Sa mère?

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ᴇᴘɪsᴏᴅɪᴏ 80
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—Es una investigadora brillante. —le dijo Anne a Elizabeth en voz baja, mientras avanzaban por un pasillo que desembocaba en una estancia llena de luz con grandes ventanales. Se cruzaron con algunos pacientes, que miraron a Elizabeth con curiosidad.

— Ahora que el genoma humano ha sido por fin descodificado, la doctora Estrada y sus colegas pueden usar esa información para buscar nuevas medicaciones con las que tratar la esquizofrenia. Laylah se ocupa de financiar sus investigaciones, que son realmente muy innovadoras. La Agencia Europea de Medicamentos acaba de aprobar uno de los fármacos desarrollados por el equipo de la doctora Estrada, que es lo que ha empezado a tomar Helen. Hasta ahora, habíamos tenido algunos altos y bajos con la nueva medicación, pero justo esta semana Helen ha experimentado una mejora sustancial. Laylah está muy contenta. La psicosis de Helen es tan severa que muchas veces no nos reconocía, ni a su padres ni a la propia Laylah, pero ahora... Qué diferencia. Si incluso le han concedido un pase para salir a los jardines, cosa que desde que llegó aquí, hace seis años, no había podido hacer.

—Eso es estupendo. — Dijo Elizabeth, mirando a su alrededor después de entrar en la sala a la que la doctora Estrada se había referido como «salón de las mañanas»

Una de las paredes estaba cubierta de enormes ventanales por los que se podía divisar una hermosa pradera verde y un pequeño bosque a lo lejos. Los pacientes, auxiliares y algunos familiares estaban repartidos por toda la estancia, algunos jugando a juegos de mesa, otros sencillamente hablando y disfrutando de las vistas. Elizabeth supuso que aquellos eran los pacientes con más suerte, porque sus síntomas estaban bajo control. Parecían bastante autosuficientes y salían y entraban en el salón a voluntad, sin que nadie los acompañara. Un hombre mayor y de complexión robusta se puso en pie al ver que se acercaban. Su figura, alta y estilizada, recordaba un poco a la figura  de Laylah.

—Elizabeth Becker, te presento a mi marido, James. —dijo Anne.

—Encantado de conocerte. —contestó James, dándole la mano.

— Laylah mencionó ayer tu nombre y Anne y yo tomamos nota de inmediato. Desgraciadamente para nosotros, Laylah no suele hablarnos de mujeres.  —explicó, con un brillo intenso en sus ojos castaños.

— Estábamos con la doctora Estrada cuando recibió el aviso de que estabas aquí. No sabíamos que te tendríamos tan pronto en Inglaterra.

—Es que ha sido un viaje de última hora.

—¿Laylah no sabe que estás aquí? —preguntó James, confundido aunque igualmente educado.

—No. —respondió Elizabeth.

James captó quizá nerviosismo en su negativa porque le dio unas palmaditas en el hombro, mientras desviaba la mirada hacia el prado que se veía a través de las ventanas.

—Bueno, pues no tardará en saberlo. Helen y ella vienen hacia aquí.

Santo Dios... Los dedos de James se hundieron en el hombro de Elizabeth, que había seguido su mirada hacia la ventana. Lo que vio la sorprendió tanto como a James. Laylah caminaba junto a una mujer de aspecto frágil, con un vestido azul que colgaba sin demasiada gracia de su cuerpo, extremadamente delgado. Mientras James hablaba, la mujer se había dado la vuelta de repente y le había propinado un puñetazo a Laylah en el estómago. Luego había tropezado e Laylah la había sujetado para que no se cayera al suelo, aunque la resistencia violenta de Helen habría frenado sus intentos de estabilizarla, como si de pronto temiera por su vida.

—Llame a la doctora Estrada.  —le ordenó James a una de las auxiliares, que también había visto lo que estaba sucediendo a través de la ventana, y luego se dirigió, junto con otras tres auxiliares, hacia la puerta que daba al prado, con la intención de ayudar a Laylah.

—Oh, no. Otra vez no. —se lamentó Anne con un hilo de voz, observando la escena junto a Elizabeth.

Ambas mujeres estaban horrorizadas. Laylah intentaba contener a Helen entre sus brazos, pero ella no dejaba de resistirse. De pronto, una de sus manos impactó contra la mandíbula de su hija, que recibió el golpe con una mirada de auténtica angustia en los ojos. ¿Cuántas veces habría visto así a su madre? ¿Cuántas veces la madre cariñosa y entregada había desaparecido, dejando tras de sí a aquella extraña violenta e imprevisible? Desde el salón podía oírse un lamento, el miedo de Helen Hansen y su locura recién recuperada.

—Espera. —  Exclamó Anne, sujetando a Elizabeth por el codo cuando se disponía a correr junto a Laylah para ayudarla, incapaz de quedarse allí quieta sin hacer nada, mientras Laylah se sentía sola y vulnerable.

—Ya la han controlado.

Elizabeth y Anne permanecieron una junto a la otra, observando con tristeza por la ventana mientras las tres auxiliares levantaban a Helen del suelo y, conteniendo la violencia de sus movimientos, la llevaban de vuelta al edificio.
Cuando pasaron a su lado y se dirigieron a toda prisa hacia el pasillo, Elizabeth vio por primera vez el rostro de Helen: los labios tensos, los dientes al aire, la barbilla cubierta de saliva, los ojos, azules como los de Laylah, abiertos como platos y ausentes, como si estuvieran fijos en una pesadilla que solo ella podía ver.

No, pensó Elizabeth. Aquella mujer no era Helen Hansen. Ya no. Por el pasillo apareció corriendo una enfermera, seguida de cerca por la doctora Estrada. Las auxiliares dejaron a Helen en el suelo y la enfermera le inyectó algo. Anne empezó a llorar en silencio mientras observaba cómo se llevaban a su hija. Elizabeth le pasó un brazo alrededor de los hombros, sin saber qué decir.

— Laylah. — Exclamó cuando, al mirar por encima del hombro, vio a Laylah y a su abuelo dirigiéndose hacia ellas. Nunca la había visto tan pálida y con los músculos de la cara tan rígidos. La miró. Sus ojos transmitían un frío glacial.

—Cómo te atreves a venir aquí. —le dijo sin apenas mover los labios mientras se acercaba a ella, con los dientes apretados y los labios dibujando una delgada línea.

Elizabeth sintió que se le paraba el corazón. Nunca la había visto de aquella manera, tan angustiada, tan furiosa... tan vulnerable. No sabía qué responder. Nunca la perdonaría por haberse presentado allí por su cuenta, por presenciar aquella escena y verla en uno de los momentos más comprometidos de su vida.

Dame la mano y danzaremos [Finalizada]Where stories live. Discover now