Lumière d'un réverbère

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 14. 5
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Cuando llegaron a la calle oscura y flanqueada por árboles, se dio cuenta de que le costaba seguirle el paso. No tenía la sensación de estar tan borracha. Entonces, ¿por qué el mundo había adquirido un brillo irreal desde que había oído la voz autoritaria de Laylah ordenándole a Carl que la soltara?

-¿Te importa decirme qué demonios crees que estás haciendo? -Le preguntó Elizabeth sin aliento, mientras caminaba a trompicones junto a ella.

-Has vuelto a bajar la guardia, Elizabeth. -respondió ella, furiosa y apretando los labios.

-¿De qué estás hablando? -preguntó ella. De pronto, Laylah se detuvo en la acera, la atrajo entre sus brazos e, inclinándose sobre ella, la besó bruscamente. O con dulzura.

¿Por qué cuando se trataba de los besos de Laylah era incapaz de ver la diferencia? Gimió contra su boca y su cuerpo se puso rígido para luego amoldarse al de ella. El sabor de su boca y su olor la golpearon como un tsunami. Sintió que se le endurecían los pezones, como si esa piel tan sensible hubiera aprendido a asociar su sabor con el placer. Laylah retiró su boca de la de ella antes de lo que Elizabeth se esperaba -o quería-, teniendo en cuenta lo excitada que parecía estar.

Dios, cuánto deseaba a aquella mujer. Hasta aquel momento no había sido consciente de la verdad, tan obvia, tan violenta. Nunca había imaginado que una mujer como Laylah pudiera interesarse sexualmente por ella, así que tampoco se había permitido reconocer el deseo que sentía por ella. La distante luz de una farola se reflejaba en los ojos de ella, mientras que el resto de su cara permanecía en penumbra. Elizabeth sintió que la ira y la lujuria resonaban en la misma proporción en lo más profundo de su cuerpo.

-¿Cómo te atreves siquiera a considerar la posibilidad de que ese cabronazo sin licencia ponga una aguja sobre tu piel? ¿Y qué clase de idiota enseña el culo en una habitación llena de babosos? -le espetó. Elizabeth ahogó una exclamación de sorpresa.

-Babosos... Esos son mis amigos. -Parpadeó varias veces, mientras digeria lo que Laylah le acababa de decir.

-¿Carl no tiene licencia? Espera... ¿Y tú cómo has sabido que estaba ahí?

-Uno de tus amigos gritó el nombre del estudio de tatuajes alto y claro mientras hablábamos por teléfono. -respondió ella con sarcasmo, y se separó de Elizabeth, quien se estremeció de pies a cabeza en señal de protesta por su ausencia.

-Ah. -exclamó ella lentamente.

La siguió con la mirada mientras ella cruzaba un parterre de césped y abría la puerta de un sedán oscuro y de aspecto extremadamente caro. La observó con cautela.

-¿Adónde vamos?

-Si escoges subirte al coche, a mi ático. -respondió ella, escueta. El corazón empezó a tocarle un solo de batería en los oídos.

-¿Por qué?

-Como ya he dicho, has bajado la guardia, Elizabeth. Te dije lo que pensaba hacer la próxima vez que lo hicieras. ¿Lo recuerdas? El mundo de Elizabeth se redujo al brillo de los ojos en el rostro ensombrecido de Laylah y al latido de su propio corazón retumbándole en la cabeza.

«Nunca dejes de protegerte, Elizabeth. Nunca. La próxima vez que lo hagas, te castigaré.»

Elizabeth notó una sensación cálida y líquida entre las piernas. No... no podía decirlo en serio. De pronto, sintió el impulso irracional de volver corriendo al estudio y participar en las payasadas de borrachos de sus amigos.

-Tú eliges si quieres subir al coche o no. continuó Laylah, esta vez con menos dureza.

-Solo quiero que sepas qué pasará si lo haces.

-¿Me castigarás? -preguntó ella con voz temblorosa.

- ¿Qué me...? ¿Me azotarás? -No podía creerse que acabara de decir esas palabras en voz alta, como tampoco se acababa de creer que Laylah hubiera asentido.

-Exacto. Y por tu transgresión también te has ganado un buen azote con una pala. Te daría más si no fueras nueva en esto. Y te dolerá. Pero solo llegaré hasta donde puedas aguantar. Y nunca jamás te haría daño ni te marcaría, Elizabeth. Eres demasiado hermosa. Te doy mi palabra.

Elizabeth miró hacia las lejanas luces del estudio de tatuajes y luego otra vez al rostro de Laylah. Aquella era una locura a la que no podía resistirse. Ella no dijo nada, se limitó a cerrar la puerta tras ella cuando se subió al asiento del copiloto.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz