41. "Quiero hablarte de algo"

254 49 169
                                    

Después de reprocharle y exigirle a Matt que solicite mi consentimiento antes de divulgar datos sobre mi vida a los cuatro vientos, otra vez, a chicas intensas —en vano, pues solo rió ante mi petición—, decidí ir a buscar a James para invitarlo a mi casa esta mañana. He tomado los llamados de su padre como una señal para entregarle el dichoso sobre misterioso de una vez por todas y ver si de este modo, además, consigo también un poco de tranquilidad.

No quise permanecer mucho rato explicándole nada porque además de que no sabía qué es lo que debía decirle, él estaba en compañía de alguien que a día de hoy percibo desagradable. Además, sé que si James alguna vez me descubre mirando con desprecio a su novia me preguntará el motivo, y no sé si sea un buen actor para fingir y mentirle en su cara cuando ni siquiera soy capaz de creer mis propias mentiras.

Tras acordar su visita decidí que era hora de volver a casa, y solicité ayuda para buscar a los adolescentes, o borrachos, que estaban a mi cargo. Andrés y Kaden hicieron su colaboración y sin mucho cuidado, como debía ser, arrastramos a Maximiliano y a Eduardo al auto, donde tuve que soportar sus comentarios incoherentes y risas sin sentido hasta llegar a mi destino sintiendo inevitablemente pena ajena.

No me hizo falta analizarlos mucho para decidir que ambos debían quedarse en mi casa. No es atípico que suceda con Max y era de esperarse, pero en el otro caso había algo de mayor importancia. El papá de Eduardo trabaja mucho y como consecuencia generalmente está cansado, por eso me pareció una falta de respeto llegar a las tres de la madrugada con su hijo convertido en vómito y correr el riesgo de alterarlo. Pensé que no lo merece. Solo me aseguré de enviarle un mensaje al señor Mitman para informarle que mi amigo ya estaba seguro bajo techo.

Apenas llegamos los mandé a ambos a las habitaciones de invitados. Estaba demasiado cansado como para perder más tiempo indicándoles cómo y dónde debían dormir. Ya tenía suficiente con no haber disfrutado mi noche para encima de todo andar de niñero. Afortunadamente, ninguno se durmió de camino y no fue tan difícil hacerlos bajar del auto, atravesar la reja y subir las escaleras. El único inconveniente fue que sus murmullos despertaron a mi madre que, como era de esperarse, quiso confirmar si yo había ingerido alcohol y me pidió de una sutil manera entre bostezos y con sus manos en jarra que le soplara la cara.

No tuve conflictos entonces, hasta ahora que nuevamente, despierto más temprano de lo que debería.

Lo primero que veo al tomar el celular esta mañana son dos mensajes de un número desconocido, que al abrir identifico como Verónica.

Maldigo a Mathew porque sé que es obra suya, pero no pierdo tiempo y me dispongo a leer de todos modos lo que me dice, pensando que quizá lejos del alcohol resulta más agradable.

Entre los textos asegura haberse alegrado de conocerme y sin miramientos me invita a una fiesta a la que ha sido invitada y a la cual asistir el fin de semana. Y acepto, quizá porque soy tonto y porque no tengo nada más que hacer, pero también porque me da curiosidad saber si la primera impresión que me llevé de ella ha tenido de intermediario al alcohol y si he estado equivocado.

Me levanto de la cama y tras asearme, bajo a la primera planta para desayunar. No termino de ingresar a la cocina cuando mamá me informa que puedo tomar el desayuno en la sala, y hacia allá me encamino, encontrando a papá con un café y un periódico en manos.

—Buenos días, pa —lo saludo cordialmente.

—Hola, hijo. ¿Qué tal la fiesta? —me pregunta, inclinando un poco su cabeza para mirarme a través de los lentes que suele usar para leer, sonriendo levemente.

—Sin alcohol, no hay fiesta —respondo, lanzándome en el sofá a su lado, él ríe—. No fue la mejor noche, pero tampoco estuvo tan, tan mal.

Canela ©Where stories live. Discover now