Stimulé

3.8K 199 6
                                    

ᴇᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 6
¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥

Laylah abrió un cajón a su derecha y sacó algunos objetos antes de dirigirse a la cama. Era culpa suya por no haberse dado cuenta de que el deseo empezaba a alcanzar niveles peligrosos. Quizá podría traerse una mujer a casa el fin de semana, pero hasta entonces necesitaba aplacar el anhelo sexual que sentía.

Se echó un poco de lubricante en la mano.Su calor había aumentado en vez de bajar, sentía que Elizabeth tenia algo...

Cuando extendió el frío lubricante sobre sus labios, sintió un escalofrío de placer que le recorrió el cuerpo. Consideró la opción de tumbarse en la cama, pero no... Mejor de pie.
Tomo un estimulador de clítoris y masajeo sus labios suave y lentamente, sintiendo la sensación dejándose llevar, sus caderas se comenzaron a mover lentamente en forma circular.

El estimulador no era un sustituto. Tenía a un montón de mujeres experimentadas y deseosas de ser folladas con solo chasquear los dedos. Sin embargo, con el paso de los años había aprendido la lección más importante de todas: la discreción. Había ido reduciendo una lista más que considerable hasta limitarla a dos mujeres que sabían qué quería exactamente en el terreno sexual y que comprendían los parámetros de lo que ella estaba dispuesta a dar a cambio.

El uso del estimulador era puramente práctico.
No era más que un juguete sexual al que, una vez cumplida su función, no le debía absolutamente nada. Pero ese día sintió una emoción especial al sentir el estimulador tocando sus labios mayores para luego descender a los menores, cerrando sus ojos, tocando sus senos.

Ah, sí. Eso era lo que necesitaba: un buen orgasmo que le quitará la calentura.

Siguió estimulándose aumentando la velocidad y los músculos del abdomen, del culo y de los muslos se tensaron con el movimiento. El estimulador la estaba llevando por donde ella quería, sus caderas se aceleraron y el estimulador hacia bien su trabajo en el clítoris.

Normalmente mientras se masturbaba cerraba los ojos e imaginaba una fantasía erótica, pero por alguna razón, esta vez no podía apartar los ojos de la visión de su pelvis ya estimulándose. Imaginó unos labios generosos en lugar del estimulador, y unos grandes ojos oscuros mirándola desde abajo.
Los labios de Elizabeth. Los ojos de Elizabeth.

«No deberías perder el tiempo seduciendo a una inocente. ¿Acaso no te pillaste los dedos una vez haciendo exactamente eso?»

Le gustaba dominar, quizá a su pesar, pero en el terreno sexual sabía lo que se hacía. Había aprendido a aceptarse tal y como era, consciente de que sus gustos iban ligados a un destino en la vida lleno de soledad. Y no es que quisiera estar sola, pero era lo suficientemente inteligente para aceptar que aquello era inevitable.

Su trabajo la consumía. Una obsesa del control. Eso era lo que todo el mundo decía de ella: los medios de comunicación, los miembros de la comunidad empresarial... La que fue su mujer. Y ella se había resignado a creer que tenían razón. Afortunadamente, con el tiempo se había acostumbrado a la soledad.

No tenía derecho a someter a una mujer como Elizabeth a una naturaleza tan exigente. Apenas podía oír la voz de alarma que sonaba en su cabeza, ahogada por el latido de su corazón y los gemidos de placer que se arrancaba cada vez que embestía.

La usaría para su propio placer, violaría su dulce boca. ¿Se asustaría Elizabeth cuando la poseyera por la fuerza? ¿Se excitaría? ¿Ambas cosas? Gruñó al considerar la idea y aumento más la estimulación más deprisa. Los músculos de su cuerpo se tensaban por momentos. No quería correrse excitándose con su propia mano. Sin embargo, lo que le apetecía estaba fuera de su alcance, de modo que tendría que conformarse consigo misma.

Aunque lo que en realidad quisiera fuera dominar a una belleza de largas piernas y cabellera dorada, ordenarle que se arrodillara frente a ella y dejarla succionarle el coño con esa boquita que tenía ... Aunque lo que de verdad quisiera fuera ver la explosión de emoción en sus ojos cuando ella llegara al clímax y se entregara por completo a ella.

De repente sintió la bofetada del orgasmo, súbita y deliciosa al mismo tiempo. Reprimió una exclamación de sorpresa al sentir ese orgasmo esperado y ansiado Un momento después cerró los ojos y gimió con voz áspera, sin dejar de correrse.

Dios, qué tonta era. ¿Por qué no lo había hecho antes? No podía parar de correrse. Era evidente que necesitaba liberarse. No solía ignorar sus necesidades sexuales y tampoco sabía por qué había pasado toda la semana en una estricta abstinencia. Se había comportado como una estúpida. Aquello podría haber derivado en una pérdida de control y eso era algo que no podía permitirse. La gente que no se ocupaba de sus necesidades acababa cometiendo errores y volviéndose más despistada y, por tanto, peligrosa.

Con los últimos espasmos del orgasmo los músculos empezaron a relajarse.
Retiró el estimulador del clítoris y lo acomodo cerca de una pequeña mesa y se quedó allí de pie, con la respiración acelerada.

Elizabeth era una mujer como ninguna otra. Pero ¿y si no era así? La había cogido por sorpresa con su pintura. A Laylah eso le incomodaba, como si tuviera un bulto bajo la piel. Le provocaba ganas de raptarla, de hacerle pagar por haber hurgado en su mente, por haber visto cosas con aquel talento tan especial y tan preciso.

Dominaría aquel deseo tan poderoso como fuera. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el baño para asearse y prepararse para la sesión de esgrima. Más tarde, mientras se vestía, se dio cuenta de que seguía teniendo la necesidad de liberarse, no le fue suficiente con lo que acababa de hacer, muy sensible y su calentura no había bajado del todo. Maldición. Haría una llamada y avisaría a Elizabeth y a la señora Morrison de que el fin de semana quería tener intimidad en su casa. Era evidente que necesitaba una mujer experimentada que supiera exactamente cómo darle placer para aplacar aquel deseo tan extraño.


Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now