7. No quiero ser más una niña herida

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Otro bostezo prolongado se escapa de mis labios cuando escribo la última palabra en el cuaderno de biología y culmino con un punto final, ya exhausta por tener más de diez horas seguidas en esto, pasando los apuntes de las libretas de mis amigas a otras nuevas que tuve que comprar la tarde anterior.

Ya son las tres de la madrugada, y aunque ya a esta hora no puedo soportar más el cansancio, no he alcanzado a pegar un ojo intentando ponerme al día porque no quiero estar atrasada con los nuevos avances en las clases.

Es mucho lo que he tenido que copiar, pues a pesar de que apenas ha transcurrido el primer mes de clases, los profesores no se han detenido a continuar el curso como si el fin del mundo se acercara y necesitan enseñarnos todo lo que consideran necesario llevar a la muerte, y el dolor de la mano derecha cada vez se hace más insoportable.

Me rindo finalmente, decidida a descansar y continuar con los apuntes de educación sexual la mañana siguiente. Cierro las libretas de Yulia para seguido guardarlas en la otra mochila junto a las mías y organizo todo antes de meterme a la cama con la pijama ya puesta, como suelo hacer cada noche.

Tengo hambre, pero evito bajar porque últimamente soy más torpeza que humana y no quiero que me descubran en mi burda actuación de ratón hambriento esta noche, así que me abstengo de complacer a mis necesidades fisiológicas por hoy y cierro los ojos luego de apagar la lámpara, intentando dormirme rápido por primera vez en mucho tiempo y urgida por descansar.

Creo que hoy puedo decir con seguridad, por primera vez, que mis pocas habilidades para mentir han surtido frutos. Ayer al llegar del colegio, mi madre se interesó por la ausencia de mi mochila, y ya que yo había estado durante todo el camino de regreso a casa ideando mi falsa historia, pude decirle con una tranquilidad que todavía me sorprende que perdí el morral al dejarlo olvidado en una banca del patio durante el desayuno.

Quise convencerme de que me creyó cuando vi su sereno semblante, porque tengo muy claro que es una excusa bastante tonta e inverosímil, y logré convencerlos a ambos cuando nos juntamos en la cena de que ya había reportado la pérdida con el personal directivo para de este modo evitar acrecentar el conflicto. Lo mismo les hice notar con el celular.

En ese aspecto no les pude mentir porque no es algo que se pueda ocultar fácilmente, y luego de que me aseguraron comprar otro si no lo consigo pronto, solo asentí ante su sutil reprimenda, en la que me dijeron que nadie en sus cabales deja su celular en la mochila cuando se le guarda aprecio al imperioso aparato.

Ese no es mi caso.

No me guardé la verdad por Liam, no directamente, sino porque me aterra que al acusarlo se desquite de otro modo con mis pertenencias, pues todavía sigo siendo la tonta que cree que en algún momento él recapacitará y me devolverá todo lo que me quitó.

Todos los días suplico al universo que me aspire la estupidez y me deje con poco o nada como reserva, porque sé que esto no me llevará por buen camino.

Todos los días suplico al universo que me aspire la estupidez y me deje con poco o nada como reserva, porque sé que esto no me llevará por buen camino

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Canela ©Where stories live. Discover now