Impact

3.3K 199 17
                                    

ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 17.5
¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥

-Mira esto. -dijo, casi sin aliento.

- Tienes los pezones casi tan rojos como el culo. Desvió la mirada hasta la cara de Elizabeth.

-Igual que las mejillas... y que los labios. Has disfrutado con tu castigo, preciosa, y no sabes cuánto me complace eso. Va a ser increíble follarme tu coño empapado.

El sexo de Elizabeth se contrajo de una forma dolorosa. Laylah le rodeó el torso con las manos y bajó la cabeza, acercando los pechos a ella.
Elizabeth se puso tensa, lista para la cálida y deliciosa sensación de vacío que había sentido en el gimnasio de su piso cuando le había chupado los pezones. Sin embargo, Laylah frunció ligeramente los labios y le besó un pezón y luego el otro.

-Son tan perfectos. -susurró, y empezó a mover las manos con rapidez.

De pronto, Elizabeth se dio cuenta de que se estaba desabrochando los pantalones y sintió que se excitaba por momentos. Laylah deslizó la punta de uno de los pezones entre sus labios, lo chupó levemente y luego lo lamió. Elizabeth sentía un intenso hormigueo en el clítoris. Era incapaz de controlarse. Se movió sobre el regazo de Laylah y se sujetó a su cabeza con un gemido gutural y salvaje. Ella levantó la mirada.

-Tranquila. -dijo. Sus hermosos ojos azules rezumaban deseo. Movió una mano y la deslizó primero por el vientre y luego entre sus labios cremosos. Elizabeth reprimió un gemido. Le tocó el clítoris; eso fue todo, un simple roce. Suficiente para hacerla estallar como un cartucho de dinamita. La inundó un placer tan intenso que ni siquiera sabía lo que se hacía.

Laylah siguió acariciándole el clítoris unos segundos mientras el clímax retumbaba en su interior. Luego, a lo lejos, creyó oírle maldecir antes de atraerla hacia su cuerpo como si quisiera absorber las réplicas del orgasmo. Elizabeth estaba temblando, a merced de un placer inconmensurable.

Laylah movió la mano y ella gritó al sentir que le introducía un dedo por la vagina. Un segundo después, estaba tumbada encima del sofá junto a laylah y ella la observaba desde arriba mientras ella intentaba recuperar el aliento.

-Nunca has estado con alguien, ¿verdad?
Elizabeth se quedó petrificada. No era una pregunta, sino acusación.

-No. -respondió, jadeando. ¿Por qué la miraba así?

- Ya te lo dije. La ira brilló en los ojos de Laylah.

-Exactamente, ¿cuándo me dijiste que eras virgen, Elizabeth? Porque, para ser sincera, dudo que me olvidara de un dato tan importante. le espetó.

-Ahí... antes de entrar en el dormitorio, esta noche. -dijo ella, señalando como una tonta hacia la puerta de la habitación.

-Me preguntaste si había hecho esto alguna vez y yo te dije...

-Quería decir si alguna vez habías dejado que alguien te castigara, te dominara, no que te... follara. -murmuró Laylah con dureza. Se levantó y empezó a pasear arriba y abajo frente a la chimenea, pasándose los dedos por su pelo. Parecía un poco fuera de sí.

-Laylah, ¿qué...?

-Sabía que esto era un error.-murmuró ella.

-¿A quién creía que estaba engañando? Elizabeth la miró boquiabierta, incapaz de creer lo que estaba pasando.

¿Laylah pensaba que aquello había sido un error? ¿La estaba rechazando? ¿Ahora? En su conciencia se agolparon imágenes y sensaciones, recuerdos de sí misma y del desenfreno con el que su cuerpo había respondido, de la falta de control y de la necesidad que había sentido. Y de pronto fue como si volviera a aprender una dolorosa lección de su infancia, una lección que habría hecho bien en recordar aquella noche.

No había nada más humillante que expresar los deseos más íntimos, mostrarse vulnerable ante los demás, y que esas mismas personas convirtieran esa emoción tan pura, tan sincera, en basura y te la tiraran a la cara. Con los ojos llenos de lágrimas, cogió la manta de cachemira que cubría una esquina del sofá y se cubrió con ella antes de ponerse de pie. laylah se detuvo en seco al verla.

-¿Qué estás haciendo? -le ladró.

-Me voy. -respondió ella, dirigiéndose a zancadas hacia el lavabo.

-Elizabeth, detente donde estás.-le ordenó; su voz sonaba tranquila... intimidante. Ella se detuvo y la miró por encima del hombro. Estaba furiosa, y herida, y ambas emociones formaban un nudo en su garganta.

-Acabas de perder el derecho a darme órdenes.-dijo apretando los dientes. Laylah palideció. Elizabeth se dio la vuelta justo a tiempo de evitar que viera cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Laylah Hansen ya había presenciado suficiente vulnerabilidad por una noche. De hecho, había presenciado suficiente para toda una vida.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن