12. No soy como él

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Me remuevo en la cama una y otra vez, fastidiada porque es otro día en el que me falta el sueño muy temprano en la mañana.

Resoplo, más que acostumbrada, resignada a que esto me pase a diario. Y al comprender que no conseguiré dormir de nuevo, me levanto después de más de quince minutos rodando sobre el colchón.

Ayer al llegar del centro comercial, subí a mi habitación a empacar los detalles y aproveché de ocultar la maceta que mi padre dejó muy mal ubicada en mi cuarto.

Hace algunos días le pedí que cuando comprase las margaritas rojas, azules y blancas para mi mamá, también comprara las mías, de color amarillo, blanco y rosa. Es una costumbre que hemos tomado hace años para cada cumpleaños por el significado de estas plantas, y ayer cuando me las trajo, las dejó sobre la mesa de noche.

¿En qué cabeza cabe dejar a la vista una sorpresa antes de que llegue el día de ser revelada?

Solo a él, sinceramente.

Anoche no cené. No fue solo porque había comido con Juliana y no tenía hambre, sino porque mi mente era un revoltijo de pensamientos y mi cuerpo entero un revuelco de emociones que me impedían estar quieta. Así que una vez más, me dormí después de varias horas de intentar concentrarme en mi lectura. En un vano intento, claro está, porque la escena de ayer no dejaba de retumbar en mi cabeza una y otra vez, desconcentrádome, trasladándome a aquel instante y llenándome de absurdas ideas en las que la única conclusión que alcanzaba a formarse es que mi amiga tenía razón, y él está intentando arreglar las cosas ahora.

Eso bastó para despojarme de mi concentración toda la noche y por eso no pude leer, pues pensaba en los hechos más de lo que se considera normal y sonreía como tonta cada vez que así era. Afortunadamente, eso agotó mucho más mis energías y la angustia no interfirió con mis horas de sueño, por lo que pude descansar lo suficiente.

Si alguna vez alguien se pregunta quién es el ser más estúpido en el mundo, que no dude en contactarme.

Soy yo.

Hoy consigo dejar mis inquietantes recuerdos de la pasada noche a un lado y me levanto a prepararme, y al estar lista, bajo con la mochila y todos los regalos del día.

Mi mamá me recibe con una sonrisa en la cocina, y cuando me acerco, me veo en la necesidad de dejar sus regalos sobre la barra de desayuno para responder al abrazo que ella me ofrece.

—¡Feliz cumpleaños, mamá! —exclamo, sintiendo cómo me aferra a ella con más fuerza.

—Gracias, muñequita —contesta vivaz, usando ese apodo que me repite desde niña. Se separa, beso su mejilla y da dos pasos a un lado para examinar sus regalos. Sus ojos se cristalizan como cada año y vuelve a abrazarme. Ambas siempre hemos sido muy sensibles—. Todo está hermoso, gracias —añade, todavía mirando todos sus obsequios.

—Bueno, todo muy bonito. Ahora vamos a comer, porque ese pastel no se comerá solo —habla mi papá, quien hasta ahora solo observaba la escena de brazos cruzados.

Con él, a veces el hambre puede más.

Dejo la mochila en el espaldar de la silla y desayunamos juntos antes de cantar una corta canción de cumpleaños. Mi mamá rebana un trozo para que cada uno lo lleve como merienda y añade uno extra para mi tío Grabriel, su hermano menor que trabaja con mi padre, y otro para Juliana.

Al acabar, tomo el pequeño pastel que ella ha encargado para Camila en la pastelería y me voy al instituto junto a mi papá después de despedirnos.

Veo que al llegar todavía es temprano y lo agradezco, ya que con las chicas hemos acordado hace días decorar el salón antes para cantarle un cumpleaños corto a Cam.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora