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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 73
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Quizá ese era el motivo, al menos en parte, por el que Elizabeth estaba dispuesta a aceptar sus regalos. Si Laylah estaba dispuesta a dar el brazo a torcer, ella debía hacer lo mismo. Obviamente, la chaqueta y el casco eran regalos fáciles de aceptar, se dijo Elizabeth, deslizando las manos por la elegante chaqueta.

Cuando se pasó las manos por encima de los pechos, algo brilló en los ojos de Laylah.  Elizabeth también notó algo: un fogonazo que le recorrió las venas. Dio un paso más, mientras Laylah la miraba fijamente, con las aletas de la nariz levemente hinchadas. De repente, la ausencia de la otra, el miedo a no volver a sentir el tacto de su piel, cobró vida en su conciencia.

—Comprueba el interés de las obligaciones y los costes añadidos, y compáralo con el del préstamo bancario. —dijo Laylah, aún al teléfono.

Elizabeth sintió una extraña mezcla de atrevimiento, gratitud y deseo en el pecho. Laylah le había regalado sus propios cuadros, de un valor incalculable para ella. Le había devuelto su pasado. Y ella quería darle algo a cambio. Se colocó delante de ella y le separó lentamente las rodillas. Luego se arrodilló en el suelo, mientras Laylah la observaba boquiabierta. Elizabeth acercó una mano a la hebilla plateada del cinturón de Laylah, pero esta la interceptó en el aire. Se miraron fijamente durante unos segundos. Elizabeth imploraba en silencio, hasta que Laylah le soltó la mano. Le desabrochó lentamente el cinturón.

—Pero las obligaciones nos darían más flexibilidad para próximas adquisiciones en las que queramos utilizar créditos bancarios.  —le dijo Laylah a su interlocutor.

Elizabeth intentó bajarle los pantalones, rozándole el pubis con los nudillos en el proceso. Laylah gimió y a continuación se aclaró la garganta para disimular el sonido. Luego levantó la cadera del sofá para que ella pudiera tirar de los pantalones y de las bragas,  gesto que Elizabeth le agradeció con una sonrisa. Unos segundos más tarde, sus dedos acariciaban los labios de Laylah, Elizabeth lo hacía con fascinación. Nunca antes la había visto tan blanda, tan suave.

La visión era tan sensual y el perfume de Laylah era tan intenso que la invadió una oleada de ternura y deseo. Enseguida notó que se comenzaba a mojar. Increíble. Cerró los ojos y se la cerco a ella para comenzar a lamerla lentamente.
Dios, cómo me gusta esto, pensó, sumida en la espesa neblina del deseo. Todavía no estaba completamente mojada así que Elizabeth quería sentir como el néctar de Laylah salía lentamente. Continuó haciendolo,  movía su lengua  arriba y abajo, cada vez con más entusiasmo, y notó que ella le acariciaba el cabello y luego hundía los dedos en él.

—Mmm... ¿Cómo dices, Michael? Sí, tú sopesa las dos posibilidades. —le oyó decir a lo lejos.

Laylah estaba totalmente excitada y su coño estaba caliente y mojado, con la mano la sujetaba del pelo y tiraba suavemente para marcarle el ritmo. Elizabeth empezó a usar la mano al mismo tiempo que la boca, acariciándole el clítoris.
De pronto, a Laylah se le escapó un sonido gutural y tuvo que toser para disimularlo.

—Mmm... sí, y hazme un favor, Michael. Prepárame una simulación con cifras para bonos a diez y a veinte años. Tomaré una decisión cuando tenga los datos. Sí, eso es todo por ahora, gracias. — Elizabeth apenas se dio cuenta de que Laylah había dejado caer el móvil sobre el sofá. Levantó la mirada, aún con sus labios deleitandose de Laylah.

—No te hagas la inocente.  —murmuró Laylah, utilizando la mano con la que la sujetaba del pelo para moverle la cabeza arriba y abajo, controlando el ritmo.

— Sabías perfectamente lo que estabas haciendo, ¿verdad? ¿Verdad? —le preguntó, la segunda vez con más firmeza, a pesar de que al mismo tiempo la animaba para que se moviera más deprisa.

— Tu objetivo en la vida es torturarme, Elizabeth.

Elizabeth chupó con toda sus fuerzas y sacudió ligeramente la cabeza. Laylah ahogó una exclamación de sorpresa.

—No hace falta que niegues lo evidente, preciosa. —le dijo, y su voz era cada vez más ronca.

Elizabeth gimió, poseída por la magia de darle placer, comenzó a penetrarla con dos dedos y a succionarle el clítoris con mas fervor.  Laylah gruñó de placer y le tiró del pelo hacia arriba, exigiéndole que chupara con más brío, con más fuerza. Elizabeth quería darle placer, sentir cómo sucumbía, probar su dulce elixir como la última vez. Laylah le empujó la cabeza de nuevo para que chupara y succionara bien su coño,  Elizabeth lamió bien sus labios y la penetro con tres dedos siguiendo a succionarle el clítoris, dándole rapidez a sus movimientos.

De pronto, Laylah empezó a correrse y el gemido se convirtió en un gruñido casi animal. Elizabeth sintió el orgasmo que tenía Laylah,  el interior le apretaba los dedos fuertemente,  sin saber porque ella continuó moviéndolos dentro de Laylah y sentía como sus dedos eran mas apretados.
Un par de segundos después, se retiró apenas unos centímetros, pero siguió deslizándose entre los labios de Elizabeth, vaciándose en su lengua hasta la última gota. Le soltó el pelo y empezó a masajearle el cuero cabelludo. Su cuerpo se desplomó sobre los cojines del sofá.

—Te mereces unos buenos azotes por lo que acabas de hacer.  —dijo Laylah, mirándola con los ojos entornados, mientras ella se limpiaba los labios con la lengua. Laylah sonrió y ella le devolvió la sonrisa. No parecía molesta, sino más bien saciada y satisfecha.

—¿Me los vas a dar? —le preguntó Elizabeth, estremeciéndose de excitación.

—No lo dudes. Te vas a llevar una buena zurra. No puedo permitir que me distraigas de esta manera mientras hago negocios, Elizabeth. —murmuró, aunque sus acciones contradecían por completo sus palabras: con una mano le acariciaba el pelo mientras con la otra hacía lo propio con la mejilla, ambas con gesto tierno, casi protector. Elizabeth no pudo evitar pensar que Laylah había disfrutado bastante con sus distracciones.

—Ve al lavabo y ponte una bata. —le ordenó.

Elizabeth se levantó del suelo y obedeció; podía sentir cómo le latía el corazón en la garganta. Cuando volvió al dormitorio unos minutos más tarde, se detuvo al ver que Laylah ya la esperaba, estaba vestida con un corcel negro  que elevaba sus senos cubiertos por un sujetador negro de encaje que le sentaba bien, en su cuello llevaba un collar negro con pinchos. Elizabeth trago saliva al ver que se le delineaban bien las curvas con ese corcel y la falda de látex negro que llevaba, unas medias negras largas hasta los muslos y unas botas altas.

—Sígueme. —le dijo, y la Tomó de la mano. Elizabeth abrió más los ojos al ver que sacaba el manojo de llaves del maletín.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now