Tatouage

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 14
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-¿Estás segura de que quieres hacértelo, Elizabeth? -preguntó Elliot, después de ayudarla a escoger un tatuaje de un pincel.

-Creo... creo que sí. -murmuró Elizabeth, aunque la necesidad de retar a Laylah por ser tan arrogante con ella ya había empezado a desvanecerse lentamente.

-Pues claro que quiere hacérselo. Toma, bebe un poco más; te dará coraje. -sugirió Christopher, siempre tan sabio, pasándole su petaca metálica.

-Lizzie... -empezó Elliot, pero ella cogió la petaca. Hizo una mueca al sentir el whisky bajándole por la garganta. Odiaba las bebidas a palo seco.

-No me gusta que mis clientes beban antes de someterse a la aguja. Hace que la herida sangre más. -intervino el tatuador, de pelo alborotado y con barba, que acababa de entrar en la sala de espera en la que estaba Elizabeth con sus tres amigos.

-Bueno, en ese caso... -contestó ella, viendo una posible vía de escape.

-No seas gallina. -insistió Christopher.

-Carl no te va a echar porque tomes un par de tragos, ¿verdad, Carl? Es un hombre con ética, aunque en cuanto ve dinero encima de la mesa, enseguida se olvida de ella. El tatuador fulminó a Christopher con la mirada, pero Christopher se la devolvió.

-En ese caso, bájate los pantalones y súbete a la camilla. -espetó Carl. Elizabeth empezó a desabrocharse los vaqueros. Elliot, Christopher, Ethan y Carl la observaron mientras se tumbaba boca abajo en la camilla.

-¡Espera, deja que te ayude! -se ofreció Ethan con entusiasmo cuando empezó a bajarse la parte derecha del pantalón y de las bragas que le cubrían la nalga derecha. Elliot lo detuvo cogiéndolo del brazo y fulminándolo con una mirada. Ethan se limitó a encogerse de hombros y a sonreír.

-¿Aquí está bien? -preguntó Carl bruscamente unos segundos más tarde, dando un paso al frente. Al notar su mano sobre la piel, Elizabeth notó una repentina sensación de repulsión hacia él.

-Sí, podrías convertir uno de estos preciosos hoyuelos que tiene encima del culo en una especie de bote en el que mojar el pincel.

Elizabeth se sorprendió al oír hablar a Christopher con un tono de voz tan suave. Miró hacia un lado y lo vio observando su trasero, parcialmente desnudo, con un interés masculino más que evidente.

-Quizá deberíamos echar un vistazo también a la otra nalga para tener una visión más clara. -sugirió Ethan.

-Cierren la boca, los dos. -gruñó Elizabeth.

Se sentía incómoda con Christopher y Ethan mirándola de aquella manera. Quizá había sido una idea estúpida. Sus pensamientos se disiparon cuando Carl se acercó, con un tubo en la mano del que sobresalía una aguja. Tenía las uñas sucias y a ella le daban miedo las agujas. El whisky le ardía en el estómago.

-Esperen, chicos, ya no estoy tan segura de esto. -murmuró con los ojos cerrados, intentando deshacerse de la sensación de mareo que la asaltaba.

-Vamos, Lizzie. Eh... ¿qué coño...?

Elizabeth levantó la cabeza al oír la exclamación de Ethan con un movimiento tan brusco que el pelo le cayó sobre la cara, dejándola temporalmente ciega. Sintió que la mano de Carl desaparecía de golpe, como si alguien hubiera tirado de ella.

-Suéltala ahora mismo o te prometo que no podrás vivir ni trabajar nunca más en esta ciudad. La otra mano de Carl, que seguía sobre sus vaqueros, se apartó.

-Elizabeth, levántate. Obedeció las órdenes de Laylah sin pensárselo dos veces. Se levantó de la camilla y se subió los vaqueros, boquiabierta ante el semblante rígido y furioso de Hansen y sin dar crédito a lo que veían sus ojos.

-¿Qué haces tú aquí?

Ella no contestó, se limitó a sujetar a Carl, clavándole una mirada afilada como una lanza. Cuando Elizabeth se hubo abrochado el último botón, Laylah levantó una mano, la sujetó del brazo y se dirigió hacia la puerta de la calle, con Elizabeth avanzando a duras penas frente a Laylah. Se detuvo junto a Elliot, Christopher y Ethan, que observaban la escena anonadados. Era como si Laylah se elevara por encima de ellos como la silueta de una torre oscura y prohibida.

-¿Ustedes tres son sus amigos? -preguntó Laylah. Elliot asintió, con el semblante pálido.

-Deberían avergonzarse. Christopher recuperó la compostura. Dio un paso al frente como si quisiera discutir, pero Elliot le cortó el paso.

-No, Christopher, tiene razón. Christopher se puso como un tomate y parecía dispuesto a discutir, pero esta vez fue Elizabeth quien lo detuvo.

-No pasa nada, chicos. De verdad -le aseguró a Christopher un poco tensa, antes de salir del estudio de tatuajes tras Laylah, que le sujetaba la mano con fuerza.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now