Lumières de Paris

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ  34
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Laylah parecía perdida en sus pensamientos durante el trayecto de vuelta al hotel, a pesar de que Elizabeth iba sentada a su lado en la parte de atrás de la limusina, con la cabeza apoyada en su pecho mientras ella le acariciaba el cabello. Al principio, a Elizabeth le preocupaba que Laylah se arrepintiera de haberse mostrado tan vulnerable en el museo, según ella misma había reconocido, pero pronto su silencio la ayudó a relajarse.

Miró por la ventanilla con los ojos entornados debido al cansancio, mientras las luces de París pasaban veloces a través del cristal, recordándole con lujo de detalles lo que había sucedido en el salón del museo. Era imposible que Laylah se arrepintiera de una experiencia tan increíble, ¿o no? El hotel George V estaba junto a los Campos Elíseos. Decir que era lujoso sería quedarse corto, pensó Elizabeth mientras seguía a Laylah hacia el ascensor de forja dorada. Se detuvieron frente a la puerta de la habitación, y cuando Laylah la abrió para que entrara ella primero, Elizabeth tuvo que reprimir una exclamación de sorpresa al encontrarse ante una sala de estar llena de antigüedades y ricas telas, con una chimenea de mármol y varias obras de arte originales de los siglos XVII y XVIII.

—Por aquí —dijo Laylah, guiándola hacia un dormitorio digno de la realeza.

—Vaya, es precioso —murmuró Elizabeth, acariciando la ropa de cama de seda y damasco y embebiéndose de cada uno de los detalles de la estancia. Laylah no apartó los ojos de ella.

—Este hotel está cerca del lugar donde mañana se celebra la reunión. Me levantaré muy temprano y lo más probable es que cuando te despiertes yo ya me haya ido. No olvides admirar las vistas desde la terraza, te gustarán. Te pediré el desayuno y, si quieres, puedes tomártelo fuera. Pareces cansada. A Elizabeth le sorprendió el cambio brusco de tema.

—Supongo que lo estoy. Ha sido un día muy largo.

<<Todo parece tan... irreal.>>

Lo cierto es que se sentía una persona distinta a la que había abierto la puerta de casa a Laylah por la mañana, distinta incluso a la que había entrado en el Musee de Saint Germain aquella misma noche. Era como si, de alguna forma, hacer el amor con Laylah la hubiera cambiado.La miró fijamente con gesto nervioso, sin saber muy bien qué hacer.

—¿Por qué no te preparas para meterte en la cama? —dijo Laylah, señalando hacia la puerta del lavabo.

— Aaron ha subido nuestras cosas mientras estábamos cenando. Tu bolsa está ahí.

—¿No prefieres entrar tú antes? —preguntó Elizabeth. Ella sacudió la cabeza mientras se quitaba  el vestido.

—Usaré el lavabo de la otra suite.

—¿Hay otra suite? Laylah asintió.

—Es donde suele dormir Aaron.

—¿Y hoy no?

—No.—respondió ella mirándola.

— Esta vez no. Te quiero toda para mí.

Elizabeth sintió que se le aceleraba el pulso mientras se dirigía al lavabo. Una vez allí, se quitó el vestido, el sujetador y las joyas; las palabras de Laylah seguían resonando en su cabeza. Se miró en el espejo y descubrió qué era lo que Laylah había estado observando antes con tanto detenimiento: tenía la piel de la cara pálida en comparación con el intenso rojo de los labios, y los ojos parecían extrañamente grandes por encima de las sombras que se extendían debajo de ellos.

Quería ducharse, pero estaba tan exhausta que no sabía si le quedaban fuerzas para hacerlo. Al final se lavó como pudo en el lavamanos y se cepilló los dientes. Cuando desvió la mirada hacia su mochila, que descansaba en un cojín dorado sobre un taburete, experimentó una creciente sensación de pánico. Parecía tan fuera de lugar rodeada de tanto lujo... Como ella, seguro. Después de todo lo que había vivido aquella noche, se sintió un poco ridícula al ponerse los pantalones de yoga y la camiseta de Blackpink que había traído consigo a modo de pijama.

Antes de volver al dormitorio, se puso crema hidratante y se cepilló un poco el pelo. Cuando entró, se quedó petrificada al ver a Laylah de pie junto al sofá, de perfil, tecleando en su móvil. Recorrió su cuerpo con mirada ávida.  Llevaba unas bragas comodas de color negro que le quedaban  ajustadas como un guante a su cuerpo de estrecha cintura y una camisa casi transparente que casi dejaba ver sus pechos, No tenía ni un gramo de grasa; con lo disciplinada que era, no resultaba difícil imaginarse su rutina de ejercicios.

El pelo y las sienes estaban aún un poco mojados  después de la ducha. Nunca había visto una mujer  más hermosa que aquella, y sabía que no volvería a verla. Layla desvió la mirada del teléfono y la vio. Elizabeth permaneció allí de pie, sin saber muy bien qué hacer, sometida a aquella mirada que era como un láser. De repente Laylah volvió a fijar la vista en el móvil y siguió con lo que estaba haciendo.

—¿Por qué no te metes en la cama? —preguntó, sin dejar de redactar un mensaje. Elizabeth retiró los cojines decorativos y tiró de las mantas.

—Quítate la ropa. —ordenó Laylah desde el otro lado de la estancia cuando se disponía a meterse en la cama.

Elizabeth se detuvo y la miró. Ni siquiera había apartado la vista del teléfono. Empezó a quitarse la ropa, y su respiración se volvió errática. ¿Por qué no la miraba como lo había hecho en el avión, siguiendo cada uno  de sus movimientos con aquellos hermosos ojos azules? Se metió en la cama y se tapó con la sábana, mientras Laylah permanecía al otro lado de la habitación, moviendo únicamente los pulgares. La cama era tan cómoda que enseguida se le cerraron los párpados y se quedó dormida.

Oyó un clic y abrió los ojos. Laylah acababa de apagar las luces y se estaba metiendo en la cama, hundiendo el colchón bajo el peso de su cuerpo. Se colocó junto a ella y la rodeó con los brazos, pegando su vientre a la espalda de Elizabeth. Solo una fina tela separaba sus pieles...  De repente, sintió que estaba completamente despierta.

—¿Por qué tú puedes llevar pijama y yo tengo que ir desnuda? —Le preguntó en la oscuridad. Laylah le apartó la melena del hombro y se lo acarició, enviando descargas de placer a todo su cuerpo.

—A menudo yo iré vestida y tú tendrás que ir desnuda.

—Eso no tiene sentido. —replicó Elizabeth, esforzándose por controlar la respiración mientras ella le acariciaba la curva de uno de sus pechos y sintiendo una descarga de placer en el clítoris al notar el pubis de Laylah moviéndose contra sus nalgas.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now