Identique à toi

2.9K 164 5
                                    

ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 24
¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥

¿Llevaba gafas? Se acababa de poner unas finas y muy elegantes. Sus dedos volaban sobre el teclado con tanta destreza que a su lado el administrativo más eficiente habría palidecido de envidia.

Qué extraño... Unas manos tan largas como las suyas moviéndose con tanta precisión. Esas mismas manos serían las que utilizaría para hacerle el amor, y muy pronto. No podía creérselo. Laylah Hansen sería la primer amante de su vida. Notó una sensación cálida y pesada en el bajo vientre y entre las piernas.

Tomó un sorbo de agua con gas y se obligó a mirar por la ventana. Decenas de preguntas se arremolinaban en su cabeza, y la presión que ejercían sobre ella era tal que, cuando ya habían dejado atrás la autopista, la Chicago Skyway, y recorrido varios kilómetros en dirección a Indiana, hubo una que fue incapaz de guardarse para sí misma.

-Laylah, ¿adónde vamos? Ella parpadeó y levantó la mirada, y fue como si acabara de despertar de un profundo trance.

-Al aeropuerto en el que duerme mi avión -respondió, mirando por la ventanilla.

-Ya casi hemos llegado. -Apretó unos botones en el portátil y bajó la pantalla.

-¿Tienes un avión?

-Sí. Viajo bastante, a veces en el último momento. El avión me resulta muy útil.Por supuesto, pensó Elizabeth. No estaba dispuesta a esperar por nada.

-Esta noche, cuando estemos en París, quiero enseñarte algo -añadió.

-¿Qué?

-Es una sorpresa. -dijo Laylah, y en sus labios, firmes y perfectamente dibujados, asomó una pequeña sonrisa.

-En realidad, no me gustan las sorpresas -dijo ella, incapaz de apartar los ojos de su boca.

-Esta te gustará. Elizabeth la miró a los ojos y creyó ver en ellos una chispa de humor mezclado con algo más.

-Un calor sofocante, quizá-, y tuvo la sensación de que su cruda declaración acerca de su propio deseo era absolutamente cierto. Como siempre. Unos minutos más tarde, miraba boquiabierta por la ventanilla.

-Laylah, ¿qué se supone que estamos haciendo? -exclamó, mientras Aaron subía la limusina a una rampa.

-Montarnos en el avión. La limusina se elevó hasta el interior del moderno jet que esperaba en la pista de despegue del pequeño aeropuerto. Elizabeth se sintió como Jonás adentrándose en la barriga de la ballena.

-No sabía que esto se pudiera hacer. La miró, incapaz de decir nada más, y cuando ella se echó a reír, el sonido suave y agraciado de su voz le erizó el vello de la nuca y de los brazos.

Laylah le cogió la mano por encima de la mesa y tiró de ella para que se sentara junto a ella. Le cubrió la barbilla con la otra mano, tiró hacia arriba y se inclinó para besarla, atrapando su labio inferior entre los suyos. Luego deslizó la lengua en el interior de su boca; Elizabeth gimió y el beso, que había empezado como algo dulce, se volvió voraz. De pronto, se oyó el sonido de la puerta de Aaron al cerrarse e Laylah levantó la cabeza. El coche se había detenido por completo. Elizabeth alzó la mirada, superada por aquel beso tan inesperado.

Laylah se inclinó hacia delante y recogió su maletín en el preciso instante en que Aaron llamaba a la puerta y luego la abría. Elizabeth la siguió al exterior del coche, sintiéndose nerviosa, mareada e increíblemente excitada.

El jet no se parecía a nada que Elizabeth hubiera visto antes. Se montaron en un ascensor que las llevó a un segundo nivel y entraron en un lujoso compartimiento con una barra, un equipo multimedia y una unidad de almacenamiento, un sofá de piel integrado y cuatro enormes butacas abatibles. Las ventanas estaban cubiertas de cortinas de telas caras. Aquello no parecía un avión ni por asomo. Siguió a Laylah al interior del compartimiento tomada de su mano.

-¿Te apetece tomar algo? -le preguntó ella educadamente.

-No, gracias. Laylah escogió un par de butacas situadas una frente a la otra y separadas por una mesa.

-Siéntate aquí -le dijo, señalando la silla de la izquierda.

-Hay un dormitorio, pero preferiría que descansaras aquí. La butaca se reclina por completo, y en ese cajón encontrarás mantas y almohadas -explicó, señalando hacia el armario del equipo multimedia.

-¿Hay una habitación? -preguntó Elizabeth, sintiéndose avergonzada solo por pronunciar la palabra. Laylah se sentó en la otra butaca y sacó el portátil y unas carpetas de su maletín.

-Sí. -murmuró, levantando la mirada.

-Pero preferiría que durmieras donde pueda verte. Claro que, si lo prefieres, puedes utilizar el dormitorio. Está allí -dijo, señalando hacia una puerta de caoba.

-Y el baño también está ahí, por si lo necesitas.
Elizabeth se dio la vuelta para que Laylah no se percatara de la reacción que sus palabras habían provocado en ella, y volvió enseguida con la manta y la almohada que había tomado del cajón.

Ella no dijo nada, pero mientras encendía el portátil, una tímida sonrisa asomó por la comisura de sus labios. Elizabeth se sentó y estudió el panel electrónico del brazo de la butaca, intentando averiguar la forma de reclinarla, hasta que finalmente lo consiguió.

-Ah, y Elizabeth-la interrumpió Laylah, sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

-¿Sí? -preguntó ella, y levantó el dedo del botón.

-Quítate la ropa, por favor. Durante unos segundos, Elizabeth se limitó a mirarla fijamente.

El latido de su corazón resonaba en sus oídos, y quizá ella se dio cuenta de su estado de estupefacción porque alzó la vista con expresión serena, expectante.

-Te puedes cubrir con la manta mientras duermes.

-Entonces, ¿por qué quieres que me quite la ropa, si de todas formas voy a estar tapada? -le espetó ella confundida.

-Me gusta saber que estás esperándome. Un calor líquido y espeso se concentró entre las piernas de Elizabeth.

Ay, Dios. Al parecer, sexualmente hablando era casi tan depravada como Laylah, o al menos eso parecía por la forma en que su cuerpo había reaccionado. Se puso en pie y, lentamente y con gesto tembloroso, empezó a desnudarse.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora