Mesurer

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 40
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Cuando entró en la sala de estar de la suite después de asearse y vestirse, encontró a Laylah sentada  en el escritorio con el portátil abierto y el móvil pegado a la oreja.

—He revisado la información a conciencia. Su experiencia se basa en inversiones de capital de riesgo y compañías efímeras que operan en internet. No tiene ni idea de lo significa la disciplina en los negocios.—oyó que decía. De pronto, ella levantó la mirada y la vio entrar en la habitación. Siguió hablando, sin apartar los ojos de ella.

Lo que yo te dije es que podías contratar a quien quisieras de un abanico de candidatos para director financiero que fuera mínimamente aceptable. Aún estoy esperando ese abanico, así que, hasta que no lo tengas, no empieces el proceso de selección, especialmente con un idiota como este. —Otra pausa.

—Puede que eso sea verdad para el resto de empresas, pero no para la mía. —concluyó, con la voz fría como el hielo, antes de intercambiar una despedida escueta.

—Perdóname.—se excusó, dirigiéndose a Elizabeth, mientras se levantaba del escritorio y se quitaba las gafas. —Estoy teniendo problemas para encontrar personal para una empresa que acabo de fundar.

—¿Qué clase de empresa? —preguntó Elizabeth. El tema le parecía interesante. Laylah nunca le hablaba de su trabajo.

—Un concepto nuevo a medio camino entre la red social y la plataforma de juegos que estoy probando en Europa.

—¿Y tienes problemas para encontrar directivos? — Laylah suspiró.

Había escogido un conjunto «casual regio», una expresión que Elizabeth acababa de inventarse para describir su forma de vestir cuando no iba trajeada. Aquel día consistía en un jersey de pico azul cobalto, una camisa blanca debajo de la que solo se veía el cuello y unos pantalones negros que le hacían la cadera más estrecha y las piernas aún más largas.

—Sí, entre otras cosas. —asintió, escribiendo en el teclado del ordenador— ᴀunque siempre es así. Por desgracia, el mercado en el que me muevo está orientado a gente muy joven y suele atraer a ejecutivos de baja estofa que creen que pueden gastarse mi dinero sencillamente porque sí.

—¿Eres liberal en tus productos y en tus ideas de negocio y conservador cuando se trata de finanzas? — Laylah levantó la mirada del ordenador antes de bajar la pantalla y dirigirse hacia ella.

—¿Sabes mucho de negocios?

—Nada en absoluto. Soy un desastre total con el dinero. Pregúntaselo a Elliot. Si apenas soy capaz de pagar el alquiler cada mes. Solo comparaba tu forma de hacer negocios con tu personalidad.
Laylah se detuvo a unos pasos de ella y abrió ligeramente los ojos, curiosa y divertida al mismo tiempo.

—¿Mi personalidad?  — Dijo Laylah.

—Sí, ya sabes —respondió Elizabeth, sintiendo que se le encendían las mejillas. —Lo de ser una obsesa del control. — Laylah sonrió y levantó una mano para acariciar la mejilla de Elizabeth, como si quisiera recorrer el camino que había trazado el ardor.

—No me da miedo gastarme el dinero, sea la cantidad que sea, siempre que sepa que es por un buen motivo. Estás muy guapa. —añadió de repente, cambiando de tema.

—Gracias.—murmuró Elizabeth, y desvió la mirada hacia la sencilla camiseta de manga larga que llevaba, metida en unos tejanos de cintura baja, ajustados con su cinturón favorito. Se había dejado el pelo suelto, pero se lo sujetaba con un pasador detrás de la cabeza para mantenerlo alejado de la cara.

—No... no he traído casi nada para cambiarme. No estaba segura de qué querrías hacer esta tarde.  — Dijo Elizabeth.

—Ah, por cierto...  — Selalo Laylah y  le apartó la mano de la mejilla para comprobar la hora y, de pronto, como si todo estuviera preparado, alguien llamó a la puerta.

Laylah cruzó la estancia y abrió. Era una mujer de unos cuarenta años, muy atractiva, ataviada con un vestido marrón chocolate y unos zapatos impresionantes de piel de cocodrilo.Elizabeth permaneció inmóvil, sin saber cómo reaccionar, mientras Laylah y la mujer se saludaban en francés y luego él señalaba hacia ella con un gesto muy significativo.

—Elizabeth, te presento a Melissa. Es mi shopping assistant. Habla francés e italiano, pero ni una palabra de inglés.

Elizabeth saludó a Melissa con el poco francés que sabía e interrogó a Laylah  con la mirada cuando vio que la mujer abría el caro bolso que llevaba colgando del brazo, sacaba una cinta métrica y una especie de regla de madera, y se arrimaba a ella con una sonrisa en los labios.

—Laylah, ¿qué está pasando? —le preguntó Elizabeth con el ceño fruncido.

Melissa dejó la regla de madera y el bolso encima de la mesa, estiró el metro entre las manos y le rodeó primero la cadera y luego la cintura, para sorpresa de Elizabeth, que observaba la escena con los ojos abiertos como platos.

—Jiang Li tiene una habilidad especial para adivinar las tallas a simple vista y también lo clava con los zapatos. Fue ella quien se encargó de comprar la ropa que llevaste ayer, y cumplió con las expectativas, como siempre. Sin embargo, he pensado que sería mejor que alguien te tomara las medidas para encargar algo a un modista. —Explicó Laylah desde el otro lado de la habitación, quitándole hierro al asunto.

Elizabeth levantó la mirada, anonadada, al sentir la cinta métrica alrededor de los pechos. Laylah estaba guardando unos papeles en el maletín, pero se detuvo al ver la expresión de su cara.

—Laylah, dile que pare.—murmuró Elizabeth con un hilo de voz, como si, al hablar en voz baja, las posibilidades de que Melissa se ofendiera fueran menores, olvidando que la mujer no entendía el inglés.

—¿Por qué? —preguntó Laylah. —Quiero asegurarme de que tu ropa nueva te siente de maravilla.

Melissa acababa de tomar la regla de madera y Elizabeth se dio cuenta de que era un artefacto para medir el número de pie. Pasó junto a Melissa, que no dejaba de sonreír, y se detuvo frente a Laylah.

—Basta. No quiero ropa nueva. —susurró, mirando de soslayo a una Melissa sonriente pero confusa.

—Puede que necesite que me acompañes a unos actos en los que es obligatorio vestir formalmente. —Replicó Laylah, cerrando la cremallera de su maletín con un solo movimiento.

—Lo siento. Supongo que no podré asistir si crees que mi apariencia no es la correcta.

Laylah levantó la mirada al percibir el tono de su voz. Cuando finalmente se dio cuenta de que estaba enfadada, las aletas de la nariz se le movieron levemente. Melissa preguntó algo en francés desde el otro extremo de la estancia. La mirada de Laylah era tan intensa que Elizabeth casi podía sentir su peso, pero se negó a desviar la vista. Laylah  pasó junto a ella y le dijo algo a Melissa en francés.La mujer asintió con una sonrisa, cogió su bolso y se marchó.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Kde žijí příběhy. Začni objevovat