Anxiété

3.4K 184 1
                                    

ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 17
¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥

Elizabeth se sentía un poco ansiosa por saber que sucedería y además le intrigaba a donde iría Laylah y exactamente que pensaba hacer con ella, lo que sucedió hace unos segundos corría vivamente por su piel, era como si ella fuese el lienzo y Laylah el pintor que sabia como darle color vivo, aun sentía el calor que recorría por su cuerpo y mas aún por donde había sido azotada. Laylah volvió del lavabo con un peine en la mano.

-Permíteme que te peine junto al fuego para que se te seque el pelo. Ella la miró atónita, y ella le devolvió una sonrisa inocente.

-Tengo que hacer algo cuanto antes para calmarme un poco. Elizabeth le devolvió la sonrisa y, cuando se lo pidió, se colocó de espaldas a ella.

La sensación paradójica de relajación y intensa expectación creció cuando Laylah le dividió el pelo en mechones y fue peinándolos uno a uno, deslizando el peine con una cadencia lenta y sensual. De pronto la cabeza se inclinó hacia delante.

-¿Tienes sueño? -murmuró Laylah a su espalda.

su sola voz parecía suficiente para que sintiera un cosquilleo en los pezones. El cálido hormigueo del clítoris se intensificaba por momentos. Maldito sueño.

-No, en realidad no. Es que es muy agradable. Laylah deslizaba el peine de la base del cabello hasta las puntas aún mojadas, que casi le llegaban a la cintura.

-Nunca había visto un cabello como el tuyo. Rubio cobrizo. -musitó en voz baja. Le acarició el trasero, provocándole un escalofrío, y, antes de dejar el peine sobre la mesa, exhaló como si la hubieran derrotado.

- Hasta aquí el intento de calmarme. Será mejor que continuemos. Sígueme.

Se dirigió hacia el sofá, tomó asiento en el cojín central con las piernas levemente separadas y bajó la mirada hasta su regazo a modo de orden silenciosa. El subconsciente de Elizabeth regresó a la realidad hecho una fiera. Estaba
desnuda y él vestido, y además no tenía ni la más remota idea idea de qué se suponía que debía hacer. De pronto vio que los ojos de Laylah ardían en deseo, tuvo que tragar saliva. Elizabeth aparto la mirada de ella, casi como si supiera lo que iba a suceder, Elizabeth se colocó sobre el sofá a cuatro patas, formando un puente sobre los muslos de Laylah, y fue bajando. Laylah la sujetó por la cintura para situarla donde ella quería.

-Esta es la posición exacta en la que te pondrás cuando quiera azotarte sobre las rodillas. ¿Lo has entendido? -le preguntó, acariciándole el trasero con una mano cálida. Elizabeth aún notaba la zona muy sensible debido a la pala, aunque no le resultaba desagradable.

-Sí. -respondió ella, asintiendo al mismo tiempo. El cabello le cayó sobre la cara.

-Una cosa más. -continuó Laylah. Le apartó la melena con cuidado, se la pasó sobre el hombro y luego le empujó suavemente la cabeza para que apoyara la frente en la suave tela del sofá.

- A menudo te vendaré los ojos cuando te azote. Quiero que estés totalmente concentrada en mi mano, en las sensaciones del castigo... en mi excitación. De momento, mantén la cabeza agachada y cierra los ojos. Elizabeth cerró los ojos con fuerza y se estremeció sobre su regazo. Ella se quedó totalmente inmóvil.

-¿Qué te has excitado?

-Su... supongo que sí. -respondió ella confundida. Y decía la verdad. Al oír sus palabras, un intenso deseo la había atravesado como una puñalada. ¿Por qué sería?

- Debe de ser la crema. -murmuró. Laylah volvió a acariciarle el trasero.

-Esperemos que sea más que eso. -musitó, y en su voz se adivinaba una sonrisa.

- Ahora no te muevas o te azotaré más fuerte. Levantó la mano y le golpeó la nalga derecha, luego la izquierda y luego otra vez la derecha en una rápida sucesión.

El sonido seco de la mano sobre la piel resonó en la cabeza de Elizabeth, incluso cuando los azotes cesaron. Tuvo que morderse un labio para reprimir un gemido. Era evidente que Laylah sabía lo que se hacía; los golpes eran precisos, firmes, rápidos pero administrados sin prisa. Le propinó otra tanda de azotes, cubriendo toda la extensión de las nalgas y la parte superior de los muslos. La sensación era distinta a la de la pala.

La mano de Laylah despertaba un calor que iba en aumento, aunque más lentamente, y que se extendía por toda la piel. Elizabeth pronto descubrió dónde le gustaba más azotarla: en la curva inferior que dibujaba el trasero, justo antes de llegar a los muslos. Cada vez que la golpeaba ahí, podía sentir el calor en aumento entre ambos cuerpos y la forma en que se le tensaban los músculos de las piernas. Laylah tenía la mano tan caliente como ella la piel. Su entrepierna también irradiaba calor a través de la tela de los pantalones. Le propinó un azote en la curva inferior del trasero y luego, sin previo aviso, le sujetó las dos nalgas y le levantó la cadera para frotar contra ella la entrepierna.

El gemido tembloroso de Elizabeth se mezcló con el gruñido animal de Laylha. La presión convirtió la sensación de calor que sentía en el clítoris en un potente estallido. Se sintió mareada, casi febril, como si estuviera quemándose desde dentro. Ansiaba colocarse encima de ella para sentir sus dedos tocándola, haciéndole presión en el clítoris. Laylah bajó la cadera y siguió azotándola. Cuando finalmente se detuvo, después de una rápida sucesión de golpes, y volvió a cubrirle el trasero con las dos manos, Elizabeth sintió que perdía el control.

-Laylah... no. Lo siento, pero no puedo seguir con esto. -murmuró, retorciéndose sobre su regazo. Laylah se quedó inmóvil, sin dejar de apretarle las nalgas.

-¿Es demasiado doloroso? -le preguntó con la voz crispada.

-No. No puedo seguir aquí quieta. Me estoy abrasando. Durante unos segundos, que a Elizabeth se le hicieron interminables, Laylah no se movió.

De pronto, le quitó las manos del trasero y las deslizó entre las piernas. Elizabeth gimió en una agonía insoportable al sentir las puntas de sus dedos rozándole la parte externa del sexo.

-Dios... estás empapada. -oyó que murmuraba Laylah. Parecía sorprendida.

Elizabeth estaba demasiado excitada para avergonzarse... Ahogó una exclamación de sorpresa al sentir una mano sobre el hombro, urgiéndola a levantarse.

-Ven aquí. -le ordenó Laylha con voz severa. Oh, no. ¿Le había hecho enfadar otra vez?, pensó, y se puso de rodillas con su ayuda.

-Siéntate a horcajadas encima de mí. -le ordenó.

Elizabeth obedeció, y la melena, ya casi seca, se le derramó como una cascada sobre los hombros y la espalda. Laylah le puso las manos en la cadera y le hizo posar el trasero, aún ardiendo, sobre sus muslos. Luego le apartó el pelo detrás de los hombros y sus pechos quedaron al descubierto. Clavó la mirada en ellos y arrugó ligeramente el labio superior, como un animal que gruñe.



Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now