3. Piojo

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Me levanto de la cama a la misma hora de siempre gracias a la eficacia de mi reloj biológico, aunque hoy, a diferencia de los otros días, mis ánimos están por los suelos.

Y no es que mis ánimos suelan ser los mejores.

Ayer cuando Camila tuvo que irse a su casa, yo continué durante un rato más trabajando en sus invitaciones, hasta que ese rato se convirtió en una noche de desvelo en la que solo alcancé a dormir tres horas.

Ella me llamó al llegar a su casa para decirme que esas tarjetas debían estar listas a tiempo y que si no era mucho pedir, se las hiciera lo antes posible. No me quejé, y tampoco dije nada al respecto cuando caí en cuenta de que, además de ponerme presión, me había dejado el trabajo a mí sola. Sé que me ofrecí, pero no esperaba que esto se convirtiera en algo tan tedioso y que ella fuese a comportarse de esa manera, tan exigente y desconsiderada, en esta ocasión también.

Hace años, cuando los padres de Camila aún vivían juntos, su temperamento sanguíneo era soportable, pero desde que aquella ruptura se dio, ella pasó a convertirse en una enemiga incluso para sí misma. Sus cambios de humor varían como las estaciones del año, y hay que saber lidiar con ello para poder mantener en equilibrio el contexto. Afortunadamente, hemos sabido adaptarnos.

Cam siempre ha sido impulsiva y con un poder de convencimiento que generalmente alcanza a convertirse en manipulación. Son rasgos hereditarios que según nos contó, provienen de su padre, y lamentablemente esa es una debilidad que solo ella alcanza a ver como su fuerte. Por esta razón, no duda en darle poder, y yo soy en extremo tonta como para dejarme envolver por este.

Es uno de los factores que me hace débil.

Esto mismo de dejarme manipular por los demás, por mis emociones y más aún, por mis miedos, ha sido lo que me llevó a caer en las palabras de Liam hace varios años. Él se fijó en mí y me habló, pero si aquel instante me afectó, fue porque yo le di demasiado poder y permití que sus expresiones ridículas me envolvieran... y hoy que lo entiendo me arrepiento.

***

Me despido de mi mamá en la entrada del instituto, antes de verla partir a su consultorio de pediatría propio en el que trabaja hace muchos años.

Siempre me han dicho que soy obstinada a mis diez años, pero he pensado que esa amargura se queda en casa cuando vengo al colegio, porque adoro este lugar.

No lo veo únicamente como una casa de estudio, porque aquí tengo a mis amigas y paso gran parte del tiempo desde que tenía cuatro años; he crecido acá, y creo que son de las razones por las cuales me gusta estar aquí. Eso ha influido en que nunca me muestre reacia a asistir y por lo cual siempre ingreso con buena disposición y una sonrisa que aunque no deja de ser tímida, es entusiasta y sincera.

Me adentro al lugar con esa faz y me siento en la banca de la entrada a esperar a Juliana, para entrar juntas como todos los días. Mi vista se centra en el cielo mientras espero.

Aunque mi estación favorita del año es el invierno, pese a que tengo poca resistencia al frío, apreciar las maravillas del otoño es algo que disfruto bastante. Es el período en el que el cielo se encuentra más despejado y con un bonito tono azul claro, la niebla sombría que se presenta solemne durante el verano y el resto de los meses suele desaparecer por mucho y el ambiente se tiñe de colores cálidos entre los que priman el amorronado, pintando las hojas de los árboles que se desprenden de las ramas y se desplazan con fluidez impulsadas por el fresco hálito.

Un pájaro carpintero me acompaña desde la distancia, transmitiendo ese agradable sonido que su pico emite cuando choca apremiante con la madera del samán, escondido entre las ramas frente a la banca en la cual me encuentro.

Canela ©Where stories live. Discover now