13. No se trata de un juego

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Ni siquiera levanté la mirada para verla irse

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Ni siquiera levanté la mirada para verla irse. Mi visión permaneció pertinaz en aquellos trozos de madera que yacían estáticos en el suelo, pero moviéndose en mi imaginación junto a los recuerdos vividos con el instrumento y que ahora quedan grabados como lo único que seré capaz de conservar. Aun así, no pude quejarme, no lo hice y no lo hago; tampoco puedo culparla.

No estoy enojado. No puedo estarlo, no con ella porque eso y mucho más me merezco.

Sin embargo, sí me siento algo triste y turbado, no solo porque he perdido mi guitarra, esa que he tenido desde que comencé con la música y que fue un regalo de mis padres por mi noveno cumpleaños, sino porque esa escena que presencié, con ella llena de una ira que jamás había expresado de esa manera, no me agradó para nada. 

Mi intención una vez más era disculparme. Traje su celular al instituto, y sé que seguramente hubiese sido mejor que le hablara de eso desde el principio en lugar de seguirla como un acosador por todo el maldito lugar sin comentar nada al respecto. De haberlo hecho de ese modo, quizás ella me habría puesto un poco de atención, recibiría su teléfono y se alejaría tranquila sin odiarme de más. Y allí cerraba el asunto.

Por alguna razón, el hecho de que cada día crezca su odio hacia mí, me está molestando. Antes no me habría importado que así fuese, pero ahora me fastidia que me interese más de lo que debería, y me enoja aún más recordar que nunca antes intenté hacer las cosas bien.

Ayer por la noche Camila me llamó al celular. Me pidió que cante algo en su cumpleaños y accedí sin problemas, es por eso que he traído mi guitarra hoy para tocarle algo y que ella decida antes de la presentación. Claro que nunca pudo oír nada por lo que pasó con mi instrumento, ese que ahora son restos y que no tuve el valor de recoger.

Le pedí de favor al conserje que lo hiciera por mí, porque habría sido masoquista recoger cada uno de esos trozos, pero nunca expliqué qué fue lo que ocurrió y tampoco dije que eso antes fue una guitarra ni que era mía; mucho menos dije nada sobre cómo llegó a esa condición. Prefiero que saquen sus conclusiones.

Eso no me importa, y tampoco los comentarios que sé que comenzarán a circular más temprano que tarde. Todavía siento culpa y mi intención de disculparme sigue intacta.

Mi guitarra, aunque tenía valor sentimental, es algo que puedo recuperar fácilmente. En cambio su perdón es más inalcanzable y algo que ahora me doy cuenta, tiene mucho peso para mí del que antes creí, y sé que no será fácil conseguirlo y que requiere de esfuerzo.

Al transcurrir varios minutos el timbre anunció el inicio de clase, me vi obligado a dejar mi pesadumbre de lado y levantarme para caminar a mi salón, ignorando los comentarios de los estudiantes que ya habían empezado a esparcir la noticia de una adolescente destruyendo la guitarra de un idiota.

Claro que no fue con aquellas palabras, pero al ser yo quien narra, puedo expresarlo como me plazca.

Volví al salón a paso lento, abrumado por más de un sentimiento y también confundido, intentando convencerme de que aquello que vi, de verdad pasó. Lamentablemente, así fue, y no pude hacer más que aceptarlo en silencio y sentarme en mi lugar sin hablar con nadie, a pesar de que repetían mi nombre una y otra vez como saludo.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora