Ta peau

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 26
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Extendió la mano sobre la suave superficie del vientre de Elizabeth. Le había contado que, de pequeña, era obesa, pero ella no veía ninguna señal que lo demostrara. Tenía la piel inmaculada. Adelgazar tan joven sin duda la había librado de acabar con una buena colección de estrías. De repente, Elizabeth se movió ligeramente y su rostro se puso tenso, pero enseguida suspiró y volvió a sumirse en un profundo sueño.  Laylah deslizó las manos por su cálida piel satinada e introdujo un dedo en el remolino de pelo hasta llegar a los labios de su sexo, que noche tras noche se habían convertido en su peor tormento.

Gruñó satisfecha. No habían sido imaginaciones suyas: tenía el dedo empapado. Se movió hasta encontrar el clítoris y lo acarició suavemente con la punta, pidiéndole que despertara de las profundidades del reino de los sueños. Luego cubrió la parte exterior del sexo con la mano y sintió una punzada de excitación que la atravesó . Todo era cálido, húmedo y divino entre las piernas de aquella hermosa mujer.  Laylah tenía la mirada anclada en el rostro de Elizabeth cuando esta finalmente abrió los ojos. Durante un instante, se miraron en silencio mientras ella seguía estimulándole el clítoris con el dedo. Seguía mirándola cuando las mejillas y los labios de Elizabeth se inundaron de un intenso color rosado.

—¿Para esto querías que estuviera disponible? —murmuró ella. Su voz sonaba grave y pesada por las horas de sueño.

—Tal vez sí. No puedo dejar de pensar en tu coño. Me muero de ganas de pasar todo el tiempo metido en él.

Le acarició el clítoris con algo más de fuerza y observó, fascinada,  cómo Elizabeth reprimía una exclamación de sorpresa y se mordía el labio inferior. Dios, aquello prometía. Elizabeth era como una orgía interminable de placer reunida en una sola mujer fascinante y asombrosa.

—Ponte boca arriba —le dijo, sin dejar de acariciarla con el dedo entre sus cremosos labios, con la mirada fija en su cara y examinando al detalle cada una de sus reacciones, como si quisiera calibrarla... aprendérsela de memoria. Su mano se movió con ella cuando se puso boca arriba.

— Ahora separa las piernas. Quiero mirarte —le ordenó bruscamente. Elizabeth obedeció y separó los muslos.

Con la mirada fija entre sus piernas, Laylah apretó un botón en el panel de la butaca y bajó el reposapiés. Se arrodilló delante de ella, colocándose entre sus rodillas. Apartó la mano con la que había estado tocándola y admiró su sexo, absolutamente hechizada.

—Suelo pedir a las mujeres que se depilen para mí. —dijo.

—Agudiza la sensibilidad. Hace que una mujer esté totalmente en mis manos.

—¿Quieres que me depile? —preguntó Elizabeth.
Laylah  la miró a la cara y vio que le brillaban los ojos, oscuros y aterciopelados, de puro deseo.

—No quiero cambiar absolutamente nada. Tienes el coño más bonito que he visto en mi vida. Puede que a veces sea un poco exigente, pero incluso yo sé cuándo es mejor no tocar lo que ya es perfecto de por sí.

Elizabeth tragó saliva y con un nudo en la garganta. Laylah levantó una mano y usó los dedos para separar los labios de su sexo, dejando al descubierto los pliegues rosa oscuro y la pequeña abertura de la vagina. Sintió un tirón tremendo desde lo más profundo de su ser,  era evidente dónde quería estar en aquel preciso instante. Ansiaba meter la lengua en aquel agujero para sentir sus fluidos bajando por la garganta. Lo anhelaba. Pero si probaba su sabor, aunque solo fuera un segundo, tendría que poseerla allí mismo.

De eso estaba segura.  De mala gana, se levantó del suelo y volvió asentarse a su lado en la butaca. Se inclinó sobre su cuerpo y le besó suavemente los labios mientras retomaba las caricias en el clítoris.

—¿Te gusta? —preguntó, recorriendo su cara sonrosada con la mirada.

—Sí —susurró Elizabeth.

La efervescencia de su respuesta le resultó tan convincente como sus mejillas y sus labios sonrosados, y sus pechos, que no dejaban de subir y bajar con cada respiración. Le acarició el clítoris en un rápido movimiento adelante y atrás con la punta del dedo índice. Ella suspiró e Laylah no pudo reprimir una sonrisa. Estaba tan mojada que podía oír el sonido de su dedo en el espeso líquido que le inundaba el sexo.

—Eres muy sensible. Tengo ganas de averiguar qué cosas puedo hacer con tu hermoso cuerpo y hasta dónde seré capaz de hacerte llegar. Le frotó el clítoris con fuerza.

—Oh... Laylah —gimió Elizabeth, girando la cadera y levantando la pelvis contra su mano para incrementar la presión.

—Todo va bien, preciosa —le susurró ella junto a la boca, tirándole de los labios con los dientes mientras ella jadeaba.

—Me voy a ocupar de que tengas lo que de momento yo no puedo disfrutar. Córrete contra mi mano.

La miró fijamente, mientras ella se debatía en un infierno de excitación, hasta que la tensión que atenazaba su cuerpo, suave y terso, se rompió y Elizabeth gritó, víctima de una alud de placer. Laylah la olió, impregnándose del perfume único que desprendía su piel después de haber alcanzado el clímax, e incapaz de contenerse, cubrió su boca con la suya, silenciando sus gemidos casi con violencia, saciando la sed que sentía de su dulzura.

Cuando las sacudidas del orgasmo finalmente desaparecieron, apartó la boca de la de ella y hundió la cabeza en el ángulo entre el cuello y el hombro de Elizabeth, jadeando casi tanto como ella. Enseguida se dio cuenta de que no sería capaz de controlarse mientras siguiera oliendo el aroma embriagador de su cuerpo. Se levantó y se dirigió de vuelta hacia su butaca.

—Pronto estaremos en París —murmuró, apretando una tecla del portátil y dándose cuenta de que aún tenía el dedo con el que la había ayudado a correrse cubierto de un líquido brillante. Cerró los ojos un instante para borrar la imagen de su mente, pero no lo consiguió; era como si la tuviera grabada a fuego en el interior de los párpados.

—¿Por qué no vas al dormitorio, te lavas y luego te cambias de ropa?

—¿Que me cambie? —repitió Elizabeth.

Laylah asintió y se atrevió a mirar en dirección a su hermoso cuerpo desnudo, ruborizado por el orgasmo. Dios, era una mujer hermosa: los ojos oscuros de una ninfa, la piel pálida y suave de una doncella irlandesa, el cuerpo ágil y voluptuoso de una diosa romana. Tuvo que resistirse al deseo casi incontrolable de levantarse de la butaca y hundirse en el paraíso que se escondía entre sus piernas como si fuera un animal salvaje.

—Sí. Te llevo a cenar. —se limitó a contestar.

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Hola lectores espero que estén bien, me gustaría saber su opinión sobre esta historia y si les gustaría que subiese más
capítulos y que me apoyaran votando por esta historia...

Dejandolo de lado espero tengan un buen día de los muertos :'3 

" Cuando tú eres, tu muerte todavía no es; y cuando tu muerte sea, tú ya no serás." - Epicuro.

C͢a͢rp͢e͢ D͢i͢e͢m͢
     

  Mིྀeིྀmིྀeིྀnིྀtིྀoིྀ Mིྀoིྀrིྀiིྀ

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Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now