Tu es tellement douce

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 55
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Elizabeth observó el rostro de laylah, sus rasgos de eran tan marcados, tan hermosos, que Elizabeth no pudo evitar arrodillarse ante ella. Esta vez nada de esposas ni de vibradores. Solo el deseo de Laylah... y el suyo propio. Colocó sus manos en las caderas de Laylah y deslizó sus bragas lentamente por sus muslos. El cuerpo de Laylah desprendía tanta calidez, estaba tan lleno de vida... Utilizó la otra mano para acariciarle el muslo, que estaba un poco tenso.

Era como si nunca fuera a tener suficiente de ella.
La acarició primero el pubis con las yemas de sus dedos y luego planto un pequeño beso con sus labios, experimentando con la sensación, Laylah soltó un pequeño gemido. Elizabeth comenzó lentamente a acariciarle los labios con su mano derecha sintiendo la suavidad de su piel, el roce, su calidez que emanaba y el hinchamiento que provocaba su toque. Era la primera vez que Laylah se dejaba tocar, así que Elizabeth decidió disfrutar de la experiencia al máximo.

Deslizó su dedo medio entre los labios húmedos de Laylah y esta se balanceo sobre su dedo.
Elizabeth lo retiró y la miró fijamente a los ojos cuando ella se introdujo el dedo que había rozado la humedad de Laylah a la boca, lo chupo bien, Laylah gruño en aprobación a esto. Elizabeth al sentir el néctar de Laylah no resistió a tomar de la fuente pura, se asomó sin quitar la vista del rostro de laylah y acomodo sus labios en el sexo de Laylah y aplicando el conocimiento que adquirido en París comenzó a manifestar el deseo que tenia por tomar lo que deseaba.

Laylah se sujeto colocando sus dedos en la melena de Elizabeth de un modo adorable. Elizabeth cerró los ojos y se dejó llevar por la voluptuosidad del momento. Todo su mundo se reducía a la sensación embriagadora de tener a Laylah -su esencia más primigenia-, deslizándose en su boca, caliente, fragante, húmeda y excitada, la sensación de sentir el sexo de Laylah le hacía sentir que perdía aún mas el control. Elizabeth comenzó a deslizar su lengua en el botón hinchado de laylah , no porque ella se lo hubiera pedido, sino porque le apetecía a ella. Su deseo hacia Laylah era absoluto.

De repente, creyó oír que Laylah repetía su nombre a lo lejos. Parecía desesperada, incluso un poco perdida. A Elizabeth le dolía la boca y la mandíbula de tanto lamer y succionar , pero siguió chupando, ansiosa por aliviarle la angustia... Aunque solo fuera durante unos segundos vívidos y demoledores. Abrió los ojos como platos al sentir que Laylah comenzaba a temblar lentamente.

Elizabeth sentía que estaba a su merced y que conservaba el control, ambas cosas al mismo tiempo, porque confiaba en que Laylah no le haría daño. Y así fue: soltó un rugido gutural y siguió corriéndose en su boca, sujetándole del pelo para controlar el movimiento, deslizándose por toda su boca, acariciándola en lo más profundo. Elizabeth siguió chupando hasta tener la última gota de su néctar en la lengua, deleitándose en el sonido entrecortado de los jadeos de Layah y de las caricias de sus dedos, que había dejado de sujetarla por el pelo.

-Ven aquí.-oyó que le decía con voz un poco ronca poco después.

Elizabeth se separó un poco de mala gana; habría preferido no hacerlo y seguir lamiéndole la piel, jugando con ella, aprendiéndose hasta el último detalle. Laylah la ayudó a ponerse de pie y rápidamente le cubrió los labios con uno de sus besos firmes y al mismo tiempo tiernos.

-Eres tan dulce.-le dijo, y su respiración aún sonaba entrecortada. -Gracias.

-De nada. -respondió Elizabeth, sonriendo de oreja a oreja. Estaba contenta porque por fin había conseguido satisfacer los deseos de Laylah.

-Haces que pierda el control, Elizabeth.-le dijo Laylah, acariciándole los labios con el pulgar.

Pero pronto se le congeló la sonrisa, al ver que una sombra oscurecía la mirada de Laylah. Estaba segura de que había algo en la pulsión que sentía por ella que a Laylah no acababa de gustarle.

-Eso no tiene nada de malo, ¿no? - Laylah parpadeó y las sombras se desvanecieron.

-Supongo que no, pero tenemos unos horarios que cumplir. -murmuró, y se inclinó sobre ella para cubrirle la mejilla y la oreja de besos. Elizabeth se estremeció y sintió que se excitaba de nervios.

- Dios, qué bien hueles. -murmuró Laylah, acariciándole el cuello con los labios.

-Laylah, ¿qué horarios? -consiguió preguntar Elizabeth. Ella levantó la cabeza y Elizabeth deseó no haber preguntado.

-Tenemos mesa para cenar a las ocho y media.

-No pasa nada si llegamos un poco tarde, ¿no? -dijo Elizabeth, decidida a probar suerte.

Había hundido los dedos en su pelo y estaba disfrutando de la sensación.Hasta aquel momento, Laylah apenas se había dejado tocar, y Elizabeth no quería interrumpir aquel momento tan precioso por culpa de una reserva.

-Por desgracia, no podemos. -respondió Laylah, y se apartó de ella para subirse Las bragas y abrocharse el pantalón. Ella hizo lo propio.

- Hemos quedado para cenar con el dueño de la compañía que quiero comprar. -explicó, mientras la tomaba de la mano y ambas se dirigían hacia la puerta del estudio.

- Tengo motivos para pensar que esta noche Bryan Legrand dejará de jugar al gato y al ratón conmigo y firmará los documentos de la venta. La oferta es tan buena que ni un cerdo avaricioso como él podría negarse. -murmuró entre dientes mientras avanzaban por el pasillo del lujoso ático.

-Vaya. -dijo Elizabeth, apresurándose para intentar seguirle el paso.

Le sorprendía que la hubiera invitado a una reunión tan importante. ¿Era prudente por parte de Laylah?, se preguntó, y las mariposas levantaron el vuelo dentro de su barriga. Seguro que sus padres habrían tachado la decisión de Laylah de irresponsable.

- ¿Dónde has reservado?

-En el Sixteen. -respondió ella. Acababan de entrar en el dormitorio y Laylah había cerrado la puerta. Elizabeth la miró boquiabierta.

-Laylah, el Sixteen es uno de los mejores restaurantes de toda la ciudad. -se quejó, presa del pánico. - No tengo nada que ponerme para una cena así... ¡Y menos en una hora! -añadió horrorizada.

-¿Has pedido un reservado?

-No. - Laylah le hizo un gesto con la mano para que la siguiera, abrió la puerta y encendió la luz.

Elizabeth entró tras ella, admirando las filas de trajes perfectamente colgados. Al principio había creído que aquello era un armario, pero en realidad se trataba de un vestidor, largo y estrecho y mucho más grande que su dormitorio. El olor del perfume de Laylah flotaba en el ambiente y se mezclaba con otro aroma, uno especiado.

Había decenas de perchas de cedro colgando de las barras y varias hileras de zapatos lustrosos, y de pronto se dio cuenta de que las perchas y los estantes para zapatos eran el origen de aquel olor tan agradable. Laylah señaló uno de los estantes y ella se quedó mirándole fijamente, sin acabar de entender lo que estaba viendo.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt