15. ¿Bailamos?

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Sin que me haya esforzado por intentarlo, he logrado superar un nuevo nivel en la capacidad de soportar tonterías, uno muy significativo.

Ha pasado tan solo media hora, quizá menos, y creo que ya estoy por arrancarme las orejas, los ojos e incluso cada cabello que cubre mi cabeza tras haber escuchado tanta estupidez. Lo peor del asunto no es que digan sus interminables sandeces Christian y Eduardo, quienes encabezan todo, sino que mis amigas están totalmente complacidas con cada uno de sus relatos.

Y no es que sea amargada, es que a veces no las entiendo.

—¿Cómo se te ocurre morder al perro? —pregunta Vanessa a Christian, con una coquetería que me es repugnante.

El chico, que hasta el momento no ha dejado de alardear sobre esa supuesta experiencia que según dice, vivió hace dos años, muestra una arrogante sonrisa antes de responder.

—No hay nada que me asuste, linda —presume él, antes de beber de su vaso con esa actitud prepotente.

Exhalo un bufido. Liam me observa inquisidoramente ante mi reacción, arrugando la frente, y Maximiliano me deja ver por primera vez una bonita sonrisa que exhibe sus dientes y que con facilidad le devuelvo. Él, al igual que Andrés, no me observa como si yo fuese menos.

—No seas ridículo —interviene Eduardo con gracia, intentando derrumbar la montaña de estupidez que se esfuerza por construir su amigo. Lo miro, para notar que sigue—, no mordiste a ningún perro.

Ahogo una risa cuando Christian le dirige una mala mirada al rubio, pero soy la única que lo hace, porque la mesa entera estalla en carcajadas sin darle importancia a que el otro se moleste.

—Sí suena a locura, Ed, pero es cierto que lo hizo —añade Andrés, sin dejar de sonreír contagiado por el resto.

¿Por qué lo arruinas, Andrés?

—¿Lo ves? A veces ver películas no resulta tan malo, lo aprendí de una —se pavonea Christian, llevando sus brazos hasta detrás de su cabeza para apoyarla en el espaldar, orgulloso.

No me cae bien, pero debo admitir que desde esa posición y vestido formalmente me hace ver que es lindo. Solo que su brutalidad lo opaca.

Ellos continúan con sus historias por mucho más tiempo y hasta este punto también me uno a las risas sin poder evitarlo.

Maximiliano cuenta que una vez su perro se perdió de casa y que hizo a sus padres recorrer la cuidad entera en su búsqueda, para regresar después de muchas horas sin su mascota, decepcionado. La historia parecía ir con final triste, hasta que termina diciendo que al estar de vuelta, no solo estaba su perro allí acostado en uno de los sofás, sino que, además, había hecho un desastre garrafal en su sala.

No me sorprendió cuando dijo que luego de un par de días, su perro se perdió misteriosamente para nunca más volver. No fue hasta varios años después que sus padres le dijeron que lo habían dado en adopción.

Espero que al menos haya conseguido una buena familia.

Eduardo habló de un paseo que tuvo con Camila hace muchos años y que ella, como la despistada que siempre ha sido, le creyó cuando él le dijo que estaba permitido darle comida a los animales del zoológico. Ella se acercó emocionada hacia la jaula de los monos y justo cuando estaba por darle un trozo de pan, un encargado le gritó delante de todas las personas que allí se encontraban que si era tan tonta como para no saber leer los carteles que estaban por más de un lugar como advertencia dentro del establecimiento.

No es de extrañarse que haya formado un drama y que insultara a Eduardo como ella pensó que lo merecía.

No apoyo nunca sus reacciones y difícilmente la entiendo.

Canela ©Where stories live. Discover now