Incapable

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 22.5
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-¿No podemos salir más tarde? Ya son casi las tres de la madrugada.

-No, a las siete. Tengo una agenda que cumplir. Puedes dormir en el avión. De todos modos, yo tengo trabajo pendiente para el trayecto. -Se levantó sin desviar la mirada de la cara de Elizabeth y la dureza de su rostro se suavizó ligeramente.

- Tranquila, te quedarás dormida en el avión. Pareces exhausta.

Elizabeth se disponía a decir que ella también parecía cansada, pero de repente se dio cuenta de que ya no era así. Toda la fatiga que había creído ver en ella al inicio de la conversación se había evaporado... Ahora que por fin se había salido con la suya.

-Ven aquí, por favor. - Algo en el tono autoritario y tranquilo de su voz le heló la sangre en las venas.

Acababa de acceder a dejar de huir de ella, e Laylah lo sabía. ¿Querría demostrarle el poder que tenía sobre ella? Elizabeth se acercó poco a poco. Laylah le cubrió un lado de la cabeza con la mano, deslizando los dedos entre los mechones de pelo, que se había recogido. Sus ojos recorrieron lentamente el rostro de ella, esos ojos de ángel caído en los que brillaba una emoción que Elizabeth no alcanzaba a comprender.
¿Qué demonios estaba haciendo?

-Mírame, Elizabeth.- Ella alzó la vista, inclinando la barbilla con gesto desafiante. Los ojos de Laylah recorrieron su cuerpo, buscando algo desconocido.

-Una vez te dije que no deberías permitir que tu temperamento afecte a tu capacidad de raciocinio -le dijo con voz dulce. Aquellas palabras la cabrearon más que cualquier otra cosa.

-Si crees que soy demasiado joven para tomar las decisiones correctas, entonces no sé por qué me has preguntado nada -le espetó.

-Te he dado una respuesta. Depende de ti si la quieres aceptar o no.

-Sí. -repitió, Laylah cerró los ojos un instante.

-Está bien. -dijo finalmente con la voz sosegada, y fue como si todo el conflicto que había creído vislumbrar Elizabeth en ella hubiera sido producto de la imaginación.

-Decidido. El lunes por la mañana tengo una reunión importante en París que no puedo retrasar. Me gustaría salir a primera hora de la mañana.

-Vale -respondió ella, un tanto dubitativa, desconcertada por aquel cambio brusco de tema.

- En ese caso... nos vemos a tu regreso.

-No -dijo Laylah, y se puso de pie.

-Ahora que está todo decidido, no puedo seguir esperando. Quiero que vengas conmigo. ¿Puedes tomarte unos días libres? ¿Lo decía en serio?

-Sí... supongo que sí. Los lunes no tengo clase, pero los martes tengo una. Supongo que no pasará nada por que falte a una clase.

-Perfecto. Te recogeré en tu casa mañana a las siete de la mañana.

-¿Qué me llevo?

-El pasaporte. Lo tienes en regla, ¿no?- Elizabeth asintió.

-El último año de la carrera pasé unos meses en París, estudiando. No creo que haya caducado.
-En ese caso, el pasaporte y tú misma. Yo me ocuparé de todo lo que necesites. - Al oír sus palabras, Elizabeth sintió que se quedaba sin aliento y decidió combatir la sensación mostrándose práctica.

Laylah inclinó la cabeza y cubrió la boca de Elizabeth con la suya. Le mordió el labio inferior y ella los separó con una exclamación. De pronto, tenía su lengua dentro de la boca. Podía sentir un calor cada vez más intenso entre las piernas. Dios, aquello sí que podía entenderlo. La sabiduría palidecía ante un deseo de aquella naturaleza. La frescura y la inmediatez de aquella sensación la golpearon con la fuerza de un puñetazo y se le escapó un gemido. Cuando por fin Laylah separó los labios de los suyos, la entrepierna de Elizabeth estaba caliente y empapada.

-Quiero que sepas -dijo ella rozando sus labios, sensibles y tembloroso.

-Que habría detenido todo esto si hubiera podido. Te veo dentro de unas horas. Y la dejó allí, incapaz de respirar hasta que la puerta del bar se cerró detrás de ella.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now