C'est bon de te voir

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 72
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Diez minutos más tarde, Elizabeth llamó suavemente a la puerta del dormitorio de Laylah. Se oyó un «Adelante» y entró. Laylah estaba sentada en el sofá en la zona de descanso, con la americana abierta y las piernas dobladas, revisando los mensajes en el móvil.

—Estaba mirando los cuadros otra vez. —dijo Elizabeth.Siento haberme ido así.

—¿Estás bien? —le preguntó Laylah, y dejó el teléfono sobre el sofá. Elizabeth asintió.

—Estaba un poco... abrumada. — De repente, se hizo el silencio entre las dos. Laylah la miró fijamente.

—Pensé que te alegrarías de volver a verlos.

Elizabeth sintió que le ardían los ojos, y clavó la mirada en la alfombra oriental que cubría el suelo. Mierda. Pensaba que se había librado de las lágrimas.

—Y me alegro, más de lo que te imaginas. —respondió, y se atrevió a levantar la vista del suelo.

— ¿Cómo sabías que eso me alegraría?

—Sé cuánto te enorgulleces de tu trabajo.— Dijo Laylah, levantándose del sofá.— Imagino lo difícil que fue para ti separarte de ellos.

—Como desprenderme de una parte de mí misma. — Dijo Elizabeth, e intentó sonreír, sin dejar de retorcerse las manos. Su mirada se posó en el rostro de Laylah, que se había acercado a ella, y se quedaron ancladas mirándose.

—No sé cómo podré pagártelo. Es decir... Ya sé que los cuadros son tuyos, que los has pagado con tu dinero, pero para mí verlos todos juntos ha sido realmente especial. De todos modos, ¿no te parece que es demasiado?

—¿Por qué demasiado? ¿Crees que lo hago para que vuelvas a meterte en mi cama?

—No, pero...

—Lo he hecho porque tienes un talento muy especial. Ya sabes cuánto aprecio el arte. Me gustaría que tu obra fuera valorada como se merece. Mi intervención no serviría para nada si tú no fueras tan buena pintora, Elizabeth. — Elizabeth soltó lentamente el aire que guardaba en los pulmones. ¿Cómo iba a discutírselo cuando la sinceridad de Laylah parecía tan genuina?

—Gracias. Gracias por pensar en mí, Laylah. — Dijo Elizabeth.

—Pienso en ti más de lo que te imaginas.
Elizabeth tragó saliva y recordó lo que Elliot le había dicho... «Se le da bien ocultar sus sentimientos.»

—Siento haberte hecho enfadar la semana pasada. Me surgió una emergencia y tenía que ocuparme de ella sin falta. No estaba intentando evitarte. —  Explicó Laylah.

— Mis sentimientos con respecto a nuestra relación siguen siendo los mismos. Me gustaría que reconsideraras lo que dijiste el otro día. No puedo dejar de pensar en ti, Elizabeth.

—Si... si seguimos como hasta ahora, Laylah... ¿me prometes que no intentarás controlarme... que no querrás dominarme más allá de las puertas del dormitorio? — Preguntó Elizabeth, casi sin aliento.

Decir aquellas palabras le había costado más de lo que imaginaba, y cuando Laylah guardó silencio, sintió que el corazón le daba un vuelco. El rostro de Laylah seguía impasible, pero sus ojos brillaban llenos de emoción.

—¿Te refieres al sexo? Porque no puedo garantizarte que desee hacerlo únicamente en el dormitorio. Lo viste en París: la necesidad puede surgir en cualquier parte.

—Bueno, sí, me refería a eso. He de admitir que me gusta cuando me... dominas mientras lo hacemos, pero no quiero que controles mi vida.

—Quieres decir que no te controle como traté de controlar a Hannah, ¿no?

—Tú misma dijiste que confías más en mí de lo que confiabas en ella. — Advirtió que Laylah estaba considerando su propuesta y decidió explicarse mejor.

—Quiero darte las gracias por animarme a tomar las riendas de mi vida.— continuó, decidida a dejar bien claro que era perfectamente consciente de todos los cambios que había sufrido su vida gracias a ella y en tan poco tiempo.

