60. Orangutanes cínicos

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—¿Sigues sin hablarle? —pregunta Juliana sin verme, mientras hojea su ridícula revista.

Ambas nos encontramos en una banca del patio durante el descanso y últimamente he estado tan desganada, que casi le supliqué a mi amiga que se alejara conmigo para no tener que arruinarles el desayuno a las demás, y ella aceptó como la buena amiga que es. Solo que claro, no sabe mantenerse en silencio mucho tiempo, mucho menos cuando se trata de este tema en específico.

—Él me odia, Yul —respondo casi entre dientes, acongojada y sintiendo lástima por mí misma. Yulia deja su última edición para verme a la cara y sonreír con pena.

—No te odia, solo está...

—Decepcionado, lo sé —le corto, porque que lo diga otra persona, me hace sentir un poco mal—. Pero él no quiso que yo le explicara, nada de eso debió pasar y...

—¿Intentaste hacerlo una vez más? —pregunta con una seriedad que me sorprende, interrumpiéndome.

—No —admito tras analizarlo—. Es que... Siento que no vale la pena. Él va a ignorarme igual. ¿Para qué intentarlo?

—No te está ignorando, porque tú solo lo buscaste una vez y bastante mal, y decidiste resignarte. Siempre eres así. Caminaste por la entrada queriendo encontrarlo y al no verlo, asumiste que te estaba evitando y no lo intentaste más. ¿Eso si quiera se consideraría una búsqueda? Yo creo que no, porque ajuro debías entrar por aquella puerta todas esas veces en las que él no estuvo.

—Claro que lo considero una búsqueda, usé mis ojos para asegurarme de que él estuviese allí. Además, tampoco ha estado en el patio como siempre.

—Tampoco nosotras. No busques excusas, Arya, porque sabes que yo no te apoyaré esta vez.

—No son excusas —me defiendo, aunque admito internamente que sí lo son, porque soy una cobarde. Pero, aun así, tengo un argumento, y es lo que le hago saber a mi amiga—. Es que... ¿Sabes, Yulia? Es irónico que haga esto, me molesta porque él mismo me hizo asegurarle que... —suspiro con frustración ante la nueva interrupción.

—Contesta —me alienta, mostrando una mueca de horror y refiriéndose a mi celular que no cesa de sonar anunciando una llamada vía WhatsApp. No quiero contestar porque nuestro actual tema de conversación es muy importante y necesito encontrar soluciones, pero tanta insistencia debe significar algo urgente.

Desvío la mirada de mi amiga y veo la pantalla del celular. Es Ruggero quien llama y con la sonrisa que aparece en mi rostro de solo ver su nombre, descuelgo para contestar y coloco el alta voz. Lo extraño y lo necesito más que nunca.

—¡Ru de mi corazón! —exclamo emocionada.

—¡Hey, amor mío! —habla con el mismo entusiasmo—. ¿Qué tal andas?

—Eh... Podría decirte que bien, pero...

—Mira, no importa. Ya me contarás más tarde todo lo que te atormenta, solo llamaba para decirte que tengo una sorpresa para ti. Adiós.

—Ruggero Filippo, ¿para qué llamas si ni siquiera vamos a hablar? —cuestiono confundida, pero nada sorprendida. De Rugge nada me sorprende.

—Te adoro, adiós —cuelga sin responder y sin esperar respuesta.

Despego el celular de mi oreja y lo observo por segundos, como si la pantalla fuese capaz de hacerme comprender el funcionamiento del cerebro disecado de mi primo y las ideas sin sentido que se cruzan por este. Juliana ríe a mi lado al haber escuchado eso que para nada fue una conversación y giro a verla con ganas de matarla a ella también. Esto no tiene gracia, y si ella se ríe, es porque está tan trastornada como él.

Canela ©Where stories live. Discover now