56. Eres un osito panda

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Toda la noche he estado pensando mucho en el dichoso paseo al que estoy próxima a asistir. Y ¿cómo no? Si mi madre no deja el tema ni para dormir. He llegado a pensar que su edad mental ha disminuido en estos últimos días por la aparición de su amiga.

Pobrecita...

Repito que la comprendo y estoy feliz por ella, pero ahora que puedo estar en un mismo espacio con Liam sin discutir, conversando tranquilamente, riendo, sabiendo que le gusto y que es capaz de hacerme sentir tantas cosas, tengo miedo de seguir compartiendo espacios y que las cosas avancen demasiado rápido. Eso es lo que menos quiero.

Hoy no me he levantado con la ayuda de mi reloj biológico y tampoco con el despertador, sino por los toques que le ha dado mi madre a la puerta hace unos veinte minutos, tiempo que llevo con la mirada fija en el techo.

Nunca me despierta ella, pero claro...

Soy de sueño ligero y no me sorprende levantarme pronto, pero los sábados duermo un poco más y ella hasta el momento había respetado mi necesidad de dormir los fines de semana.

Hasta hoy.

A veces me pregunto si hay mal en mí, porque sé que los adolescentes necesitamos más horas de sueño -no lo digo yo, lo dice la ciencia-, pero en mi caso simplemente no pasa. Duermo mal y nunca lo suficiente.

¡Es sábado! ¡Sá-ba-do!

Y mi madre no ha podido respetar eso para dejarme descansar un poco más porque ella no es capaz de lidiar con sus emociones sin tener que perjudicar a su familia. No me sorprende que incluso la gente en Italia ya sepa que ella se ha reencontrado con su amiga de la infancia, aunque ni la conocen.

Sábado... Sábado a las siete de la mañana.

—Buenos días —saluda Amy al irrumpir en mi habitación, canturreando.

Como si yo estoy de humor para oírla cantar.

Desvío la vista de mi bonito e insignificante techo blanco y la sigo con la mirada, ella viste un pantalón de mezclilla oscuro que resalta su enorme trasero que no me heredó al completo y una blusa de mangas largas con margaritas estampadas. Con una enorme sonrisa se dirige hacia las puertas de mi balcón y a la ventana para hacer las cortinas a un lado y dejar entrar la luz del día, pero yo no puedo sacarme un pensamiento de la cabeza...

Me ha copiado el look.

Abusadora.

—¿Por qué me has hecho levantar temprano? ¿No sabes que necesito mi sueño de belleza? —me quejo dando vuelta sobre la cama para quedar boca abajo, luego me cubro la cabeza con la almohada y la escucho reír.

—Salimos a las nueve, amor, levántate. —Es lo único que dice, antes de salir de la habitación y cerrar la puerta detrás.

Suspiro pesadamente, maldigo a la vida, doy media vuelta y con el mal humor que me ha ocasionado mi mal despertar, me levanto de la cama para dirigirme hacia el baño. Luego de lavarme, descarto el atuendo que había visualizado la noche anterior y lo cambio por un pantalón negro ajustado y con roturas, una blusa simple color gris y botas trenzadas negras. Un cambio muy drástico, ahora que lo pienso, pero no tengo idea de a dónde iremos y ya no pienso cambiarme.

Guardo mi celular y dinero en el bolsillo del pantalón y, después de peinarme y aplicarme perfume, salgo de la habitación a desayunar paninis. Sola, porque mi madre recoge atareada algunas cosas que planea llevar al paseo mientras papá alimenta a Vainilla.

Una hora más tarde nos encontramos de camino a dónde sea que nos dirigimos. Mis padres conversan sobre cosas de adultos y de trabajo que todavía no me interesan y yo aprovecho de conversar un rato con Ian.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora