Anne

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 88
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Elizabeth sintió que se le hacía un nudo en la garganta al suponer qué podrían ser algunas de esas «cosas». De pronto, ya no estaba tan segura de poder esperar al final de la fiesta, y no dejaba de preguntarse qué querría decirle Laylah.  Una parte de ella, muy pequeña, le decía que rechazara la oferta, la parte que quería conservar su corazón de una sola pieza. Sin embargo, cuando Laylah la miró a los ojos, supo que la decisión ya estaba tomada.

—Sí, escucharé lo que tengas que decirme. Laylah sonrió y la tomó de la mano y la llevó hacia el centro de la multitud. – Ya era más de medianoche cuando Laylah abrió las puertas de su suite y las dos entraron en la elegante estancia, sutilmente iluminada.

—Pensaba que nunca volvería a pisar este dormitorio. — Dijo Elizabeth sin aliento, mirando a su alrededor, empapándose de cada uno de los pequeños detalles que conformaban el santuario privado de Laylah como hasta entonces no lo había hecho.

Llevaban toda la noche juntas; Laylah no se había movido de su lado mientras le presentaba a algunas de las personas más influyentes del mundo del arte, o les enseñaba las cuatro últimas pinturas que habían podido recuperar, o conversaba amigablemente con algunos de sus amigos y con su familia. Mientras tanto, Elizabeth no podía evitar preguntarse que estaría pensando Laylah... qué pensaba decirle cuando por fin estuvieran a solas. Durante la velada, tres renombradas galerías habían tanteado el terreno para poder exponer sus futuras obras y un representante del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona la había invitado a exponer en sus instalaciones.

Enseguida había buscado a Laylah, al recibir la propuesta porque ella era la propietaria de los cuadros, y ella había respondido que la decisión era únicamente de Elizabeth. Cuatro coleccionistas habían presentado ofertas por sus pinturas, aunque Laylah se negaba a vender. Por si eso fuera poco, una de las ofertas se la habían hecho estando junto a su padre, que se había puesto pálido al oír la suma de dinero. En general, la impresión que Laylah le había causado a sus padres era bastante positiva.

Se habían mostrado tan encantadores y complacientes en su presencia que Elizabeth estaba segura de que Laylah creía que todo lo que le había contado de ellos era mentira. Lo cierto es que le molestaba aquel cambio de actitud tan acusado de sus padres, pero al mismo tiempo se alegraba de que hubieran sabido comportarse a lo largo de la noche. Laylah cerró la puerta del dormitorio y se apoyó en ella, y Elizabeth se dio la vuelta para mirarla.

—Gracias, Laylah. —le dijo. — Me he sentido como la princesa del baile.

—No sabes cuánto me alegro de que hayas venido.

—No habría venido si Elliot y los demás no me hubieran engañado vilmente. Creía que no querrías verme después de lo de Londres. Parecías tan furiosa...

—Y lo estaba, pero ya se me ha pasado.

—¿De verdad? —preguntó ella en voz baja. Laylah asintió lentamente con la cabeza, sin apartar la mirada de la de ella, y sus labios se contrajeron en una delgada línea recta.

—De verdad, aunque tampoco lograba averiguar qué sentía exactamente. No tardé mucho en descubrirlo, pero luego tenía que encontrar la forma de decírtelo en alguna situación en la que no pudieras huir de mí fácilmente. Te pido perdón por el subterfugio de esta noche. —Su boca se torció en un gesto amargo. — Lo siento, en general. – Elizabeth se sorprendió al oír aquellas palabras.

—¿Por qué exactamente?

—Por todo. Desde lo primero que te dije, bastante desagradecida y grosera,  hasta el último acto de egoísmo que he cometido. Lo siento, Elizabeth.

Ella tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada y sin saber muy bien por qué.  A pesar de que sabía que aquella clase de conversaciones eran necesarias, y más teniendo en cuenta todo lo que había pasado entre ellas, de repente todo se le antojó secundario al lado de lo que había visto en Londres.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó.

—Estable —respondió Laylah, aún con la espalda apoyada en la puerta. Respiró hondo y se dirigió hacia Elizabeth, acercándose con cautela. — Los médicos no creen que mejore con la medicación que toma ahora, pero al menos no irá a peor. Algo es algo.

—Sí, eso es verdad. Sé que no quieres que sienta pena por ti, Laylah, y lo comprendo. No fui a Londres para ofrecerte mi hombro.

—Entonces, ¿para qué fuiste? —repuso Laylah. Su voz, dulce y tranquila, otorgaba una cierta solemnidad al momento.

—Para mostrarte mi apoyo. No sabía qué estaba pasando en Londres, pero sí que te hacía daño, aunque no tenía ni idea de qué me iba a encontrar una vez allí. Solo quería estar a tu lado, eso es todo.

—Por como lo dices, parece un gesto sin importancia. — Dijo Laylah  con una sonrisa tímida en los labios.

— No... fui yo quien le quitó importancia. Tome tus muestras de preocupación y de empatía y te las tiré a la cara. — Añadió bruscamente, con la mandíbula rígida por la tensión.

—Sé que te hice sentir vulnerable. Lo siento.

—He tenido que protegerla durante demasiado tiempo. — Dijo de pronto, después de una breve pausa.

—Lo sé. Anne me lo contó. — Laylah frunció el ceño.

—Fue mi abuela la que me dijo que me estaba comportando como una egoísta y que era más cabezota que una mula. Cuando le conté algunas de las cosas que te dije en el instituto, me retiró la palabra durante una semana. Nunca había hecho algo así —explicó Laylah, con el ceño fruncido como si aún no supiera cómo tomarse que su querida abuela, siempre tan cariñosa y elegante, la comparara con tan entrañable animal.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now