¿Qui penses-tu tricher?

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 21
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Dejó la bandeja sobre la zona de la barra reservada a los camareros y Le cantó el pedido al propietario, Homer Senyt, un tipo que solía comportarse como un viejo cascarrabias, pero que, cuando quería, podía ser tierno como un osito de peluche.

-Vas a tener que decirle a Anthony que los retenga en la puerta.-gritó por encima de la música y del jaleo refinance.

- Creo que hemos llenado el aforo.
Tomó un sorbo del agua con gas que siempre guardaba junto a las neveras y se inclinó sobre la barra cuando Homer le hizo un gesto con la mano, como si quisiera decirle algo importante.

-Necesito que vayas hasta la esquina y compres todo el zumo de limón que tengan en las estanterías -gritó Homer, refiriéndose a una tienda cercana que no cerraba en toda la noche.

-El idiota de Mardock se ha olvidado de pedir zumo de limón y no paran de pedirme sidecars.

Elizabeth suspiró. Los pies la estaban matando y la idea de recorrer cinco manzanas hasta la tienda no se le antojaba precisamente tentadora. Sin embargo, sería agradable respirar el aire fresco del otoño durante unos minutos y, entre tanta música, darles un respiro a sus oídos... Asintió y se limpió las manos en el delantal.

-¿Le digo a Karen que se ocupe de mis mesas? -gritó.

Homer le indicó con un gesto que no se preocupara, que ya se ocuparía él de todo.
Elizabeth tomo los dos billetes de veinte que le dio de la caja registradora y se abrió paso entre la multitud. En las estanterías de la tienda solo quedaban cuatro botellas de zumo de limón. El dependiente que cabeceaba tras el mostrador se despertó lo suficiente para localizar otra botella en el almacén.

Mientras regresaba al Firestorm unos minutos más tarde, cargada con la bolsa de la compra, se dio cuenta de que la acera estaba llena de gente que se dirigía hacia sus coches. ¿De dónde habrán salido?, pensó Elizabeth desconcertada, cuando llegó a la manzana en la que estaba situado el Firestorm. Se detuvo en la esquina y vio a unas veinte personas más saliendo del bar, y la pesada puerta de madera del local cerrándose tras ellos.

-¿Qué ha pasado en el Firestorm? -preguntó a un trio de chicos con los que se cruzó.

-Fuego en el almacén -respondió uno de ellos, y por el tono de su voz era evidente que no le había hecho gracia tener que poner fin a la noche prematuramente por razones de seguridad.

-¿Qué? -exclamó Elizabeth, pero los chicos pasaron junto a ella y siguieron caminando.

Corrió hacia el bar, asustada. No olía a humo ni se oían las sirenas de los bomberos. El portero, Anthony, no estaba por ninguna parte cuando abrió la puerta y asomó la cabeza dentro del local. No había nadie.

Se detuvo en la entrada, boquiabierta. El bar, que hacía apenas veinte minutos estaba lleno hasta la bandera, ahora se encontraba completamente vacío y en silencio. ¿Acababa de entrar en la dimensión desconocida? Captó movimiento detrás de la barra y para su sorpresa, vio a Homer limpiando tranquilamente los vasos.

-¿Qué está pasando aquí, Homer? -le preguntó mientras se acercaba. ¿Era posible que se hubiera quedado allí tan tranquilo mientras el fuego se propagaba por el almacén? Su jefe levantó la mirada y dejó sobre la barra el vaso de cerveza que tenía entre las manos.

-Estaba esperando a que volvieras -respondió, secándose las manos con un trapo.

-Me voy a mi oficina. Así pueden tener un poco de intimidad.

-Pero ¿qué...?

Homer señaló por encima del hombro de Elizabeth modo de explicación. Ella se dio la vuelta y se quedó petrificada al ver a Laylah sentada junto a una de las mesas, con sus largas piernas dobladas delante de ella. Una de las paredes divisorias del local la había mantenido oculta a su entrada. Al verla, el corazón le dio el vuelco, como siempre. A pesar de la sorpresa, se dio cuenta de que esta vez llevaba vaqueros y de que se podía apreciar ojeras en sus pomulos.

No parecía ella, se le veía un poco dejada y rodeada por un aura de peligro... y aun así resultaba insoportablemente sexy. ¿Habría estado recorriendo las calles en solitario como en la noche del cuadro? Laylah la inmovilizó con la mirada mientras esperaba pacientemente.

-Quiere hablar contigo en privado -dijo Homer en voz baja desde el otro lado de la barra.

- Y lo debe de querer un montón. Lo siento si a ti no te apetece, pero es la clase de persona a la que un tipo como yo no puede resistirse.

-Es a su dinero a lo que no puedes resistirte. -murmuró Elizabeth irónicamente entre dientes. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Por qué no la dejaba en paz para que pudiera olvidarla por completo? ¿Se había tomado la molestia de cerrar el bar solo porque quería hablar con ella?

«Nunca te olvidarás de ella, ¿a quién crees que estás engañando?»

Se preguntó mientras se daba la vuelta para dejar el zumo de limón sobre la barra. Homer respondió a su ceño fruncido con una mirada significativa.
«¿Qué querías que hiciera?», parecía decir y se alejó en dirección a su despacho. Elizabeth era incapaz de imaginar el dinero que había pagado Laylah a su jefe para que desalojara el local la noche más lucrativa de la semana.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now