Autre robe

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 56
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Quince minutos más tarde, mientras Laylah se arreglaba el cuello de la camisa, Elizabeth salió del cuarto de baño. Sus ojos se encontraron en el reflejo del espejo que Laylah estaba utilizando, sobre una de las cajoneras de madera de cedro. La miró de arriba abajo y su cuerpo se puso rígido como un palo. Elizabeth estaba guapísima. Llevaba un vestido negro con el cuello de pico que se ajustaba a su cintura, a las curvas generosas de la cadera y a los muslos como si fuera un amante.

Laylah se dio cuenta, con una potente mezcla entre el arrepentimiento y la excitación, de que ella todavía tenía los labios un poco hinchados de la entrega con la que la había acometido antes. Cualquier persona mínimamente experimentada reconocería los signos, y a ella tampoco es que le preocupara exponerla de esa manera delante de un hombre como Bryan  Legrand. Elizabeth llevaba el pelo recogido —suponía que con las horquillas que le había comprado—, y había escogido unos sencillos pendientes de perlas para la ocasión.

Laylah no podía apartar la mirada del trozo de piel, inmaculada y marfileña, que el cuello de pico dejaba al descubierto, revelando buena parte del pecho y de los hombros. No podía creerse que fuera un vestido prefabricado. Parecía hecho a medida especialmente para ella. Toda ella era elegancia y sensualidad.

—Escoge otro vestido, por favor. —le pidió Laylah, obligándose a apartar la mirada de ella para terminar de arreglarse.

—Si nos entretenemos más, llegaremos tarde.—respondió Elizabeth.

Laylah la miró por encima del hombro y se preguntó si estaría evitando mirarla a la cara con aquellos ojitos de ninfa de largas pestañas que le hacían perder la cabeza. Elizabeth comprobó el contenido de su bolso de mano, una pieza de piel de serpiente color marfil a juego con los zapatos, y de pronto Laylah sucumbió a la sombra de la sospecha, a pesar de que había caído otra vez víctima de su hechizo.

Elizabeth no había escogido aquel vestido tan sexy para devolvérsela por haberle comprado ropa sin su permiso, ¿verdad? De repente, los tacones de diez centímetros y las medias de seda le inspiraron una fantasía muy vívida en la que tenía aquellas piernas tan largas alrededor de la cintura mientras la montaba hasta someterla... y hacerla gritar de placer. Frunció el ceño y se dirigió hacia el vestidor. Bryan  Legrand era una sanguijuela en toda regla y ella ya no estaba dispuesta a cumplir cada una de sus peticiones, a cuál más ridícula y narcisista, solo para conseguir que el contrato de venta se ajustara a sus condiciones.

Había invitado a Elizabeth a aquella cena formal en la que sellarían el trato porque le preocupaba la posibilidad de decir algo indebido delante Legrand y arruinar sus posibilidades de quedarse con la empresa. Con Elizabeth  a su lado, estaría menos concentrada en Legrand, en su voluntad por hacerle saber que ella era más lista y que las condiciones del contrato le favorecían.

Le resultaría más fácil controlar su mal humor si Elizabeth estaba presente. Su frescura siempre le resultaba edificante. Pero no había contado con la posibilidad de tener que llevarse a una sirena del sexo a aquella cena de negocios con Bryan  Legrand. Regresó al dormitorio con una chaqueta de punto negra con un adorno de pedrería.

—Si piensas ir vestida así, será mejor que te pongas esto. Te cubrirá toda esa...  — Se detuvo, con la mirada fija en la piel que asomaba por el escote en pico.

Llevaba los pechos bastante tapados, sobre todo teniendo en cuenta que los hombros quedaban al descubierto. Sin embargo, la forma en que el vestido se amoldaba a su cuerpo era una metáfora del sexo. El contraste con el tejido negro resaltaba la palidez y la suavidad de su piel... casi como si fuera desnuda.

—Piel.  —consiguió decir por fin, ignorando por completo el movimiento que se había despertado en su interior.

— Hablaré con Melissa. Le pedí algo sexy y discreto, no que me dejara boquiabierta e hiciera que se me saltaran los ojos.

—Tú no pareces especialmente boquiabierta. —dijo Elizabeth. Se dio la vuelta para que Laylah la ayudara a ponerse la chaqueta, pero al no sentir el contacto de las mangas en las manos, miró por encima del hombro y la sorprendió mirándole el trasero.

—La procesión va por dentro. —murmuró Laylah antes de deslizar las mangas por los brazos de Elizabeth. Luego la sujetó por los hombros y le dio la vuelta para examinarla.

— No habrás escogido este vestido con segundas intenciones, ¿no?

—¿Y cuáles serían esas intenciones? —preguntó ella, levantando la cabeza bien alta.

Un desafío.

—Me has pedido que me ponga uno de tus vestidos y eso es exactamente lo que he hecho.

—Ten cuidado, Elizabeth.  —dijo Laylah, con una amenaza velada en la voz, mientras le acariciaba la línea de la mandíbula con los dedos. Elizabeth se estremeció y ella sintió un intenso calor entre las piernas. No podía negarlo: aquella mujer acabaría con ella tarde o temprano.

—¿Por qué he de tener cuidado?

—Ya sabes lo que pienso de la impulsividad y de las consecuencias que puede traerte. —añadió con la voz tranquila, antes de cogerle la mano y guiarla hacia la puerta de la suite.

El Sixteen estaba en el Trump International Hotel & Tower. Las paredes del salón principal del restaurante eran de madera de cerezo, y del techo colgaba una araña espectacular hecha de cristales de Swarovski. Su mesa estaba junto a los enormes ventanales del edificio, que iban del techo al suelo y enmarcaban unas vistas impresionantes de la ciudad. Algunos edificios estaban tan cerca del hotel que parecía que podían tocarlos con la mano.

Al principio, Elizabeth  pensó que la palabra que mejor definía a Bryan  Legrand, su compañero de cena, era «refinado», aunque pronto la cambió por «astuto». Al parecer, Laylah y él se habían conocido en la Universidad de Chicago y eran viejos rivales, o al menos así lo creía Bryan.

—Entonces, ¿fueron juntos a la universidad? —preguntó cuando Bryan mencionó el tiempo que hacía que se conocían.

—Yo estaba estudiando un posgrado cuando Laylah entró en la Universidad de Chicago. —explicó Bryan.

— Fue llegar ella y revolucionar el departamento de ciencias informáticas de arriba abajo. Siempre estábamos intentando encontrar la forma de destacar por encima de ella, pero Laylah era una estudiante brillante. Compartimos el mismo tutor académico, el profesor Sharakoff. A mí me pidió que le corrigiera exámenes y a Laylah que escribiera un libro con él.

—No exageres, Bryan.  — Intervino Laylah.

—Creía que estaba suavizando los hechos —dijo Bryan con una media sonrisa que no se reflejaba en sus ojos.

Legrand tenía treinta y tantos, era rubio y empezaba a tener algunas canas en las sienes. Era guapo y bastante encantador, al menos como compañía para una cena. Sin embargo, Elizabeth no tardó en percibir el conflicto que los enfrentaba. Cuando el camarero se acercó a la mesa para tomar nota de las bebidas, Elizabeth ya había intuido que, aunque Laylah se comportaba como la personificación del encanto y de la educación con Legrand, en realidad lo detestaba. Podía comprenderla por la forma en que estaba sentada, en una postura totalmente rígida y con los músculos tensos.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now