Mónica

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-Luis, ya te he dicho que no es así. -ese body se le estaba resistiendo y Aitana, con toda la paciencia que le queda siendo la tercera vez que se lo explica y el segundo niño con el que lo intenta, se lo intenta hacer entender de nuevo-.
-Es que no entiendo porqué hacen estas cosas tan difíciles.-se queja pero sigue buscando la manera de hacer encajar esos corchetes que tan de mal humor le están poniendo-.
-Me parece impresionante que hagas una canción desde cero y hayas estudiado medicina cinco años y no sepas vestir a tus hijos.-podría ayudarlo pero realmente observarlo con una sonrisa en la cara y picarle sabiendo que va a caer, es mucho más divertido-.

Aitana opta por hacerlo ella -no sin antes advertirle a su novio que practicarán- y así poder salir y llegar a tiempo al restaurante donde han quedado con Mónica para comer.

Desde que nacieron Álvaro y Nahia, Mónica vive enamorada de ellos.
Es la tia más cariñosa que existe y a Luis se le cae la baba cuando ve a su pequeña con sus pequeños.
Recuerda cuando eran niños y jugaban a ser adultos. Ambos hacían como que tenían hijos y era algo que siempre le hizo mucha gracia a Noemí.
Ahora, sin saberlo, son adultos que juegan a ser niños de nuevo.

La comida se torna a una especie de conversación en la que el centro son los bebés. Cómo comen, cómo duermen, cómo lloran, cómo respiran, como sonríen... Mónica lo quiere saber todo y Aitana como madre orgullosa que es, le cuenta todos los detalles con una sonrisa enorme en la boca.

Al padre de los protagonistas no le queda más que sonreír viéndolas. Viéndolos.
Si pudiera guardaría ese momento en una caja para el resto de su vida. Su hermana está llena, feliz de pasar tiempo con esos bebés que ya la adoran, Aitana pletórica y contenta de volver a pasar tiempo con su amiga y compañera de trabajo.

La tarde cae sobre ellos mientras pasean y Mónica, muy a su pesar, debe irse y terminar ese capítulo final de su próximo libro. Libro en el cuál ha participado Aitana escribiendo el prólogo y vendiendo a su amiga como si de oro se tratara.
Llevaría la firma de ambas y aunque Aitana todavía no lo sepa, irá dedicado a la familia Cepeda Ocaña al completo y a sus sobrinos en concreto.

La vuelta a casa se les hace más llevadera con los niños dormidos en el carro. Se dan el lujo de pasear admirando cada esquina de su querido Madrid. Analizan cada calle y los balcones de las casas, cada una de las plazas que coronan la ciudad como uno de los sitios favoritos de ambos.

Sin darse cuenta, acaban agarrados de la mano. Como quien teme perder algo y se aferra a ello con la seguridad que da el tacto.
Esa postura que han adoptado podría ser una metáfora de lo que piensan, o sienten. Se agarran para asegurarse que ese camino que están emprendiendo, lo harán juntos. Da igual lo que pase. Siempre serán los padres de Nahia y Álvaro. Siempre los unirá algo. Mientras se toman una de sus manos, la otra dirige el carro o lo que es lo mismo, a sus hijos. Como lo harían siempre. Guiarles sin imponerles un camino a tomar.

Una noche más, se acuestan juntos con el previo intento de acostar a los niños en sus cunas y flaquear en el último momento alegando que con papá y mamá se está mejor. Juntos los cuatro. Como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente. Llenándose de besos, de caricias, de abrazos. Sonriendo como si cada sonrisa diera mil años de vida. Queriendose. Pero no queriendose por quererse sino queriendose con intención, con razón, con causa y con la sabiduría de saberse el uno al otro de memoria y sin tapujos. Queriendose como si lo fueran a prohibir.
Demostrándose que de todo lo bonito que tiene el mundo, estar juntos era una de esas cosas y que como pareja van lejos pero como familia, van mucho más allá.
Desordenando el universo y ordenando sus vida desde la misma cama.
Pudiendo hablar de suerte a boca llena, porque se han conocido.

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Hoy no tengo nada relevante que decir pero paso a saludar.

Espero que estén muy bien. Un abrazo grande!

Nos leemos mañana 💘

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