Seulement je te baise

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 39
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Gritó al sentir la fusta sobre la piel hinchada y sensible. Laylah apretó aún más con la mano, dejándole el ano y los labios al descubierto. Pam.
Un solo toque, rápido y conciso, sobre el clítoris inflamado fue suficiente para que se le doblaran las rodillas. De repente, comprendió el valor real de aquel juguete sexual: pequeño, preciso y letal, al menos en las manos de Laylah.

Ella se apresuró a sujetarla por el hombro, manteniéndola en pie mientras el orgasmo se abalanzaba sobre ella con la fuerza de las mareas. Perdió el control durante varios segundos, perdida en el vórtice del clímax más explosivo.
Sabía que Laylah la estaba sujetando contra su cuerpo mientras se estremecía de placer, con un lado de la cadera contra su cuerpo y el otro sujeto con una mano, sin dejar de mover los dedos entre sus piernas, haciéndola gritar en un éxtasis increíblemente sostenido. Entonces Laylah la obligó a avanzar unos cuantos pasos empujándola suavemente con las manos, cuando los temblores aún no habían terminado.

—Inclínate hacia delante y apoya los brazos en el asiento de esa silla. —le ordenó entre dientes desde atrás.

Elizabeth obedeció y se inclinó sobre el mullido asiento de una silla Luis XV. Sintió que se movía detrás de ella, acariciándole las nalgas con las manos  y luego con la punta del consolador , y una excitación renovada creció en su interior, enterrando la curiosidad que ya había sido saciada. Laylah sabía que aquella mujer acabaría con ella, pero lo que ignoraba era que tenía la capacidad de hacerlo con tanta precisión... y crueldad. Se apresuró a buscar un condón con gesto tembloroso y lo colocó en el consolador.

«Me gustaría que me azotaras... entre las piernas.»

Casi le dio un ataque al corazón al oír aquello. Estaba intentando arrancarle una súplica —que la azotara en los pezones—, porque era evidente que se lo estaba pasando tan bien como ella. Y, de repente, había abierto los labios para decir aquello. Y ella que le había dicho que la estaba castigando por ser tan impulsiva... ¿A quién coño se creía que estaba engañando? Le rodeó la cadera con una mano para sujetarla y con la otra se cogió el cosolador.

—Ahora te voy a follar. A lo bestia.—le dijo, sin apartar los ojos del erótico contraste entre la piel roja de las nalgas y la de los muslos, deliciosamente pálida.

—No pienso esperar a que te corras, preciosa. Tú me has hecho esto y debes cargar con las consecuencias.

Utilizó una mano para separarle las nalgas y abrir la entrada de la vagina, y apoyó la punta del consolador en la pequeña abertura. Elizabeth podía sentir cómo su vagina se dilataba alrededor del consolador. Laylah la sujetó por la cintura con ambas manos y la embistió hasta el fondo, sin poder evitar que Elizabeth diera un paso adelante para no caerse e intentara sujetarse al respaldo de la silla.

Esperó pacientemente, con los labios apretados en una mueca de autodominio. Y empezó a penetrarla de nuevo, retirándose hasta que solo quedaba la punta dentro de ella y luego volviendo a empujar hasta que sus cuerpos chocaban y de la garganta de Elizabeth escapaba un pequeño grito de sorpresa.

Su mundo se redujo a la visión del cuerpo de Elizabeth, a su belleza sumisa a través de la neblina de aquel deseo casi animal, se dio cuenta de que sus embestidas contra el cuerpo suave y cálido de Elizabeth hacían avanzar la silla, dando pequeños botes sobre la alfombra oriental que cubría el suelo. No era culpa de Elizabeth, sino suya, pero aun así no pudo evitar gruñir como un animal enjaulado.

—No te muevas. —le espetó.

Le levantó la cadera y la sujetó con más fuerza para embestirla mejor y hacer chocar el arnés  y los muslos contra el trasero de ella, demasiado descontrolada como para que le importara si le estaba haciendo daño en las nalgas ya escaldadas. Dios, era una sensación increíble. Volvió a empujarla con el pubis. Sintió la llegada del orgasmo y rugió hasta abrasarse la garganta.

Elizabeth se quedó inmóvil con la mejilla apoyada en la suave tela de la silla y la boca abierta de asombro al sentir que Laylah se estremecía. Tanto poder que ella emanaba, detonando en su interior un calor fuerte.  De pronto supo que recordaría la primera vez que Laylah había sucumbido al placer estando dentro de ella de una forma diferente.

<<Nunca olvidare esto Laylah. >>

El sonido que salió de su boca bien podría haberle destrozado la garganta. Era como si ella le hubiera arrancado un órgano vital, cuando en realidad era Laylah quien se había retirado de repente de su cuerpo luego se escucho caer algo con correas al suelo.

—Elizabeth.—dijo, mientras la ayudaba a levantarse, le apoyaba la espalda contra su pecho y la guiaba hacia el sofá.

Caminaron, o más bien se tambalearon, sin que sus cuerpos dejaran de tocarse en ningún momento. Laylah se dejó caer sobre los cojines, arrastrándola con ella, y se recostó sobre el lado izquierdo, con la espalda de Elizabeth. Sus pechos  y los botones de la camisa de vestir, y el pubis, aún caliente, presionando contra la parte baja de la espalda. Permanecieron un minuto en silencio, jadeando e intentando recuperar el aliento.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora