Felicidad

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Su instinto le dice que no la despierte. Que admire sus pestañas haciendo de escudo protector a sus ojos color miel si se enfrentan a la luz. Durante este tiempo ha descubierto esa extraña manía que tiene de dormir boca abajo, con la cabeza de lado y una mano sujetando su cara. Su coleta deja ver sus labios, su nariz y sus cachetes.

Nahia y Álvaro le están dando una tregua para que pueda admirar a su madre tranquilamente, sin prisas. Con la certeza de que si se volviera a dormir, ella va a seguir ahí.

Al verla así, en calma, se le pasan mil cosas por la cabeza. Entre ellas, la idea de sacarle fotografías. Y lo hace guardandolas en esa carpeta que ya retiene más de cien y que ella nunca ha llegado a ver.

La luz comienza a entrar por la ventana. La luz externa, porque esa habitación estaba llena sin necesidad de cristales que dejaran ver la calle.
A pesar de que ella le ha repetido mil veces a su novio que cierre la ventana, porque odia despertarse con la luz, él sigue dejándola abierta. Para poder mirarla cada mañana, para que se levante y tomen café juntos y para que el día tenga muchas más horas.

Cuando la ve remolonear, se levanta dispuesto a preparar café y tostadas para comenzar una mañana más desde cero.

Cree haberla oído decir que esa tarde tenía que ir a firmar contratos a la editorial así que su sonrisa mañanera se hace todavía más grande cuando se da cuenta de que tiene a los niños para el sólo un par de horas.
Era maravilloso pasar tiempo los cuatro juntos, pero hay una conexión especial cuando ejerce de padre en la intimidad.

Sabe que tiene que ir a despertarla para que desayune con él, pero unos pasos de unos pies aparentemente descalzos haciendo ruido en el suelo de esa casa, le dicen que no hará falta.
Viene con Álvaro en brazos, que al parecer, le ha despertado. Siempre ha sido el más madrugador, como su padre. Nahia era "una marmota", así llamaba Luis a Aitana cuando la veía dormir por horas y Nahia estaba heredando ese título.

-Buenos días, guapos. -Luis les sonríe desde la barra de la cocina y recibe como respuesta dos risas enormes-.
-Buenos días, papá. -Aitana deja al niño en su "gimnasio", una alfombra llena de juegos que le había regalado su tía Mónica-.
-¿Has dormido bien? -sabe que sí porque ha dormido junto a ella, pero no está de más preguntar y que su novia se sienta escuchada-.
-Mucho. Tu pecho hace muy bien las veces de almohada. -lo admite, como casi cada mañana. Sus cojines y almohadas han pasado a un segundo plano-.
-Te he hecho el desayuno. Me ducho y me voy a trabajar. -le da un beso, de los cortos, de los que no dicen mucho y pone rumbo al baño-.
-¿Ya nisiquiera desayunamos juntos? Hemos llegado demasiado pronto a la rutina de un matrimonio. -lo dice con intención de hacerle reír pero en el fondo lleva algo de razón-.
-Tienes toda la razón. No sé cómo pero te prometo que vengo a comer contigo. -ella sonríe como si las sonrisas se fueran a acabar en ese momento-.
-No hace falta.
-Vengo a comer contigo y a comerte a besos, pero ahora, me voy a la ducha.

Y no sabe cómo lo hará, pero está segura de que comerán juntos. Porque nunca ha roto una promesa y porque siempre consigue lo que se propone.

Ella termina de desayunar y el de ducharse. Se vuelven a encontrar en esos pasillos de lo que llaman hogar. Hogar en el que ya hay dos niños despiertos y por lo cual Luis debe dejar tres besos antes de irse.

Una mañana más, ha sido una mañana maravillosa. Por despertar juntos. Por volver a prometer. Por esperar volver a encontrarse cuando cruzaran esa puerta. Porque juntos es sinónimo de familia. Y familia, para ellos, es felicidad.

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Llego tarde, pero llego.

A petición popular, capítulo Aiteda.
Disfrutenlo.

¿Cómo van esas fases y esas desescaladas? Espero que genial y que estén muy sanitos y sanitas.

Un besazo! Nos vemos el domingo❤

Vuela altoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant