Je ne peux pas être sans toi

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 63
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Laylah salio del  interior de Elizabeth y retiró la parte  que se sujetaba dentro de su vagina del consolador sin arnés y lo tiro al suelo luego ayudó a Elizabeth  a liberarse de los arneses, aún afectada por el orgasmo y por una mezcla de emociones que no conseguía identificar. Cuando los pies de Elizabeth tocaron el suelo, la levantó en brazos, disfrutando, con una mueca de placer, del tacto sedoso de la piel de ella contra la suya.

Le pasó una mano bajo la barbilla para obligarla a levantar la cara y luego la besó, sin dejar de preguntarse cómo podía ser que sintiera un deseo tan violento y una ternura tan absoluta hacia ella, todo al mismo tiempo. ¿Había sido demasiado dura con ella? Elizabeth era tan dulce, tan femenina, tan exquisita, pensó, mientras acariciaba las curvas de su cuerpo. Había estado calibrando su reacción ante ella.

Aquella mujer era todo un misterio, un misterio dulce y tormentoso al que no se podía resistir. Levantó la cabeza, la tomó de la mano y se dirigieron hacia el lavabo, cerrando la puerta de la habitación tras ellas. Una vez allí, Laylah empujó la puerta de cristal de la ducha y abrió el grifo. Cuando el agua caliente alcanzó una temperatura agradable, se apartó a un lado y le hizo a Elizabeth un gesto con la cabeza para que se metiera, y luego la siguió, no sin antes cerrar la puerta de cristal.

Elizabeth parecía haber percibido su humor un tanto taciturno, porque no dijo ni una sola palabra durante el tiempo que Laylah estuvo frotando el hermoso cuerpo de sirena de Elizabeth. Aun así, Laylah podía sentir su mirada mientras deslizaba las manos por la piel satinada de Elizabeth. El vapor se enredaba en sus dedos mientras la lavaba... la veneraba. Una pequeña parte de Laylah quería retirarse como lo había hecho en París, sobrepasada por la dulzura y la generosidad de su respuesta. Sin embargo, la experiencia de aquella noche había derribado todas sus defensas y ya no era capaz de mantener la cordura ni de resistirse a ella.

Se lavó a sí misma, sin tanto esmero pero también a conciencia, y cerró el  grifo. Después de secarse con una toalla, la tomó nuevamente de la mano y la llevó hasta su cama. Retiró la colcha, se dio la vuelta y le quitó el pasador del pelo, liberando la pesada melena de Elizabeth, que le cayó sobre los hombros y la espalda para que Laylah pudiera hundir los dedos en ella. La miró a los ojos, grandes y oscuros, y sintió que algo se contraía en su interior.

—Métete en la cama.  —Murmuró Laylah.

Elizabeth se acostó de lado, mirando hacia ella, e Laylah hizo lo mismo, de modo que sus cuerpos se tocaban. Tomó la sábana y tiró de ella, cubriéndolas a las dos. Luego le acarició la línea de la cadera, mientras un silencio intenso y un tanto incómodo caía sobre la pareja. Ninguna de las dos dijo nada, aunque Laylah percibía la intensidad de la mirada de Elizabeth. Y entonces ella le acarició los labios con la punta de los dedos, e Laylah cerró los ojos, intentando protegerse, sin éxito, de una marea de sentimientos no deseada pero imposible de contener.

No solía dejar que la tocaran de aquella forma tan íntima, pero a Elizabeth se lo permitió. Sus dedos, ávidos y penetrantes, la atormentaron durante varios minutos, dibujando el contorno de su cara, del cuello, de los hombros, del pecho y del estómago. Le arañó suavemente un pezón y Laylah lanzó un gemido de placer. Cuando colocó su mano entre sus piernas Laylah le sostuvo la mirada. Sus caricias eran muy delicadas.

¿Por qué, cuando empezó a mover sus dedos entre sus labios ella se sintió como si le arrancaran el vendaje de una profunda herida interna?
Incapaz de soportar aquella dulce tortura durante más tiempo, sujeto llano de Elizabeth y la coloco sobre su cabeza. Elizabeth logro di alumbrar una sonrisa juguetona en el rostro de Laylah cuando se colocó encima de ella.  Laylah beso lentamente su cuello hasta llegar a su mandíbula siguiendo el camino hacia su boca mientras su otra mano bajaba al sexo de Elizabeth sintiendo la humedad que era mas que notoria entre las piernas de ella. 

Comenzaron a hacer sus dedos una danza espectacular  en el sexo de Elizabeth que le daban un placer que conocía antes pero con un sentimiento diferente, Laylah aumento la velocidad de sus dedos y sentía como el cuerpo  de Elizabeth  se calentaba,  sin perder la oportunidad retiro su mano de el sexo de Elizabeth y colocó su sexo contra el de ella y comenzó  a moverse lentamente. Elizabeth coco sus manos en el trasero de Laylah y la empujo contra su cuerpo para sentir mas el coño de Laylah sobre el suyo,  Laylah comenzó a aumentar la velocidad  y la fuerza de los envites, se movían al unísono.

—¿Te hago daño, Elizabeth? —le preguntó.

Ella no respondió inmediatamente, pero Laylah supo por la expresión sombría de sus ojos que había comprendido que no solo se refería a aquella noche sino a todo: a su incapacidad para resistirse a aquella mujer vibrante, hermosa y llena de talento, aunque Laylah sabía que acabaría tiñendo la luz que desprendía Elizabeth con su oscuridad... provocando que al final ella, herida, se largara. La posibilidad de encontrar rechazo en su mirada se le clavó en lo más profundo del alma.

—¿Acaso importa? — Un espasmo le contrajo los músculos de la cara al oír su respuesta.

Empezó a moverse mas rápido y con intensidad,  temblando bajo el influjo del placer que emanaba de su cuerpo. No.  Lo cierto era que no importaba.
No podía estar alejada de ella, fueran cuales fuesen las consecuencias para Elizabeth... o para sí misma.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