34. Alguien se ha enamorado

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Suspiro en silencio

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Suspiro en silencio. Estoy exhausto, quiero sucumbir ante el cansancio y dejarme caer hasta el siguiente día en el sillón en el cual me encuentro, pero toda extenuada sensación se esfuma cuando escucho los chillidos de mi hermana a un lado de mí, como si su vocecita fuese capaz de suprimir cada reclamo que hace silente mi cuerpo. Y me incorporo intentando mantenerme animado. Solo por ella.

—¡Date prisa... vamos, ya! —repito por sexta vez, dándole ánimos a Ann.

—¡No! —se lamenta en un grito exasperado—. No quiero que se vaya al otro lado. ¡Ayúdame! —suplica, arrastrando las palabras en tono caprichoso.

Solo puedo reír.

Todo el día de hoy he estado sentado frente a la pantalla de mi televisión, enseñando a Arianna a manejar el mando de la Playstation tras oir sus interminables súplicas durante toda la cena de ayer y el desayuno de esta mañana, así que accedí. No solo para que deje de insistir, sino porque podría resultar divertido jugar con ella de vez en cuando y hacer cosas juntos que se adecuen a mi edad, porque eso de la hora del té con sus muñecas donde yo debo usar esa peluca rosa, es realmente bochornoso.

—Recuerda que este es para correr más fuerte, Ann, ya lo sabes. Púlsalo sin miedo —recalco. Ya casi son las siete de la noche y aún nos encontramos aquí, pese a que nuestra madre ha insistido en que debemos ir a prepararnos porque tendremos a su familia de visita para la cena de nochebuena.

—No quiero perder —se queja en un fingido e inevitablemente llanto dramático. Los Bonetti somos los reyes del drama, lo llevamos en la sangre.

No la dejaré perder, jamás lo haría.

—Eres la mejor competidora y nadie es capaz de ganarte, pero pulsa el botón —reitero, presionando con sutileza la tecla R2 con la única intención de dejarla ganar. Y no es hasta que lo hace que puedo respirar paz—. ¡No! —Arrastro las palabras en un fingido llanto, mientras me dejo caer sobre el respaldo del sofá cubriendo los ojos de forma dramática.

Ella se levanta, todavía con el mando en sus manos, y da brincos de emoción. Me da ternura, pero decido ahogar mi sonrisa y seguir fingiendo dolor para que se lo crea.

—¡Gané, gané, gané! —grita con su vocecita ilusionada.

—¿Cómo hiciste para ganarme? Ya la victoria era mía —expongo, falsamente derrotado y herido.

Ann ríe, aún sin dejar de brincar.

—No sabes jugar, ¿lo viste? —consulta en un trémulo tono resultante de su exaltación, y con su respiración todavía acelerada, se sienta junto a mí para abrazarme como puede con sus delgados brazos—. Voy a enseñarte, hermanito, como tú me enseñaste a mí —asegura, con ese tierno tono que a mi parecer la caracteriza.

—¡Claro, porque eres la princesita renacuajo más linda del mundo! Necesito que me enseñes —asevero, incorporándome para abrazarla también y besar su frente mientras susurro—: te amo.

Canela ©Where stories live. Discover now