I can't control you

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 83
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Laylah entró en el dormitorio diez minutos más tarde y su cuerpo se tensó al instante al ver a Elizabeth sentada completamente desnuda en una esquina de la cama. Se había recogido el pelo en una coleta alta, y tenía los pezones duros, aunque seguramente no por la excitación, sino más bien por el frío. Laylah sabía que no había ninguna bata en el lavabo y que no había actuado bien al hacerla esperar de aquella manera. Aun así, su cuerpo, pálido y desnudo, se le antojó increíblemente vulnerable y excitante hasta el extremo de provocarle dolor. 

—Levántate. — Le ordenó, decidida a no amilanarse ante aquella visión tan exquisita.

¿Conocería algún día a una mujer más hermosa que ella? ¿Le afectaría alguna otra mujer en el futuro del mismo modo que lo había hecho Elizabeth? Un volcán de emociones empezó a bullir en su interior al recordar las palabras incendiarias de Elizabeth. «Me ha ayudado ... a quererte mil veces más.»  Aquello había sido demasiado para Laylah. Ya se había sorprendido al saber por boca de su abuelo, mientras el personal de la clínica se llevaba a su madre, que Elizabeth estaba esperando en el salón de las mañanas con su abuela... Que Elizabeth lo había presenciado todo.

Sentía un deseo incontenible de castigarla no solo por haber visto a su madre en aquel estado tan lastimoso, sino también a ella. Se había pasado buena parte de su vida protegiendo a su madre de las miradas horrorizadas de los que la rodeaban. De algún modo, saber que Elizabeth había presenciado la locura de Helen hasta sus últimas consecuencias le resultaba exponencialmente más doloroso que si se hubiera tratado de un extraño.
Se dirigió hacia el armario y abrió uno de los cajones. Cuando Elizabeth vio lo que tenía entre las manos y la observó con los ojos desorbitados, Laylah notó una sensación de intensa emoción.

—Sí. Aquí en el avión solo guardo algunas herramientas, y no a las que estás acostumbrada. Empezaremos con tu castigo y luego pasaremos a otras formas de hacerte sufrir.

Elizabeth se puso colorada, pero Laylah era incapaz de saber si de excitación o de rabia ante sus palabras. Sin embargo, tenía claro que quería hacerla sufrir, pensó mientras agarraba la banda elástica negra; quería ver cómo se retorcía de arrepentimiento y de placer; quería ver cómo le suplicaba con esos labios rosados que se le aparecían en sueños... ... quería oírle decir otra vez que le quería. La idea desapareció tan deprisa como había aparecido. Regresó a los pies de la cama y empujó el baúl acolchado que descansaba allí hasta el centro de la estancia.

—Súbete ahí. —le dijo unos segundos más tarde, acercándose a ella con la goma colgando de una mano. A esa distancia podía oler la fragancia dulce y afrutada de su champú.

— Sujétate a mis hombros para no caerte.

—¿Qué es eso? — Preguntó Elizabeth. Laylah intentó ignorar el suave y firme tacto de sus manos a través de la camisa.

—Es una banda elástica que me ayudará a mantener tus piernas inmóviles mientras te castigo. Puede que sea un poco incómoda, pero así yo disfrutaré más.

—No veo por qué. — Dijo Elizabeth, observando con una mueca cómo Laylah estiraba la goma circular negra de unos doce centímetros de ancho, y luego la subía por sus piernas hasta justo debajo del trasero, inmovilizándole los muslos y apretándole las nalgas, que rebosaban por encima de la goma. De aquella manera, la carne quedaba perfectamente expuesta a la mano y también a la pala. Laylah le cubrió una nalga con una mano y apretó.

—¿Lo entiendes ahora? —preguntó, apartando la mano de su hermoso trasero. La banda elástica hacía más o menos lo mismo que un sujetador con los pechos.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now