Des draps

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 25
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Laylah apretó la tecla de «Enviar» en el ordenador; acababa de enviar un memorando detallado a todo su equipo sénior. Por milésima vez en los últimos quince minutos, desvió la mirada hacia el contorno de la forma femenina que se acurrucaba bajo una manta frente a ella.

El movimiento leve y regular de la manta le indicó que Elizabeth aún seguía descansando. Se había dado cuenta, en cuestión de segundos, del momento preciso en el que al fin había sucumbido al sueño, hacía ya cinco horas, tal era la atención que le prestaba. Si tenía problemas para concentrarse, si sufría, la culpa era solo suya. Ella le había insistido para que se quitara la ropa. Laylah se había sentado frente a ella para mirarla hipnotizada, mientras se quitaba una prenda tras otra, al tiempo que se le secaba la boca y el corazón le palpitaba rápidamente.

Cada vez que recordaba la escena, la sangre le latía con una fuerza desmesurada por la mirada esquiva y sus mejillas sonrosadas; su melena, larga y espectacular, meciéndose junto a su estrecha cintura; los pechos, desnudos y orgullosos, y los gruesos pezones; las piernas largas, moldeadas y firmes; y lo peor de todo, el remolino cobrizo de aspecto suave que asomaba entre sus piernas, suficientemente escaso para permitirle vislumbrar unos labios mullidos y generosos. Laylah no conseguía quitarse aquella visión de la cabeza, por lo que llevaba cinco horas seguidas manteniendo la misma postura de admiración.

No ponerle un dedo encima hasta la noche iba a ser un infierno, pero se había prometido a sí misma que se aseguraría de que aquella experiencia fuera realmente especial para ella.
La tortura sería aún mayor si la tocara pero no pudiera poseerla. Se quitó las gafas y se levantó de la butaca. Sería una tortura deliciosa, y ella estaba acostumbrada a sufrir. Se sentó en la butaca que había junto a ella. Elizabeth estaba acostada de lado, mirando hacia ella, con una expresión de paz y tranquilidad en el rostro. Tenía los labios un tono más oscuros de su rosa habitual.

Laylah sintió que el corazón se le apretaba al ver esa imagen. ¿Cabía la posibilidad de que estuviera excitada en sueños? Cogió un extremo de la manta, que descansaba sobre el hombro de Elizabeth, y la fue bajando lentamente hasta la altura de las rodillas, torturándose a medida que el esplendor de su cuerpo fue quedando al descubierto, centímetro a centímetro.
No pudo reprimir una sonrisa al ver que, efectivamente, tenía los pezones endurecidos y prietos. ¿Con qué clase de aventuras eróticas soñaba alguien tan inocente como Elizabeth? Su mirada se detuvo sobre la discreta mata de vello rubio oscuro que nacía en la confluencia de los muslos. ¿Ese brillo que acababa de ver era humedad? Se lo estaba imaginando... proyectando sus anhelos más secretos después de pasarse horas excitada.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें