ꍟꈤ ꁅꍏꋪꀸꍟ!

3.4K 206 9
                                    

ᴇᴘsɪᴏᴅɪᴏ 8
¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥

—Poco ortodoxo, quizá. Pero a ti no debería parecerte extraño, ¿no? ¿No dijiste la otra noche que tú eras muy así? —preguntó, concentrándose de nuevo en las espadas.

Esta vez rodeó la empuñadura de una con la mano y apretó. Le gustaba sentir el frío y duro metal bajo al piel. Deslizó la mano arriba y abajo recorriendo todo el mango, luego con la yema de su dedo pulgar acarició con círculos  la punta del mango de la espada.

—Para de hacer eso. Ella se sorprendió al oír el tono de su voz y apartó la mano como si de repente el metal quemara. Levantó la mirada, desconcertada. Las aletas de la nariz de Laylah estaban ligeramente hinchadas y le brillaban los ojos. Levantó la barbilla y tomó un rápido trago de agua.

—¿Practicas la esgrima? —le preguntó ella mientras dejaba la botella de agua sobre la mesa.

—No. Bueno... en realidad no.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Laylah, acercándose a ella con el ceño fruncido.

—Juego a esgrima con  Christopher  y Ethan, pero... es la primera vez que toco una espada de verdad.  respondió avergonzada. Laylah sonrió. La confusión desapareció de su rostro. Era como ver amanecer sobre un paisaje oscuro y tenebroso.

—Quieres decir que juegas con la Game Station, ¿verdad?

—Sí —asintió Elizabeth, un poco a la defensiva. Laylha señaló el soporte de las espadas con la cabeza.

—Coge la del extremo.

—¿Perdón?

—Coge la última espada. Empresas Hansen diseñó el programa original de ese juego de esgrima al que juegas. Se lo vendimos a Shinatze hace algunos años. ¿A qué nivel has llegado?

—Al avanzado.

—Entonces deberías entender lo más básico. —Le sostuvo la mirada.

—Toma la espada, Elizabeth. Había un deje de provocación en su voz. Sus labios seguían sonriendo.

Se estaba riendo de ella otra vez. Elizabeth Tomó  la espada y le clavó la mirada. Laylha sonrió abiertamente. Cogió otra espada y le pasó una máscara. Luego inclinó la cabeza hacia el tatami.
Cuando estuvieron frente a frente, la respiración de Elizabeth más acelerada y agitada por momentos, Laylah chocó la hoja de su espada contra la de ella.

—En garde —le dijo suavemente. Ella abrió los ojos como platos, atemorizada.

—Espera... ¿Vamos a...? ¿Ahora?

—¿Por qué no? —preguntó laylah, colocando su cuerpo en posición. Elizabeth miró su espada, nerviosa, y luego el pecho sin protecciones de Laylah.

—Es una espada de entrenamiento. No podrías hacerme daño aunque lo intentaras. — Se abalanzó sobre ella.

Elizabeth esquivó el ataque instintivamente. Laylah avanzó y ella retrocedió con torpeza, sin dejar de bloquear el ataque. A pesar de la impresión y de los nervios, no pudo evitar admirar la flexibilidad de sus músculos, la fuerza arrolladora de su esbelto cuerpo.

No tengas miedo —oyó que le decía mientras ella se defendía a la desesperada. No parecía que estuviera haciendo el más mínimo esfuerzo. Por la forma de moverse, era como si estuviera dando un tranquilo paseo vespertino.

— Si conoces bien el juego, tu cerebro sabe qué movimientos debes realizar para tocarme.

—¿Cómo lo sabes? —gritó ella mientras se apartaba de un salto de la hoja de su espada.

—Porque yo diseñé el programa. Defiéndete, Elizabeth —le espetó, al mismo tiempo que se abalanzaba sobre ella.

Ella soltó un chillido y bloqueó el ataque a escasos centímetros de su hombro. Laylah siguió atacándola sin retroceder ni un solo paso, empujándola hacia el extremo del tatami. El sonido metálico de las espadas llenaba el aire a su alrededor. Ahora Laylah avanzaba más rápido, Sophia sentía el incremento de su fuerza a través de la empuñadura de la espada,  pero la expresión de su rostro seguía siendo de absoluta calma.

—Estás dejando tu octava sin cubrir —murmuró ella.  Elizabeth reprimió una exclamación de sorpresa al notar el canto de la hoja  de la espada de Laylah golpeándole en el lado derecho de la cadera. Apenas la había tocado, pero ella sentía que la cadera y el trasero le ardían.

—Otra vez —la conminó con voz tensa.

La siguió hasta el centro del tatami. Su dominio sobre ella parecía tan natural y tan frío que Elizabeth no podía evitar que le hirviera la sangre en las venas. Entrechocaron las hojas de las espadas y Elizabeth atacó, lanzándose sobre ella.

—Aunque pierdas, no dejes que la ira te domine —le dijo Laylah mientras intercambiaban golpes.

—No siento ira. —mintió ella con los dientes apretados.

—Podrías llegar a ser buena. Eres muy fuerte. ¿Haces ejercicio? —preguntó Laylha mientras atacaban y se retiraban una y otra vez, casi como si intentara darle conversación.

—Corro maratones —respondió ella, y acto seguido gritó alarmada, al sentir un golpe especialmente contundente.

—Concéntrate —le ordenó.

—¡Si estuvieras callada! Elizabeth sonrió al ver que a ella se le escapaba la risa.

Estaba utilizando toda  su fuerza para repeler los ataques, hasta el punto que ya había sentido la primera gota de sudor deslizándose por su cuello. Laylah le hizo una finta; ella picó y sintió de nuevo la hoja en la cadera.

—Si no proteges esa octava, vas a acabar con el trasero amoratado. Elizabeth sintió que le ardían las mejillas.

Resistió el impulso de tocarse el cachete que aún le dolía tras el contacto de la espada. Se irguió y concentró todos sus esfuerzos en controlar la respiración. Laylah no apartaba los ojos de su hombro. De pronto se dio cuenta de que se le había quedado al descubierto mientras se movían, de modo que se puso bien la chaqueta.

—Otra vez —dijo con toda la calma que fue capaz de reunir, y laylah asintió.

Elizabeth se preparó y se colocó frente a ella en el centro del tatami. Sabía que se estaba comportando como una idiota, lo sabía más que bien. Además de una experta esgrimista, Laylha era una mujer con una condición física impecable. Jamás sería capaz de vencerla.  Aun así, se negaba a permitir que silenciara su espíritu competitivo, de modo que se concentró en recordar algunos de los movimientos del juego.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now