice porque Laylah le ha pedido que no me diga nada? - Solto Elizabeth. La señora Morrison levantó la vista de la encimera y la miró sorprendida, yElizabeth le sostuvo la mirada.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now