33. Siempre vuelvo a pensar en él

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Sin que pueda prevenirlo, la sonrisa que me provoca la ilusión se borra de mis labios cuando, en medio de mi escrutinio, visualizo el piano y me golpea la ausencia de uno de los pilares que sostenía a la familia. No hay amenaza de derrumbe para la estructura Russo, pero la felicidad no está completa y siento que esa aura de júbilo ostencible que inundaba el hogar no ha hecho presencia este año, porque mi abuelo se la llevó consigo.

El nudo en mi garganta hace su aparición después de varios días de no haberme hecho visita cuando, todavía desde mi lugar, se evocan a mi memoria los recuerdos de navidades pasadas en una cronológica secuencia, como si se tratase de una película emotiva y llena de una alegría inquebrantable en la que Angelo está presente, convirtiendo esas noches en la víspera en un ridículo show de teatro; abriendo los regalos mucho antes de que llegue la hora como si de un niño impaciente, rebelde y maleducado se tratase o invitando a bailar a una pequeña Arya que se ubica sobre sus pies debido a sus torpes e inexpertos pasos, aun cuando los suyos tampoco son nada buenos.

Y sonrío con nostalgia, porque precisamente ese era mi abuelo.

Más que luchar por alcanzar su experticia en algo, él disfrutaba y admiraba el arte imperfección. Para él, el verdadero valor de la vida reside en la simpleza de ser humanos, tontos mortales, pero con todo lo necesario para ser felices y con esa muy necesaria dosis de suspicacia e inteligencia que ayudarían a solventar cualquier inconveniente que se atraviese enfrente, pero sin dejar de divertirse.

"La vida es una fiesta y yo soy el alcohol" solía decir él.

—Gab, ven —me habla Rugge, sacándome de mis pensamientos.

Le sonrío con vergüenza y le hago saber que lo entendí, antes de que él gire nuevamente al frente para seguir en lo suyo.

Observo a todos una vez más y antes de bajar los últimos escalones, inspiro y espiro una bocanada de aire al tiempo que pestañeo en repetidas ocasiones con la intención de alejar a las lágrimas que amenazan con escapar de mis ojos, porque a pesar de todo ellos se ven unidos y sé que nada más que eso haría feliz a mi abuelo.

Me acerco a la sala y me ubico en medio de Ale y Rugge, que mantienen una acalorada discusión donde la protagonista es la ridícula película que hemos visto esta tarde: Halloween. A mi parecer es un filme aburrido, con secuelas además innecesarias, y pienso que lo único atemorizante e interesante es la frialdad con la que el personaje principal comete sus crímenes. Ni siquiera debería entrar en la categoría del terror.

—Solo digo que debimos ver las películas anteriores —se queja Alessia.

—Jamás veré una película de esas, es un juramento inquebrantable —aseguro, inmiscuyéndome en la conversación y muy en desacuerdo con ella.

—Tú porque no le das una oportunidad a nada que no sea Harry Potter —me acusa Rugge, que usa su brazo derecho para rodearme los hombros en un abrazo.

—Claro que sí —me defiendo. Ellos me miran arqueando las cejas, sin dar crédito a mis palabras y quizá pensando que es ridículo lo que acabo de decir—. Me encanta Marvel, mucho el misterio y más fantasía, no inventen.

—Sí, claro —responde Rugge con sarcasmo, haciéndonos caer en el respaldo sin soltarme.

Voy a replicar con falsa indignación, pero las voces de niños discutiendo captan mi atención, entonces giro la cabeza para ver que se trata de mi tía Alessandra, ingresando con su actual pareja y sus mellizos, Antonella y Ángelo. Ella decidió ponerle los mismos nombres de sus padres a sus hijos.

Canela ©Where stories live. Discover now