42. WES

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42ÁLBUM: Golpe certero

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ÁLBUM: Golpe certero.
CANCIÓN: Attention - Charlie Puth

Suspiré ruidosamente por la nariz mirándola bien. Parecía haberme hecho caso en referencia al rubio, de hecho estaba casi seguro de que también se había cortado un poco el pelo, pero no podía afirmarlo.
No le había pedido que volviera al rubio especialmente porque me gustasen las rubias, porque de hecho me gustaba cualquier tipo de mujer, desde las curvilíneas, morenas, pelirrojas, rellenitas, etc.
Pero a ella le quedaba bien ese color. Si no estuviera como una cabra y se echara de todo en el pelo estaría mucho más buena.
De otra cosa que también me había dado cuenta era; llevaba la misma gabardina que en mis sueños.
Joder y le quedaba de infarto, por un segundo me vi teletransportado a la noche del sueño mientras ella se la quitaba como si fuera la cosa más normal del mundo.

Muy normal no era ofrecerse en bandeja a tu jefe pero dejémoslo ahí, teniendo en cuenta que los líos entre secretaria y jefe llevan existiendo desde tiempos inesxistenciales. Prefería evitar meterme en esas clases de rollos con la loca de la ayudante de mi secretaria, quien de hecho seguía llevando el nivel de desconfiometro a un nivel más elevado al insistir saber el por qué estaba «desaparecido».
¿Por qué la niña insistía en hacer como si todo eso fuera de lo más normal? ¿En qué mundo una empleada preguntaría siquiera por mi paradero? ¿A ella qué más le daba?
—No es asunto suyo Cohen, tráeme el informe que te pedí el otro día , por favor— se lo pedí volviendo a centrarme en la pantalla del ordenador.

—¿Qué informe?

—El de Kennedy.

Abrió la boca formando una perfecta O.

—Claro, Henry Kennedy, ahora mismo se lo traigo señor Gallagher.

Dicho eso se marchó.
Algo raro pasaba a esa chica.
Un día me montaba una jugarreta, otro día me trataba más formal que mi chofer.
Sí, ya tenía chofer, pero por la razón que todos desconocían.
El día que Cohen me hizo la jugarreta de la camisa, que de hecho, después de enfadarme con ella una barbaridad y pensar seriamente en despedirla, hasta llegó hacerme gracia en el fondo.
Tenía que admitir que la chica tenía ingenio y no se dejaba pisotear, eso era de admirarse, sobre todo porque todos en aquella empresa me tenían como «el intocable». A veces, Cohen me hacía gracia por mucho que quisiera matarla la mayor parte del tiempo.

Cerré los ojos y volví a ese día...
Tenía dos reuniones antes de poder irme a casa a descansar.
Una de ellas era con el inversor que más dinero metía en la empresa. Nos íbamos a reunir para contarle cómo iba el proyecto de la casa con recursos reciclados.
Aunque ya hubiéramos hablado de ello, era el tipo que más pegas ponía en todo. Era comprensible, ya que parte de su dinero iba a un proyecto que no estaba en sus manos construir ni controlar, pero bueno. Después de contarle que mis chicos ya se iban a poner manos a la obra en un par de semanas le volvió a parecer una idea innovadora e interesante. Y que el The New York Times fuera a participar en ello dando publicidad, le gustó todavía más. Para cuando se fue eran las siete y media.
A las ocho tenía otra reunión con el dueño de la empresa y, en pocas palabras; mi abuelo.
La cosa se alargó hasta las diez menos cuarto, ya que con mi abuelo las cosas siempre se alargaban. Acabamos pidiendo a su chofer que comprara la cena y cenamos en la sala de reuniones.
—Ese restaurante italiano acabará cerrando como deje que la pasta se pase—se quejó mi abuelo dejando la comida de lado.
—Pues para mi está al dente.
El gruñó bajo y luego me miró fijamente.
—¿Ya conseguiste un chofer?— Su tono autoritario y calmado me obligó a dejar de comer.
—Sigo en ello.
—¿Sigues en ello? ¿Y eso qué significa?— preguntó exasperado sentándose recto en la silla sin apartar su mirada autoritaria de mi.
—Ya conseguiré uno, no me rayes.
Él me apuntó con el dedo y me preparé para la bomba.
—Quiero verte con un chofer para mañana, o date por despedido.
Me reí.
Sabía que lo decía en serio pero no pude evitarlo.
—Ok.
Me levanté para marcharme.
—Será mejor que nos vayamos, ya es muy tarde, a las diez los porteros cierran el edificio y dudo mucho que podamos salir si lo hacen.
Mi abuelo miró el reloj de su muñeca y suspiró.
—Tienes razón ya es tarde.
Recogimos las cosas y nos subimos en el ascensor. En la planta baja esperaba Jason—su chofer— para llevar a mi abuelo a casa. Las puertas del ascensor se iban a cerrar cuando el teléfono de mi abuelo sonó.
Su chofer paró las puertas con la mano y mi abuelo rechistando se bajó del ascensor para contestar la llamada.
Seguramente fuera Laura, su mujer, y debía contestar allí, ya que abajo no había cobertura para aquella clase de chismes.
Desde que mi abuela falleció, veinte años atrás, mi abuelo ya había cambiado de mujer unas tres o cuatro veces.
—Te quiero mañana con ese chofer.— Me señaló con el dedo antes de que las puertas se cerrarán, y yo me dispusiera a bajar al parking.
Esperé mientras bajaba apoyado en el fondo del ascensor.
Estaba realmente cansado, había sido un día agotador sin Missy. La iba echar de menos cuando naciera su mocoso y se cogiera la baja unos meses. Un hombre no sabe lo importante que es una mujer en su vida hasta que ya no está y estaba seguro de que la echaría en falta. Solo ella hacía el trabajo sin meterse ni juzgarme.
En cuanto las puertas volvieron a abrirse, accedí al interior del parking. Nada más poner un pie fuera fui golpeado por algo duro en la parte posterior de mi cabeza que me dejó inconsciente en el acto.

ACCIDENTALMENTE TUYA © 1º PARTEWhere stories live. Discover now