Dis moi

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 7
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Leiza no había mentido, aquella tarde estaba especialmente animada. Laylha retrocedió como pudo ante el avance de su amiga, devolviéndole los ataques y esperando pacientemente el movimiento que la hiciera vulnerable.

Ya llevaban dos años entrenando juntas y comprendía a la perfección su estilo y cómo afectaban las emociones a sus habilidades para el combate. Leiza era una contincante lista y habilidosa como pocos, pero aún tenía que aprender a diferenciar los estados anímicos de Laylah y cómo afectaban estos a su manejo del arma.

Quizá fuera porque Laylah se esforzaba en dominar sus emociones y reaccionar
únicamente a partir de la lógica. Aquella tarde Leiza desprendía una energía incontrolable, mucho más fuerte de lo habitual, pero a la vez muy poco comedida. Laylah esperó hasta que vio triunfo en cada una de las líneas de los ataques de su amiga.

Reconoció las segundas intenciones de su oponente y se defendió de un segundo ataque que tenía como objetivo derrotarla de una vez por todas. Leiza gruñó frustrada cuando Laylah le devolvió el envite y consiguió hacer contacto.

-Maldita seas, es como si me leyeras la mente -murmuró Leiza, quitándose la máscara y liberando los largos rizos de su cabello, que se le arremolinaron alrededor de los hombros. Laylah también se quitó la máscara.

-La misma excusa de siempre. De hecho, todo se basa en la lógica, y lo sabes.

-Otra vez -la retó Leiza, levantando su espada con una mirada fiera en sus ojos grises. Laylah sonrió.

-¿Quién es esa persona?

-¿Quién es quién? Laylah le dedicó una mirada cortante mientras se quitaba el guante.

-La persona que hace que te hierva la sangre como a un chivo caliente. Le sorprendía la frustración que transmitía Leiza, siempre tan popular entre los hombres y las mujeres. A Leiza le cambió la expresión de la cara y apartó la mirada. Laylah se quedó inmóvil, con el otro guante a medio quitar, y frunció el ceño, preocupada por su amiga.

-¿Qué pasa? -preguntó.

-Hay algo que quería preguntarte. respondió Leiza con un hilo de voz.

-Dime. Leiza le dedicó una mirada feroz.

-Los empleados de Hansen, ¿pueden verse entre ellos?

-Depende de sus cargos. Siempre se especifica en el contrato con mucha claridad. Los directivos y los supervisores tienen prohibido verse con sus inferiores, y son despedidos si se descubre que lo han hecho. Se desaconseja a los directivos que se vean entre ellos, aunque no está prohibido. En el contrato se especifica que, si se produce alguna situación adversa en el trabajo, fruto de una relación fuera de la oficina, la empresa está en su derecho de despedir a los empleados. No es aconsejable, Leiza, y lo sabes. ¿Trabaja en el Gothecy?

-No.

-¿Ocupa algún puesto de mando para Hansen? -preguntó Laylah mientras se quitaba el otro guante, el plastrón y la chaquetilla y se quedaba solo con los pantalones y una camiseta interior.

-No estoy segura. ¿Qué pasa si su trabajo para Hansen es... poco ortodoxo? Laylah le dedicó una mirada afilada mientras dejaba la espada y cogía una toalla.

-Con poco ortodoxo... ¿te refieres a algo así como director de un restaurante versus director de un departamento de negocios? -preguntó irónicamente. Leiza torció la boca en una sonrisa amarga.

-Quizá será mejor que te compre el Gothecy cuanto antes para que ninguna de las dos tengamos que preocuparnos por ello. Alguien llamó a la puerta de la sala de esgrima y las dos se volvieron para mirar.

-¿Sí? -preguntó Laylah, con las cejas arqueadas por la sorpresa.

La señora Morrison no solía molestarla cuando hacía ejercicio. Saber que nadie la interrumpiría le ayudaba a encontrar una zona de concentración absoluta para practicar la esgrima o realizar su rutina de entrenamiento. Se sorprendió al ver entrar a Elizabeth en la sala. Llevaba la larga melena recogida en la nuca y unos cuantos mechones sueltos, que le acariciaban el cuello y las mejillas.

No llevaba ni un ápice de maquillaje y vestía unos vaqueros ajustados, una sudadera ancha con capucha y un par de zapatillas de correr grises y blancas. Las zapatillas no eran de la mejor calidad, pero saltaba a la vista que era lo más caro que llevaba encima. A través de la abertura de la chaqueta, Laylah vio el tirante fino de otra camiseta, y no pudo evitar imaginar el contorno de su ágil cuerpo bajo la ajustada prenda.

-Elizabeth. ¿Qué haces aquí? -le preguntó en un tono de voz demasiado directo, molesta por la intensidad del recuerdo. Ella se detuvo a varios metros del tatami de esgrima. Sus labios eran tan exuberantes que incluso cuando los fruncía estaba increíblemente sexy.

-Jiang necesita hablar contigo de algo urgente. No contestabas en el móvil, así que ha llamado al fijo. La señora Morrison tenía que salir a comprar los ingredientes que le faltan para tu cena, y le he dicho que yo te daría el mensaje. Laylah asintió una vez y utilizó la toalla que llevaba alrededor del cuello para limpiarse el sudor de la cara.

-La llamaré en cuanto salga de la ducha.

-Ahora se lo digo -respondió Elizabeth, y se dirigió hacia la puerta de la sala.

-¿Qué? ¿Todavía está al teléfono? Elizabeth asintió.

-Hay una extensión en el recibidor frente al gimnasio. Dile que la llamaré cuanto antes.

-De acuerdo -dijo Elizabeth. Echó una rápida mirada en dirección a Leiza y le sonrió antes de darse la vuelta. Laylah sintió que una desagradable irritación se apoderaba de ella.

«Bueno, para ser justos, ella no le ha ladrado como has hecho tú.»

-Elizabeth. Ella se dio la vuelta.

-¿Te importa volver cuando le hayas dado el mensaje a Jiang, por favor? No hemos tenido oportunidad de hablar en toda la semana. Me gustaría que me pusieras al día de tus avances. Ella titubeó durante una milésima de segundo. Bajó la mirada y la posó sobre el pecho de Laylah, que permaneció inmóvil.

-Claro. Ahora vuelvo -respondió Elizabeth finalmente, antes de salir de la estancia. La puerta de la sala de esgrima se cerró detrás de ella. Cuando Laylah se volvió hacia su amiga, Leiza estaba sonriendo.

-Cuando estuve viajando por el sur de Estados Unidos, aprendí un dicho: "Un trago largo de agua bien fresca".
Laylah reaccionó al instante.

-Mantén las manos alejadas. -le espetó.

A Leiza le sorprendió la reacción de su amiga. Laylah parpadeó, debatiéndose entre una sensación primitiva de agresión y la vergüenza por la severidad que le corría por las venas. De pronto se le ocurrió una idea y entornó los ojos.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang