Proposition

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 22
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Se tomó su tiempo para sacar las botellas de la bolsa y colocarlas alineadas sobre la barra. Durante el rato que duró el proceso, no dejó de sentir la mirada de Laylah clavada en su nuca, pero decidió que bien podía esperar unos minutos. Al fin y al cabo, tampoco podía tener todo lo que deseaba.

«¿Ha vaciado todo el local solo para hablar conmigo?»

Le costó silenciar la nota de emoción que teñía la voz de su conciencia. Cuando ya no se le ocurrió nada más que hacer para evitarla, dio media vuelta y se dirigió lentamente hacia ella.

-De visita por el Firestorm, ¿eh? ¿No crees que estás yendo un poco lejos para convencerme de que tú nunca rechazas el servicio de una camarera de cócteles? -le preguntó con sarcasmo mientras se acercaba.

-No he venido para que me sirvas. Esta noche no.
Al oír aquella provocación, Elizabeth clavó la mirada en los ojos de ella, esperando encontrar diversión al verla desafiandola, pero en su lugar encontró fatiga y... ¿resignación? ¿En Laylah Hansen?

-Siéntate -le ordenó con un hilo de voz, Elizabeth obedeció y ambas se observaron en silencio por un momento.

Tenía miles de preguntas en la cabeza, pero se contuvo. Laylah se estaba comportando como una idiota, echando a cientos de personas del bar y cerrando el local para poder verla cuando a ella le convenía, así que tendría que ser ella quien rompiera el silencio, porque Elizabeth no tenía intención de hacerlo.

-No funcionará -dijo Laylah.

-Sé que te haré daño. Sé que lo más probable es que acabes odiándome... incluso temiéndome, pero ni siquiera por este motivo soy capaz de dejar de pensar en ti. Necesito poseerte, completamente, cuantas veces lo desee... sea cual sea el precio.

Ella se concentró durante unos segundos en el latido de su corazón, que resonaba en sus oídos, mientras intentaba serenarse. ¿Cómo podía estar tan furiosa con una mujer y al mismo tiempo desearla tanto como si fuera una necesidad biológica, algo así como respirar?

-No estoy a la venta -respondió finalmente.

-Lo sé. El coste al que me refiero no puede pagarse con dinero.

-¿De qué estás hablando? - Laylah se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en la mesa.

Llevaba una camiseta de algodón azul marino de manga corta. El Rolex había desaparecido de su muñeca. Elizabeth recordaba la primera vez que le había visto las manos y los antebrazos, extraordinariamente esbeltos. El efecto era el mismo que ahora o incluso peor, porque ya sabía qué podía hacer con ellos.

-Sospecho que perderé una parte del alma si me involucro contigo en esto.De algún modo ya lo he hecho al venir a verte esta noche. -Hablaba muy concentrada, sin apartar la mirada de la de ella.

-También sé que me llevaré una parte de ti.

-Eso no lo sabes -respondió Elizabeth, a pesar de sospechar que tenía razón.

-¿Por qué estás tan convencida de que me harás daño?

-Por muchas razones -dijo Laylah, con tanta seguridad que a Elizabeth se le encogió el corazón.

- Ya te he dicho una vez: soy una maniática del control. ¿Sabías que cuando puse a la venta Hansen Technology Worldwide, me ofrecieron el puesto de directora general? -preguntó, refiriéndose a la exitosa compañía dedicada a las redes sociales que ella misma había fundado y construido para luego venderla.

- Fue muy tentador, pero al final rechacé la oferta. ¿Sabes por qué?

-¿Porque no podías soportar la idea de que un consejo de administración pudiera vetar tus decisiones? -preguntó ella irritada.

- Siempre tienes que poseer el control absoluto, ¿verdad?

-Así es. Veo que me comprendes mejor de lo que me imaginaba.

<<¿Por qué su sonrisa era amarga y complaciente al mismo tiempo?>>

- Te diré algo más que deberías saber. Una vez estuve con una virgen. La relación que llevaba con ella era intensa y rara a su vez paso un poco de tiempo y acabé casándome con ella. Fue un desastre. Ella no podía soportar mi carácter controlador, y no estoy hablando únicamente del dormitorio, aunque eso ya salió fatal por sí mismo. Estaba convencida de que yo era una pervertida de la peor calaña, justamente unos meses después ella me dijo que estaba embarazada y que no quería verme más, aun así insistí y le pedí que me dejara al menos estar con ella, no me quería separar de ella, como siempre eh sido controladora...

Elizabeth la miró boquiabierta. A juzgar por la intensidad de su mirada, no había duda de que decía la verdad.

-¿Qué pasó con el bebé? -preguntó, intentando procesar aquella información tan inesperada sobre la vida de Laylah Hansen.

- Jessa acabó perdiéndolo. Según ella, fue por mi culpa.

Elizabeth la miró fijamente y vio en su rostro una expresión de desdén, mezclado con un destello de ansiedad en los ojos. Parecía muy segura de que la tal Jessa estaba equivocada respecto a ella. Y sin embargo... la semilla de la duda seguía presente.

-Hacia el final del matrimonio, mi esposa me temía. Creo que me consideraba la personificación del mismísimo diablo y parte de razón no le faltaba, aunque el problema principal era que yo era una imbécil. Una imbécil de veintidós años.

-Y yo de veintitrés -replicó Elizabeth. Laylah frunció el ceño y la expresión de su rostro se enfrió. Era evidente que no había entendido lo que ella quería decir.

De pronto, Elizabeth supo qué estaba a punto de decirle Laylah y también qué debía responder ella. Laylah apretó los labios.

-Para que quede claro: quiero poseerte sexualmente. Hasta la última consecuencia y en mis términos. A cambio te ofrezco placer y experiencia, nada más. No tengo nada más que ofrecerte.

Elizabeth tragó saliva con dificultad al oír las palabras que esperaba y temía.

-Por como lo dices, parece que lo único que quieres es acabar con esto para olvidarte de mí.

-Quizá tengas razón.

-Eso no es muy halagador, Laylah -respondió ella. Parecía fuera de sus casillas cuando en realidad se sentía herida.

-No he venido aquí a regalarte los oídos. Intentaré que la experiencia sea tan rica y variada como me sea posible, pero lo que no voy a hacer es ofrecerte falas promesas. Al menos en eso te respeto -añadió con un hilo de voz.

-Y esta experiencia de la que hablas, ¿terminará cuando tú te canses?

-Sí, o cuando tú quieras, claro.

-¿Y eso cuándo pasará? ¿Después de una noche? ¿De dos?- Su sonrisa era cuanto menos desalentadora.

-Sospecho que necesitaré algo más de tiempo para sacarte de mi cabeza, bastante más. Pero, repito, nada de esto es cien por cien seguro. ¿Lo entiendes?

El corazón de Elizabeth amenazaba con salírsele del pecho, como si estuviera en la primera línea de batalla de una guerra que se estaba librando en su interior. Acceder sería un error y lo sabía. Y aun así...

-Sí -dijo finalmente. Con cada latido de su corazón, la tensión se hacía más insoportable.

-¿Y estás de acuerdo con todo lo que he dicho?

-Sí.

Elizabeth miro directamente los ojos de Laylah sin dudar, no sabía lo que pasaba por la mente de esa mujer pero algo era fijo, quería estar con ella.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now