Dis moi ( Segunda parte)

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 7.5
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-Espera un momento... La persona de la que me estabas hablando hace un momento que trabaja para Hansen...

-No es Elizabeth. -intervino Leiza, mirando a Laylah de soslayo mientras abría la nevera para coger una botella de agua.

-Me parece que harías bien en seguir tu propio consejo sobre las relaciones amorosas entre trabajadores de la misma empresa.

-No seas ridícula.

-¿Me estás diciendo que no estás interesada en esa criatura tan maravillosa? -preguntó Leiza. Laylah se quitó la toalla de alrededor del cuello.

-Quería decir que yo no tengo un contrato con la empresa -dijo, y por el tono de su voz era evidente que daba la conversación por finalizada.

-Supongo que con eso quieres decir que me vaya -se burló Leiza con Ironía.

-Nos vemos el lunes.

-Leiza. Su amiga se dio la vuelta.

-Siento haber reaccionado así -se disculpó Laylah. Leiza se encogió de hombros.

-Sé qué se siente cuando te atan corto. Hace que de alguna forma nos volvamos... irritables. Laylah no respondió, se limitó a seguir a su amiga con la mirada mientras esta se alejaba, y pensó en lo que había dicho de Elizabeth al compararla con un vaso de agua fresca. Tenía toda la razón del mundo. Y Laylah estaba sedienta en medio del desierto. Miró hacia la puerta con cautela y vio entrar de nuevo a Elizabeth.

Elizabeth sintió ver salir a Leiza de la sala, a pesar de que, al cruzarse con ella, la saludó amistosamente con la mano. Cuando cerró la puerta tras ella, dejándola a solas con Laylah, la atmósfera en aquel gimnasio tan grande y bien equipado se hizo más pesada en cuestión de segundos. Se detuvo al borde del tatami.

-Acércate más. No pasa nada. Puedes pisar la pista, aunque lleves zapatillas de correr -dijo Laylah.

Ella se acercó con cautela. Mirarla la ponía nerviosa. Ella tenía el rostro impasible, como siempre, y estaba tremendamente sexy con aquellos pantalones ajustados y una sencilla camiseta blanca. Supuso que era imprescindible que la camiseta le quedara tan ajustada porque tenía que ponerse otras partes del equipo encima. Dejaba poco espacio a la imaginación y revelaba cada cumbre y cada línea sesgada de su torso firme. Obviamente, el ejercicio era una prioridad para ella. Su cuerpo era como una máquina hermosa y muy mimada.

-¿La pista? -repitió Elizabeth mientras cruzaba el tatami y se acercaba a Laylah.

-El tatami para la esgrima.

-Ah. -Observó con curiosidad la espada que descansaba sobre la mesa, tratando de ignorar el sutil aroma que emanaba de su cuerpo, una mezcla de limpio, jabón especiado y un poco de sudor.

-¿Cómo estás? -preguntó Laylha, aunque el tono frío y educado de sus palabras no se correspondía con el brillo de sus ojos azules.

Su presencia la confundía sin que existiera un motivo. Como el jueves por la noche, por ejemplo, cuando se había dado la vuelta y lo había sorprendido estudiándola mientras ella dibujaba sobre el lienzo. Sus modales habían sido educados, pero Elizabeth se había quedado sin respiración al ver cómo bajaba la mirada y se detenía en sus pechos, provocando que se le pusieran los pezones duros.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now