Peau Délicate

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 16. 5
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Mereces que te castigue por haber estado a punto de echar a perder esta piel. Es tan perfecta. Blanca. Suave. —Sus largos dedos se deslizaron entre la línea de las nalgas. Elizabeth mantuvo los ojos cerrados. Sentía un nudo en la garganta, una emoción que la confundía. Laylah parecía genuinamente asombrada. No abrió los ojos hasta que dejó de acariciarla.

—Separa un poco los muslos y arquea la espalda. Quiero ver tus hermosos pechos mientras te azoto con la pala.

Elizabeth  se ajustó la posición arqueando la columna y ahogó una exclamación de sorpresa cuando ella se inclinó hacia delante y le cogió un pecho. Pellizcó suavemente el pezón y Elizabeth se estremeció de placer.

—Ahora dobla un poco las rodillas, solo un poco. Te ayudará a amortiguar el golpe. Así. Perfecto. Esta es la postura que quiero que adoptes cada vez que te azote. —Apartó la cálida mano y la apoyó en el hombro, y Elizabeth la echó de menos al instante.

Tienes una piel muy delicada. Te daré quince azotes. El lado de piel de la pala le golpeó el trasero. Elizabeth abrió los ojos al máximo y gritó. La súbita descarga de dolor se convirtió rápidamente en un calor intenso.

—¿Estás bien? —le preguntó Laylah.

—Sí —respondió ella mordiéndose el labio; decía la verdad.

La pala cayó de nuevo sobre ella, esta vez golpeándola en la zona mullida donde la nalga se convertía en muslo. La fuerza del golpe la desplazó hacia delante, pero ella la mantuvo sujetándola en el sitio sujetándola por el hombro.

—Tienes un culo espectacular —dijo Laylah. Su voz sonaba empoderada y áspera. Golpeó de nuevo.

—Me parece bien que corras. Te deja el culo firme y redondeado. Un trasero perfecto para la pala.

Elizabeth exhaló apresuradamente al sentir de nuevo el impacto de la piel.¿Cómo podía ser que el escozor de la pala se transfiriera al clítoris? Sentía un fuerte hormigueo y un calor muy intenso. Laylah la azotó de nuevo y esta vez ella no pudo reprimir un grito.

—¿Duele? —preguntó ella, deteniéndose. Elizabeth asintió.

—Si te parece demasiado, solo tienes que decírmelo y te golpearé con menos fuerza.

—No... puedo soportarlo. —respondió con voz temblorosa. De pronto, la sujetó por la cintura y restregó su entrepierna contra ella. Elizabeth se sorprendió al notar el contacto contra su cuerpo, la excitaba saber que estaba serca y más aun porque se sentía el calor que emanaba.

—Eso es. —exclamó Laylah.

—Mira cuánto me gustas.

Elizabeth sintió que se ponía colorada. El calor que sentía en el clítoris se intensificó. Laylah retrocedió un paso y descargó la pala una vez tras otra con un sonido seco. Cuando por fin le llegó la hora al último golpe, Elizabeth sentía que le ardía el trasero.

—No te muevas.  —le susurró Laylah, quizá porque había notado que le temblaban las piernas. La sujetó con más fuerza del hombro.

Posó la pala sobre el irritado culo de Elizabeth como si estuviera calculando la trayectoria del último golpe, la levantó bien alto y la dejó caer. Se le escapó un grito descontrolado al sentir el último impacto. Su cuerpo salió disparado hacia delante, pero Laylah la sujetó de nuevo.

—Chis —la tranquilizó Laylah. —Esta parte se ha acabado.

Elizabeth gritó con un hilo de voz al sentir que giraba la pala y empezaba a frotarle el trasero, al rojo vivo, con la piel de visón. La sensación era increíble. El cosquilleo del clítoris se había convertido en un dolor que se expandía. Anhelaba poder tocarse, aplicar presión en aquel punto tan mágico. ¿La excitación que sentía era producto de la pala de Laylah o de la crema estimulante que le había puesto? Solo con pensar en su dedo, largo y grueso, extendiéndole la crema por el clítoris fue suficiente para arrancarle un gemido de placer.

Se sentía como si tuviera fiebre. De repente, Laylah dejó de acariciarla con la piel de visón y le pidió que se irguiera, tirando de ella con la mano que aún tenía sobre su hombro. Elizabeth se volvió hacia ella. Se sentía extraña... mareada... excitada. Laylah ya no tenía la pala en la mano. Se quedó allí, frente a ella, sintiéndose apabullada, mientras ella le apartaba con delicadeza el pelo de la cara.

—Lo has hecho increíblemente bien, Elizabeth. Mejor de lo que jamás habría soñado —murmuró, acariciándole las mejillas con los pulgares.

—¿Estás llorando porque te ha dolido? Elizabeth negó con la cabeza.

—Entonces, ¿por qué, preciosa?

Elizabeth tenía un nudo en la garganta que no la dejaba hablar. Además, aunque hubiera podido, tampoco habría sabido qué decir. Laylah tomó la barbilla de Elizabeth entre sus manos. Elizabeth había sido obesa casi toda su vida y era muy alta para ser una mujer, por lo que estaba acostumbrada a sentirse enorme y desgarbada. Pero Laylah era unos centímetros mas alta que ella. A su lado, se sentía pequeña, delicada... femenina. De pronto se dio cuenta de que a Laylah le temblaban las manos.

—Laylah, estás temblando. —susurró.

—Lo sé. Imagino que será de tanto contenerme. Estoy haciendo todo lo posible para no doblarte ahora mismo y follarte a lo bestia.

Sorprendida, Elizabeth abrió los ojos como platos. Ella se dio cuenta y cerró los suyos un instante, como si se arrepintiera de lo que acababa de decir.

—Me gustaría azotarte sobre mis rodillas. Me encantaría que te tumbaras sobre mi regazo, a merced de mi voluntad. Pero estás muy tierna. Si la pala te ha parecido demasiado, no insistiré con que sigamos.

—No. Quiero seguir. —murmuró ella con la voz ronca y la miró a los ojos.

«Quiero complacerte, Laylah.»

Ella parpadeó, sin dejar de acariciarle las mejillas con el pulgar, estudiándola con detenimiento.

—De acuerdo.  —dijo finalmente, en un tono resignado.

—Pero primero acércate al fuego. Elizabeth la siguió, pero ella se dirigió hacia el lavabo.

—Vuelvo enseguida. Elizabeth esperó junto a la chimenea. El calor que desprendía el fuego se mezcló con el que emanaba de su cuerpo, creando una extraña sensación de lasitud y excitación.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora