Bonne chance

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 67
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Tres días más tarde, estaba sentada en la oficina del Departamento de Vehículos de Motor en Deerfield, Illinois, estudiando el código de circulación para motos en la tableta de Laylah. Sí, seguía decidida a no volver a verla, y no, al parecer Laylah se había creído sus palabras a pies juntillas porque, desde su partida, no había intentado ponerse en contacto con ella.

Elizabeth se repetía una y otra vez que, en realidad, se alegraba de que no la molestara, pero por lo visto no estaba siendo lo bastante persuasiva. ¿Qué era aquella expresión que le había oscurecido el rostro cuando le había dicho que no volviera a llamarla? ¿Cómo podía ser que, tanto en su última conversación como la vez en que había perdido los nervios al saber que ella aún era virgen, fuera ella quien en ambas ocasiones pareciera triste y abatida, y no al revés?

No conocía las respuestas, y se sentía como si una mano gigante le estuviera estrujando el corazón.
No, no debía obsesionarse. Era imposible penetrar en la complejidad y los claroscuros del alma de Laylah. Intentarlo sería una pérdida de tiempo. Decidió seguir con las clases de conducción, a pesar de la ruptura. Sabía que era una decisión extraña, y ella había sido la primera sorprendida, pero por alguna extraña razón estaba obsesionada con la idea de sacarse el carnet. Quizá una parte de ella creía lo que Laylah le había dicho: sería un punto de inflexión muy importante para ella, una forma de superar sus problemas emocionales como niña y como adolescente.

La pulsión por conducir parecía estar relacionada con el deseo de asumir el control de su vida. Las clases en la universidad iban bien. El cuadro pronto estaría terminado. Por primera vez en su vida, sentía que era ella la que asumía el control. Ya no avanzaba a tientas, sobreviviendo día tras día. Quería sentarse al volante de la vida de Elizabeth Becker, tal y como Laylah había sugerido. Si al final se salía de la carretera... Bueno, al menos sabría quién había tenido la culpa. Le escocían los ojos de tanto estudiar. Ya había aprobado el examen de coche y le quedaba el de moto.

-¿Se siente segura? -le preguntó Aaron desde el asiento contiguo al suyo, cerrando el periódico que estaba leyendo. La oficina del Departamento de Vehículos estaba llena de gente. Llevaban casi dos horas esperando a que los llamaran para hacer el examen.

-De la parte teórica, sí. -respondió. - Quizá deberíamos haber practicado más de un día con la moto de Laylah, ¿no crees?

-Lo hará bien. -le aseguró Aaron.

- Se le da mejor la moto que el coche, y ya ve que ha aprobado el examen de coche sin apenas despeinarse. - Elizabeth lo miró de soslayo, arqueando una ceja.

-He aprobado de milagro. Lo primero que hice al incorporarme al tráfico fue cortarle el paso a otro coche.

-Pero fue el único fallo. -le recordó Aaron. Qué hombre tan adorable, pensó Elizabeth. Alguien gritó su nombre.

-Deséame suerte. -le dijo Elizabeth a Aaron mientras se levantaba.

-No la necesita. Puede hacerlo y lo sabe. -le dijo él, dejándose llevar por un exceso de confianza.

Elizabeth hizo la parte práctica del examen con la moto de Laylah: un modelo espectacular de líneas depuradas y fabricación europea. Aaron le había confesado en los últimos días que una de las pasiones de Laylah eran precisamente las motos.

-Creo que una vez me contó que de pequeña solía arreglar motores de motos. Tiene un talento natural para ello, tanto que resulta un poco inquietante, si quiere saber mi opinión. Supongo que eso tiene que ver con su habilidad para las matemáticas y la informática. Lo único que sé es que ella es capaz de arreglar un coche en la mitad de tiempo que yo, y eso que casi le doblo la edad. - Le había dicho Aaron unos días atrás, con una nota de orgullo en la voz.

También le contó que Laylah era copropietaria de una empresa Francesa en auge que se dedicaba a la fabricación de motos y scooters de lujo. La única razón por la que había aceptado las clases de conducción de Aaron era que sospechaba que Laylah recordaba lo que le había dicho de las scooters que habían visto en París. Y lo cierto era que una de esas pequeñas motos se adaptaría a la perfección a su presupuesto y a sus necesidades de transporte y aparcamiento en la gran ciudad, además de a sus ansias de independencia y a su deseo de controlar mejor su vida.

La idea era comprarse un modelo barato en cuanto tuviera el carnet, porque no tenía intención de aprovecharse de nada que Laylah pudiera ofrecerle después de abandonarla.
Eso sí, aceptaría los cien mil dólares que se había ganado con el encargo del cuadro. Tomaría su dinero y se alejaría de ella, al igual que Laylah se había alejado de ella. Al menos eso era lo que se decía a sí misma. Se consolaba pensando que era tan insensible con Laylah como ella lo había sido con ella. Maldita bastarda. La había dejado sola después de que ella le hubiera abierto su corazón... y Laylah a ella en respuesta.

-¿Y bien? -preguntó Aaron, levantándose de la silla al verla entrar de nuevo en la sala de espera, con la cara sombría después de hacer el examen. Estudió su rostro detenidamente y de pronto abrió bien los ojos

- No se preocupe. Volveremos a intentarlo en cuanto haya practicado un poco más. - Elizabeth sonrió.

-Te estaba tomando el pelo. Esta vez si que no me he despeinado. - Aaron la felicitó y le dio un abrazo, visiblemente aliviado.

Elizabeth no podía dejar de reír. ¡Lo había conseguido! Más vale tarde que nunca. Aaron la dejó sola para ir a cargar la moto de Laylah en la parte trasera de la limusina. A Elizabeth le había sorprendido la cantidad de espacio libre que quedaba en la parte de atrás cuando se desmontaba la mesa que separaba las dos butacas. Se sentó en la sala de espera; en cualquier momento la llamarían para sacarle una foto. Al parecer, aquel lugar era sinónimo de esperar. Fueron pasando los minutos, y Elizabeth cada vez estaba más aburrida.

Encendió la tableta, encantada de que, por una vez, no fuera para estudiar el código de circulación. Abrió el navegador para realizar una búsqueda y le apareció un menú desplegable... obviamente las páginas que Laylah solía visitar con reguladirad. Las revisó una a una, sin poder evitar sentirse un poco culpable. ¿Qué le interesaba a Laylah de internet?

Prácticamente todos los temas obvios: negocios y personas relacionadas de algún modo con su trabajo y a las que tenía que investigar. Pero había una búsqueda que no cuadraba con el resto. La clicó, mirando a un lado y a otro para asegurarse de que Aaron no hubiera vuelto y la descubriera husmeando en los asuntos de su jefa.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now