— Te lo agradezco, Laylah, pero quiero ser la que se siente al volante del coche en el mundo real. Quiero decir más allá del sexo. —añadió con un hilo de voz. La boca de Laylah se tensó.

—No te puedo garantizar que nunca vuelva a meterme en tu terreno.

—¿Pero lo intentarás? — Laylah estudió su rostro; luego desvió la mirada y suspiró.

—Sí. Lo intentaré.

Elizabeth sintió que se le disparaba el corazón. Se abalanzó sobre ella y la abrazó, apretándole la cintura hasta arrancarle un gruñido de dolor. Cuando levantó la vista y miró a Laylah, le pareció que la escena le divertía. Seguramente había percibido su felicidad al oírle decir «Lo intentaré».

—Tengo una idea. —le dijo. — Vamos a dar una vuelta en tu moto. Conduzco yo.

—No puedo.— Dijo Laylah y le acarició la mejilla.

—Pero si Aaron dice que se me da muy bien, mejor incluso que el coche. — Dijo Elizabeth y Laylah sonrió de oreja a oreja, sorprendiendo a Elizabeth con aquel sencillo gesto.

—No me refiero a eso. Tengo trabajo pendiente en la oficina.

—Vaya. — Se lamentó Elizabeth alicaída, aunque no tardó en recuperarse. Sabía que Laylah se debía a su trabajo y a sus responsabilidades.

—Pero ahora que lo dices, te he traído una sorpresa de Londres. —dijo ella, con una leve sonrisa iluminándole la cara, siempre tan hierática.

—¿Qué es? — Preguntó Elizabeth.

Laylah la rodeó y se dirigió hacia el armario. Cuando se dio la vuelta, en una mano tenía un casco negro con un par de guantes de piel asomando por la visera y en la otra, una percha de la que colgaba una chaqueta de cuero negra.

—¡Dios mío, me encanta! —exclamó Elizabeth, sin apartar los ojos de la chaqueta. Era corta, hasta la cadera, y se cerraba en diagonal con una cremallera plateada y una hilera de botones. Seguro que le quedaba muy ajustada. Deslizó los dedos por el fino cuero, disfrutando de su tacto.

— ¿Me la pruebo? —le preguntó a Laylah, rebosante de emoción.

—¿Te hago un regalo y no protestas? —bromeó ella, mientras Elizabeth tomaba la chaqueta de la percha.

—Debería... —admitió Elizabeth, sonrojándose.— Es que... parecen hechos para mí. —añadió, sin apartar la mirada del casco.

—Eso es porque lo son. —murmuró Laylah.

Elizabeth  le sonrió por encima del hombro mientras se dirigía al lavabo, deseando mirarse en el espejo con la chaqueta puesta. ¿Cómo se las apañaba Laylah para encontrar siempre el regalo perfecto? Ojalá ella pudiera hacer lo mismo por ella. Oyó que el teléfono de Laylah sonaba a lo lejos, mientras subía la cremallera de la chaqueta y se daba la vuelta hacia un lado y hacia el otro frente al espejo. Le quedaba como un guante: moderna, elegante y sexy. Regresó a la habitación con una sonrisa en los labios. Laylah se había vuelto a sentar en el sofá y estaba hablando por teléfono. Arqueó las cejas impresionada y la miró de arriba abajo, mientras Elizabeth se paseaba frente a ella.

—¿Por qué no probamos con una emisión de obligaciones? — Le dijo a la persona que estaba a otro lado del teléfono, quienquiera que fuese.

Elizabeth se acercó a ella, sintiéndose ridículamente feliz tras la conversación que habían mantenido. ¿Estaría equivocándose al volver con ella? Pero Laylah se había comprometido a intentar no ser tan controladora, y eso significaba mucho para ella. Sabía que la gente no podía cambiar su forma de ser de la noche a la mañana; en el caso de Laylah, además, la necesidad de controlar a todos los que la rodeaban se remontaba a su infancia, cuando había tenido que cuidar de su madre, en vez de ser su madre la que se ocupara de ella.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now