Fais attention Laylah

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 45
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Laylah no dijo nada en todo el camino de vuelta y Elizabeth estaba demasiado nerviosa como para proponer algún tema de conversación. Era como si hubiera pasado algo en el coche que no acababa de comprender. Había tensión en el ambiente, como si las bajas presiones de la tormenta hubieran descendido sobre el coche, pero Elizabeth aquello sabía que no tenía nada que ver con la lluvia. Laylah era la fuente. 

Cuando llegaron al hotel y se detuvieron bajo el dosel de la entrada, un botones joven y lleno de energía se acercó a ellos y saludó a Laylah por su nombre. Laylah le dio instrucciones en inglés para que devolviera el coche a la empresa de alquiler y luego le entregó las llaves junto con una propina.

—Gracias, señorita Hansen. —respondió el chico con un fuerte acento francés.

— Nunca se preocupe, el coche será devuelto rápido. Me ocuparé personalmente de ello.

—Descuide. El coche será devuelto cuanto antes. —lo corrigió Laylah mientras cogía distraídamente a Elizabeth de la mano.

—Eso es, exacto. Descuide. El coche será devuelto cuanto antes.—repitió el chico en voz alta, y luego varias veces para sí mismo.

—No volveré a preocuparme por ello, Gene. —dijo Laylah,  con una discreta sonrisa en los labios.

La conversación con el botones parecía haberle levantado el ánimo. Cuando subieron al ascensor, Laylah se dio cuenta de que Elizabeth había arqueado las cejas y la miraba con una expresión de curiosidad en los ojos.

—Le dije a Gene que le haría una prueba en el servicio de reparto de correo de la empresa si aprendía inglés. Tiene un tío y una tía en Chicago y un sueño americano por cumplir. — Elizabeth sonrió mientras salían del ascensor.

—Ten cuidado, Laylah. —Ella la miró de soslayo mientras abría la puerta de la suite con la tarjeta.

—Estás dejando tus puntos débiles al descubierto.

—¿Eso crees? —preguntó ella sin inmutarse, mientras le sujetaba la puerta para que entrara.

— Yo creo que estoy siendo muy práctica. He comprobado con mis propios ojos que Gene trabaja muy duro. Se esfuerza por complacer a los clientes del hotel mientras otros se hacen los locos. — Dijo Laylah.

—Y tú sientes preferencia por los que están más dispuestos a complacerte. — Dijo Elizabeth.

—Sí. —respondió, ignorando el sarcasmo que destilaba la voz de Elizabeth. Habían entrado en el dormitorio de la suite.

— ¿Tienes algún problema con eso, Elizabeth? —le preguntó, dándose la vuelta para mirarla.

—¿Con qué? —preguntó ella, un tanto confusa.

—Con la posibilidad de formar parte de un acuerdo cuyo objetivo principal es complacerme.

—Lo hago para complacerme a mí misma. —le espetó Elizabeth, levantando la barbilla. Laylah la observó detenidamente con una chispa de humor en la mirada.

—Sí.—murmuró, y se acarició el mentón con la punta de los dedos. — Y por eso eres tan especial, porque complaciéndome a mí te das placer a ti misma.

Elizabeth frunció el ceño. Había algo en lo que acababa de decir que traspasaba los límites de un tema un tanto incómodo: la dominación y la sumisión.  Laylah sonrió y bajó la mano.

—Preferiría que no te preocuparas tanto, preciosa. No hay nada de lo que avergonzarse en tu forma de ser. De hecho, yo la encuentro exquisita. No tienes ni idea de por qué necesitaba estar contigo a toda costa, ¿verdad? Hay algo en ti, una cualidad, que solo una mujer como yo es capaz de reconocer... —Al ver la expresión de horror en la cara de Elizabeth, se quedó callada y suspiró.

— Quizá en tu caso necesitaremos más tiempo. Tiempo y práctica. — Elizabeth parpadeó al ver el brillo que desprendían sus ojos.

—Por favor, desnúdate y ponte una bata. Cepíllate el pelo, hazte un recogido y siéntate en una esquina de la cama. Estaré contigo en un momento. Esta es una lección muy importante y necesitamos unas cuantas cosas.

«No tienes ni idea de por qué necesitaba estar contigo a toda costa, ¿verdad?»

Las palabras de Laylah no dejaban de resonar en su cabeza mientras hacía todo lo que le había pedido, además de cepillarse los dientes. Sentarse a esperar en una esquina de la cama no hizo más que ponerla aún más nerviosa. No estaba especialmente cómoda con su propia necesidad de complacer los deseos sexuales de Laylah,  de devolverle el mismo tipo de placer que ella  le había regalado, pero al menos era sincera consigo misma y admitía la existencia de aquel sentimiento.

No tenía derecho a criticar las preferencias de Laylah cuando las suyas eran igual de oscuras.
Sus pensamientos se desvanecieron cuando Laylah entró en el dormitorio vestida con un conjunto  negro  de cuero y unas botas del mismo material que le llegaban hasta las rodillas, y sujetando una pequeña bolsa de plástico. La observó detenidamente y la visión de su semidesnudez la dejó sin aliento.

¿Algún día podría acariciar aquella piel tan suave y los músculos que se escondían debajo? Laylah dejó la bolsa encima de una silla, a los pies de la cama, y sacó un objeto con correas que Elizabeth no consiguió reconocer junto con otro que sí reconoció al instante: las esposas de cuero. Dio un paso hacia ella con las dos cosas en la mano.

—¿Por qué tengo que llevar esposas para esto? —preguntó Elizabeth, con una nota de decepción más que evidente en la voz porque había creído que por fin tendría la oportunidad de tocarla.

—Porque lo digo yo.—respondió ella tranquilamente. — Ahora levántate y quítate la bata.

Elizabeth  se levantó de la cama y desató el cinturón de la bata. Podía sentir la fría caricia del aire de la estancia en la piel. Cuando dejó la prenda sobre la cama, ya se le habían contraído los pezones.

—Hace frío, pero creo que, con lo que tengo en mente, entrarás en calor muy rápido. Ponte de espaldas a mí.  —le ordenó. Elizabeth sintió el impulso de mirar por encima del hombro para saber qué estaba haciendo.

—Junta las muñecas detrás de la espalda. —le dijo Laylah, y ella sintió una punzada entre las piernas al notar las esposas alrededor de las muñecas.

—Ahora date la vuelta.

Elizabeth reprimió una exclamación de sorpresa al ver el pequeño bote que Laylah tenía en las manos. Una sensación cálida y pegajosa se extendió entre sus muslos, y es que empezaba a sentirse condicionada por aquel pequeño tarro de crema que provocaba una sensación inmediata en su cuerpo cada vez que lo veía.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now