Je ne me cache pas

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 37
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Laylah  se dio cuenta, seguro; no sabía cómo disimular la excitación mientras le colocaba el otro extremo de las esposas, con la cabeza inclinada a escasos centímetros de las puntas redondeadas. La posición de los brazos mientras la esposaba realzaba los pechos. Cuando por fin Laylah terminó, Elizabeth tenía las manos unidas delante del monte de Venus. Laylah retrocedió un paso y los pezones se le endurecieron todavía más al sentir su mirada pegada a ella.

—Ahora levanta las muñecas y pásalas por detrás de la cabeza. —le ordenó, y la observó detenidamente mientras obedecía.

—Echa los codos hacia atrás y arquea un poco la espalda. Quiero que tengas los músculos bien estirados.

Elizabeth se esforzó en hacer lo que le pedía; echó los pechos hacia delante y los codos hacia atrás, y percibió el gemido de aprobación que emitió ella mientras la observaba. En aquella postura, se sentía extremadamente expuesta y desnuda. De pronto, Laylah se dio la vuelta.

— Así la sensación será más intensa. —explicó de espaldas a ella mientras se acercaba a la mesa para el café.

—¿La sensación de dolor? —preguntó Elizabeth, con la voz temblorosa por los nervios y la expectación. ¿Iba a coger la fusta? Cuando laylha regresó junto a ella, la fusta no estaba por ninguna parte.

De pronto, vio el pequeño tarro blanco que ya conocía de antes y sintió que el corazón amenazaba con salir disparado del pecho. Laylah desenroscó la tapa e introdujo el dedo índice en la crema.

—Ya te he dicho que preferiría que no me tuvieras miedo.

Introdujo el dedo entre los labios de su sexo y empezó a cubrirle el clítoris con aquella crema que Elizabeth sabía que no tardaría en provocarle un intenso calor y un cosquilleo. Suspiró y se mordió el labio para no gritar, y de pronto se dio cuenta de que Laylah  la observaba fijamente.

—Me gustaría recalcar que esto sigue siendo un castigo. —anunció muy decidida.

—Y a mí me gustaría recalcar que, aunque te dé permiso para que me castigues —replicó ella, antes de que el aire se le escapara de los pulmones mientras Laylah le aplicaba la crema con una dedicación exquisita.

— Seguiré yendo a correr o a hacer lo que se me antoje sin pedirte permiso antes.

Laylah apartó la mano y se alejó, y Elizabeth tuvo que contener un grito de angustia al sentir la ausencia de su dedo. Cuando regresó a su lado, llevaba la fusta en la mano. Elizabeth no podía apartar la mirada de aquel objeto de aspecto perverso encerrado en la larga  mano de Laylah.  Resultaba bastante más amenazadora que la mano e incluso que la pala.

—Separa los muslos... si te da la gana, claro. —añadió suavemente.

Elizabeth parpadeó varias veces al oír sus palabras y levantó la mirada buscando la suya. Sus ojos desprendían un brillo pícaro y una excitación tan intensa que Elizabeth notó una creciente sensación cálida entre las piernas. Si accedía a sus demandas era porque quería, y su respuesta desafiante era la prueba de ello. Se sintió frustrada al darse cuenta de cómo la había manipulado para que obedeciera, descubriéndole su propio deseo en un solo movimiento magistral. Abrió aún más los ojos, sin dejar de mirarla ni un segundo.

—La ira tensa tus músculos igual o mejor que la postura de los brazos, y he de decir que, por extraño que parezca, no me desagrada. —murmuró Laylah.

La leve inclinación de sus labios indicaba que se estaba riendo por lo bajo, no solo de ella sino también de sí misma. Levantó la fusta en alto y la ira de Elizabeth  se convirtió en curiosidad. ¿No pensaba golpearla en el trasero, como lo había hecho con la pala? Los músculos del abdomen se contrajeron al sentir la caricia de la fusta, y una sensación erótica le atravesó el sexo cuando le frotó la cadera con sensualidad. De pronto, levantó la fusta en alto. Plas. Plas. Plas. Elizabeth gritó al sentir el aguijonazo del cuero sobre la piel de la cadera. La sensación fue intensa, pero desapareció enseguida.

—¿Demasiado fuerte? —murmuró Laylah, recorriéndole con la mirada primero la cara y luego los pechos.

Le deslizó la piel de la fusta sobre las costillas hasta el arco que dibujaba el pecho derecho. Ella gimió sin control al sentir que le acariciaba el pezón con la punta.

—Tus hermosos pezones me dicen que todo va bien.

Levantó de nuevo la fusta y la dejó caer sobre un lateral del pecho, luego sobre la curva inferior y luego sobre el pezón, con movimientos rápidos, firmes y concisos. Fue como si algo se encendiera dentro de ella. Sintió que un calor líquido se le arremolinaba entre los muslos con tanto ímpetu que casi la sorprendió más eso que el hecho de que acabara de azotarla en el pecho. Cerró los ojos con fuerza para disimular la vergüenza. ¿En qué clase de pervertida se había convertido para reaccionar de aquella manera ante algo tan enfermizo?

—¿Elizabeth?  — Elizabeth abrió los ojos al percibir la tensión en su voz.

—¿Estás bien?

—Sí.  — Le temblaban los labios de forma incontrolable. La crema estimulante parecía estar cumpliendo con su función mucho mejor que la vez que laylah la había azotado con la pala.

—¿Te ha parecido bien o mal? —le preguntó Laylah.

—Pues... mal. —susurró ella, mientras la vergüenza y la excitación se peleaban por tomar el control de su cuerpo y de su mente. El rostro de Laylah se tensó. — Y bien. Muy bien.

—Maldita sea —murmuró ella fulminándola con la mirada, aunque Elizabeth estaba segura de que no estaba enfadada, que en realidad le había gustado su respuesta.

Volvió a dejar caer la fusta, esta vez en la parte inferior del otro pecho, agitando levemente la carne. Elizabeth  se mordió el labio, pero no pudo evitar que un gemido vibrara en lo más profundo de su garganta.

—Te voy a poner el culo rojo por lo que acabas de decir, pequeña...

Nunca supo cómo acababa la frase porque ella enseguida empezó a azotarle los pezones una y otra vez, provocándole una sensación cálida pero ligeramente dolorosa que le hizo apretar los dientes y cerrar los ojos y, sin apenas darse cuenta de lo que estaba haciendo, inclinar los pechos hacia delante.

—Eso es, enséñamelos. —murmuró Laylah. mientras le propinaba pequeños azotes en la curva inferior de los pechos y en los laterales.

—Ahora... dime qué te gustaría que te hiciera —le ordenó, deslizándole la fusta lentamente entre los pechos.

Elizabeth aún tenía los ojos cerrados y se dejaba llevar por la exquisitez de aquella sensación. Dios, podía notar cómo el clítoris pedía a gritos un poco de atención.

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Hola lectores espero que estén bien!!!!
Quiero agradecerles a tod@s ustedes por el apoyo, Gracias!!!!

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16 - 12 - 2019  [ Muchas Gracias a ustedes ]

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Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now